domingo, 3 de mayo de 2015

MUJERES PREHISPANICAS DE PODER

En el Perú prehispánico existieron mujeres de poder con todos los atributos de mando. Residencias palaciegas, literas para trasladarse, ricos atavíos y servidores. Al morir hacían su ingreso al otro mundo fastuosamente, llevando objetos de oro y plata así como hermosas telas dignas de su rango. La fama de estas mujeres se extendió en diferentes comarcas, con características singulares. En Cao, por ejemplo, usó deslumbrantes adornos que se prendían a su rostro ocultando sus labios. No hablaban ante los demás mortales y sus órdenes eran transmitidas por los sacerdotes.
Siempre se dice que la  mujer ocupa el lugar de la ternura. Tanto como madre y como compañera de sueños. Sin embargo, hace miles y cientos de años, mujeres elegidas desde el vientre materno llegaron a gobernar. No estuvieron en el lado débil como se cree sino que también representaron la fuerza política, religiosa y social de sus pueblos. Los arqueólogos han descubierto tumbas suntuosas que corresponden a mujeres reinantes, mujeres que ejercían actos de culto y también mujeres guerreras.         
                                              
No se sabe cómo llegaron a ser matriarcas las kapullanas o tallanpomas del norte. Se supone que los continuos enfrentamientos entre los jefes de esas áreas dieron lugar a que sus esposas los reemplazaran. Puede haber sido así o de otra manera que nunca será desentrañada.
Los informes recibidos después por los españoles  indican  que tuvieron decisión y comandaron sus señoríos hasta entrado el siglo XVII. Habría que leer a los cronistas que registraron su existencia. Acerca de ellas queda, como un recuerdo, un cerro en Piura que se llama la Capullana.
Entre los moche, por hallazgos en la segunda mitad del siglo pasado y éste, se puede decir con certeza que participaron en el culto. La “señora” de  Cao, cuyo magnífico entierro fue descubierto por el arqueólogo Régulo Franco, llama la atención por las cuantiosas joyas que se encontraron en su mausoleo. Habría fallecido  muy joven y fue antecedida por otra sacerdotisa, cuya tumba fue hallada vacía porque sus restos fueron trasladados, pero dejó un recinto exquisitamente decorado, alta demostración de respeto.
En la waka del Sol Ricardo Valderrama y Santiago Uceda pudieron reconstruir la contextura de su sacerdotisa por las ropas que llevaba en una cesta de ofrenda. Las prendas definieron su esbeltez, la delicadeza de un cuerpo joven que se envolvía en finas telas. No se ha encontrado su cuerpo. Se perdió siglos atrás cuando su descanso eterno fue perturbado por los buscadores de tesoros.

En la waka Wallamarka, en Lima, otra sacerdotisa despierta asombro entre los visitantes. Ella también murió joven y se nota en sus huesos alargados, sus manos que no conocían el trabajo y su rostro erguido con gracia, que está enmarcado por una undosa cabellera de más de dos metros de largo. El arqueólogo Arturo Jiménez Borja descubrió a su lado una curiosa caja de maquillaje. La sacerdotisa usó un rubor para acentuar sus pómulos y sombras azules para los párpados y el cuello.

La existencia de las gobernantes y sacerdotisas naskas y parakas sólo ha sido revelada por las preciosas cerámicas donde destacan con el señorío de su linaje. Sus atavíos son hermosos y variados. Ellas llevan tocados que señalan su prosapia en los pueblos del litoral sureño.
En el Qosqo o Cusco los chankas, según apuntes de los cronistas sintieron temor cuando enfrentaron a Chañan Qori Kuka, una mujer que comandó  un grupo de defensores de la ciudad sagrada. Sus demostraciones de fuerza espantaron a los agresores a quienes les pareció extraño que una mujer fuera tan terrible.

En Puno un señorío fue gobernado por mujeres guerreras. Las warmipukaras cobraron fama por enfrentarse a los varones con rudeza. Ellas reaccionaban ante las situaciones sin amilanarse y solían ser musculosas por los ejercicios cotidianos a los cuales se sometían.
Hasta hoy, en la Amazonía, hay grupos de mujeres que, en sus momentos de descanso, practican la lucha libre. El escultor Felipe Lettersten logró filmarlas en uno de sus viajes para tomar moldes de yeso de sus habitantes, hombres y mujeres, incluyendo niños. Ellas serían descendientes de otras famosas que dieron nombre al majestuoso río que nace en las alturas de Arequipa, llevando sus caudales de agua al Atlántico. Lettersten pudo captarlas en sus enfrentamientos, con los cuerpos aceitados para hacerlas escurridizas, las melenas ondeando al viento, con todos sus músculos enervados, listos para disfrutar sus competencias.        

Alfonsina Barrionuevo

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