LOS PAJAROS
CARPINTEROS DEL TIEMPO
Cerraste
tu laptop, recogiste tus vitaminas de la mesa y comenzaste a sumar ausencias cogiendo
tus trajes del armario. Las indolentes maletas volvieron a llenarse. El
pasadizo comenzó a quedarse huérfano. Sentí
una sensación de soledad. Nuestras conversaciones flotaban todavía en el aire
cuando vino tu despedida. Te has ido tantas veces, tantas y crecen enredaderas
de olvido en los rincones. Dejas algo como siempre, las pavas de arcilla que
ojalá batieran las alas para salir por la ventana volando, tus queridas piezas en
las cajas magnificando su presencia. Kali ha modelado un ladrido intruso como diciendo
a su manera que te quedes, pero te has ido sembrando la angustia de no verte
más que en la computadora donde tengo la suerte de recoger tu imagen en apariciones
que no son lo mismo. Uno de los pocos inventos que me reconcilian con este
mundo de hoy mecanizado. Un abrazo y he visto caer hechas trizas mis làgrimas
pasando sobre ellas. Ya sé que todos nos vamos un día del hogar pero es imposible consolarse con eso. Sólo queda esperar que
vuelvas y hagas repicar campanitas de alegría en casa inaugurando un nuevo
espacio de horas sin pájaros carpinteros que picoteen mi sombra y me vayan
quitando de mañanas para dejarme confundida en ayeres como no quiero.
Tú y u
hermana le dieron sentido a mi vida, y yo asistí maravillada a cuánto dibujo florecía entre tus manos y no digas que los odias porque no me
quedaría nada y amo las cuatro estaciones, los arcángeles y tus vikuñas porque son bellas y me trasladan a un mundo
irreal que dejaste. Ya sé que no me olvidas y más tarde sonreirás desde la
pantalla en este domingo separado para la ternura. Me has dejado melancólica, con los cuadernos que armé con tus dibujos, y
sus hojas van cayendo en lluvia obre mí. Allí me encontrará alguna vez, más
tarde, cuando los pájaros carpinteros del tiempo hayan terminado su trabajo y
el árbol se pierda en sus abismos. No sé
si volveré a remontar los cielos hasta Orietta y Nueva York, porque siempre me
olvidas de invitarme.
LA
AVENTURA DE KUMARA
Los Andes recibieron con alegría los finales del Pleistoceno. Las capas
de nieve que los cubrían iniciaron su retirada. Pachamama, Madre Tierra desde la prehistoria, estaba
allí, acurrucada, hibernando, en una larga espera. De haberla visto, hubieran
pensado que era una niña.
Cuando el mar comenzó a
bajar y vinieron los deshielos, ella descendió radiante a los valles, donde los
ríos filtraban sus aguas hacia canales subterráneos, llevando una gran cantidad
de alimentos.
Eran muchos, pero cabían apretados en sus brazos. Las papas tenían el tamaño de una pasa, los
frijoles eran como granos de trigo,
las raíces de la yuka y el camote liliputienses, como un pedacillo
de mondadientes.
Hace más o menos 10,000
años, los primeros recolectores encontraron las papas casi a ras de tierra y
escarbaron centenares de finísima piel para agregarlas a su dieta de mariscos y
cangrejos. En el caso de kumara o
camote (que se llamó después batata o
boniato en México, Centroamérica y el Caribe), les fascinó sus raicillas
ligeramente gorditas y dulcetes.
A estas alturas del tiempo
muy poco se piensa del proceso de domesticación. Ahora que en el mundo se
consumen “nuevas especies de los Andes como la kihura o kinua y la kiwicha, debía recordarse la hazaña
de los domesticadores.
Los primeros cultivos
deben haber resultado como de un juego, cuando los remotos habitantes de
nuestro territorio hicieron huecos con un dedo, escarbando la tierra con la uña,
a manera de lampa diminuta, y colocaron allí los pequeñísimos frutos que un día
salvaron del hambre a dos gigantes: China y Africa.
Al principio en tierra
áspera, árida, y las plantas se secaron. Entonces, buscaron lugares húmedos,
pero también se murieron. Al cabo los irrigaron a gotas y brotaron hojitas
verdes que protegían a los bebés de papa, de frijol, de camote, de pallar o de calabaza.
En lugar de hacer un
monumento a la ojota, ciertos alcaldes sin capacidad para realizar buenos
proyectos, deberían levantar monumentos a los antiguos agricultores de Perú,
que siguen dando primicias a la Humanidad a través de sus descendientes.
La historia del camote es
descrita escuetamente por los arqueólogos, como una curiosidad, entre otros
vestigios. Sus laboratorios se pierden —como los de todos los alimentos
nativos— en las páginas amarillentas de los milenios. El registro de restos
encontrados pertenecen a unos 4,000 años a.C. en trabajos de campo. De 1962 a
1988 en basurales y grupos arqueológicos, enteros o
fragmentados con una longitud de dos centímetros o un poco más.
¡Qué habría avizorado el prehistórico
observador para advertir un buen sabor en raíces parcialmente carbonizadas por fuegos
(rayos) caídos del cielo! En la Pampa de Llamas, Casma, Thomas y Sheila Pozorski descubrieron
camotes del precerámico a un metro de profundidad, al lado de paltas, ciruelas
del fraile, pallar, achiras, lúkumas, yucas, maníes, ajíes y zapallos.
En el valle de las Tortugas, también en Casma, los investigadores Donald Ugent y Linda W. Peterson vivieron su propia experiencia,
trabajando en Waynuma a unos cuantos
kilómetros.
Mama
Aqsu y Mama Kumara fueron creciendo mediante experimentos
casuales o deliberados. Si la semilla caía y germinaba junto a una cabeza o
cola de pez, ganaba en tamaño y su opulencia provocaba placer a los paladares
ávidos y los estómagos hambrientos. Si las regaban con cuidado, las plantas se erguían
con mayor prontitud, como si llegaran a una pubertad insospechada.
En Pachakamaq, Lima, aproximadamente 1,000 años d.C. ya mostraban una
personalidad contundente. En el cerro “Las
Tres Ventanas” de Chilca, el Dr. Frederic
Engel encontró camote con ají y tuna, además de otros alimentos. En “La Centinela”, dentro del reino Chincha, Ugent y Peterson hicieron similares hallazgos. Los chinchas eran
mercaderes y llevaban por el litoral y el interior sus cosechas para trocarlas
con otros productos.
Más abajo, en Parakas, otros estudiosos los
encontraron como ofrendas en los fardos funerarios de sus gobernantes. Ya habían dado un paso a la eternidad en otro nivel,
como alimentos para la otra vida.
El Centro Internacional de la Papa reconoce el valor del camote como especie
alimentaria básica. Según la tradición las mujeres prehispánicas tenían
preferencia por este tubérculo que mantenía lozana su piel, el brillo de sus
cabellos y su disposición al amor. Está demás hablar de las propiedades de
nuestro peruanísimo camote. Evita la ceguera infantil y le llaman Cilera Abana
(protector de los niños) en Africa, posee vitamina C, hierro, sodio, ácido
fólico y otros benéficos componentes. Otro regalo de los Andes.
Alfonsina
Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario