domingo, 10 de mayo de 2015

 LOS PAJAROS CARPINTEROS DEL TIEMPO

Cerraste tu laptop, recogiste tus vitaminas de la mesa y comenzaste a sumar ausencias cogiendo tus trajes del armario. Las indolentes maletas volvieron a llenarse. El pasadizo comenzó a quedarse huérfano. Sentí una sensación de soledad. Nuestras conversaciones flotaban todavía en el aire cuando vino tu despedida. Te has ido tantas veces, tantas y crecen enredaderas de olvido en los rincones. Dejas algo como siempre, las pavas de arcilla que ojalá batieran las alas para salir por la ventana volando, tus queridas piezas en las cajas  magnificando su presencia.  Kali ha modelado un ladrido intruso como diciendo a su manera que te quedes, pero te has ido sembrando la angustia de no verte más que en la computadora donde tengo la suerte de recoger tu imagen en apariciones que no son lo mismo. Uno de los pocos inventos que me reconcilian con este mundo de hoy mecanizado. Un abrazo y he visto caer hechas trizas mis làgrimas pasando sobre ellas. Ya sé que todos nos vamos un día del hogar  pero es imposible  consolarse con eso. Sólo queda esperar que vuelvas y hagas repicar campanitas de alegría en casa inaugurando un nuevo espacio de horas sin pájaros carpinteros que picoteen mi sombra y me vayan quitando de mañanas para dejarme confundida en ayeres como no quiero. 

Tú y u hermana le dieron sentido a mi vida, y yo asistí maravillada  a cuánto dibujo florecía entre tus manos  y no digas que los odias porque no me quedaría nada y amo las cuatro estaciones, los arcángeles y tus vikuñas  porque son bellas y me trasladan a un mundo irreal que dejaste. Ya sé que no me olvidas y más tarde sonreirás desde la pantalla en este domingo separado para la ternura.  Me has dejado melancólica, con los cuadernos que armé con tus dibujos, y sus hojas van cayendo en lluvia obre mí. Allí me encontrará alguna vez, más tarde, cuando los pájaros carpinteros del tiempo hayan terminado su trabajo y el árbol se pierda en sus abismos.  No sé si volveré a remontar los cielos hasta Orietta y Nueva York, porque siempre me olvidas de invitarme.


LA AVENTURA DE KUMARA
                     
Los Andes recibieron con alegría los finales del Pleistoceno. Las capas de nieve que los cubrían iniciaron su retirada. PachamamaMadre Tierra desde la prehistoria, estaba allí, acurrucada, hibernando, en una larga espera. De haberla visto, hubieran pensado que era una niña.
Cuando el mar comenzó a bajar y vinieron los deshielos, ella descendió radiante a los valles, donde los ríos filtraban sus aguas hacia canales subterráneos, llevando una gran cantidad de alimentos.  
Eran muchos,  pero cabían apretados en sus brazos. Las papas tenían el tamaño de una pasa, los frijoles eran como granos de trigo, las raíces de la yuka y el camote liliputienses, como un pedacillo de mondadientes.
Hace más o menos 10,000 años, los primeros recolectores encontraron las papas casi a ras  de tierra y escarbaron centenares de finísima piel para agregarlas a su dieta de mariscos y cangrejos. En el caso de kumara o camote  (que se llamó después batata o boniato en México, Centroamérica y el Caribe), les fascinó sus raicillas ligeramente gorditas y dulcetes.

A estas alturas del tiempo muy poco se piensa del proceso de domesticación. Ahora que en el mundo se consumen “nuevas especies de los Andes como la kihura o kinua y la kiwicha, debía recordarse la hazaña de los domesticadores.
Los primeros cultivos deben haber resultado como de un juego, cuando los remotos habitantes de nuestro territorio hicieron huecos con un dedo, escarbando la tierra con la uña, a manera de lampa diminuta, y colocaron allí los pequeñísimos frutos que un día salvaron del hambre a dos gigantes: China y Africa.
Al principio en tierra áspera, árida, y las plantas se secaron. Entonces, buscaron lugares húmedos, pero también se murieron. Al cabo los irrigaron a gotas y brotaron hojitas verdes que protegían a los bebés de papa, de frijol, de camote, de pallar o de calabaza.
En lugar de hacer un monumento a la ojota, ciertos alcaldes sin capacidad para realizar buenos proyectos, deberían levantar monumentos a los antiguos agricultores de Perú, que siguen dando primicias a la Humanidad a través de sus descendientes.

Kumara, quizá una voz aimara, desdeñada por los españoles, siguió la aventura de crecer. Acompañó al hombre de una altura a otra, se solazó en los espacios fértiles, absorbió la dulzura del agua, se diversificó y contribuyó a su vida. Con el nombre científico de lpomoea batatas alcanza una producción del 83% en China. Se conoce al camote blanco, un poco seco, delicioso; al camote amarillo, de pulpa suave. ideal para el ceviche; al camote morado, de las watias, engreído por las señoras chefas del Ande. Más debe haber una buena cantidad de  variedades que  no podemos contabilizar, porque se investiga poco.
La historia del camote es descrita escuetamente por los arqueólogos, como una curiosidad, entre otros vestigios. Sus laboratorios se pierden —como los de todos los alimentos nativos— en las páginas amarillentas de los milenios. El registro de restos encontrados pertenecen a unos 4,000 años a.C. en trabajos de campo. De 1962 a 1988  en basurales  y grupos arqueológicos, enteros o fragmentados con una longitud de dos centímetros o un poco más.

¡Qué habría avizorado el prehistórico observador para advertir un buen sabor  en raíces parcialmente carbonizadas por fuegos (rayos) caídos del cielo!  En la Pampa de Llamas, Casma, Thomas y Sheila Pozorski descubrieron camotes del precerámico a un metro de profundidad, al lado de paltas, ciruelas del fraile, pallar, achiras, lúkumas, yucas, maníes, ajíes y zapallos.
En el valle de las Tortugas, también en Casma,  los investigadores Donald Ugent y Linda W. Peterson vivieron su propia experiencia, trabajando en Waynuma a unos cuantos kilómetros.
Mama Aqsu y Mama Kumara fueron creciendo mediante experimentos casuales o deliberados. Si la semilla caía y germinaba junto a una cabeza o cola de pez, ganaba en tamaño y su opulencia provocaba placer a los paladares ávidos y los estómagos hambrientos. Si las regaban con cuidado, las plantas se erguían con mayor prontitud, como si llegaran a una pubertad insospechada.
En Pachakamaq, Lima, aproximadamente 1,000 años d.C. ya mostraban una personalidad contundente. En el cerro “Las Tres Ventanas” de  Chilca,  el Dr. Frederic Engel encontró camote con ají y tuna, además de  otros alimentos. En “La Centinela”, dentro del reino Chincha, Ugent y Peterson hicieron similares hallazgos. Los chinchas eran mercaderes y llevaban por el litoral y el interior sus cosechas para trocarlas con otros productos.
Más abajo, en Parakas, otros estudiosos los encontraron como ofrendas en los fardos funerarios de sus gobernantes.  Ya habían  dado un paso a la eternidad en otro nivel, como alimentos para la otra vida.
El Centro Internacional de la Papa reconoce el valor del camote como especie alimentaria básica. Según la tradición las mujeres prehispánicas tenían preferencia por este tubérculo que mantenía lozana su piel, el brillo de sus cabellos y su disposición al amor. Está demás hablar de las propiedades de nuestro peruanísimo camote. Evita la ceguera infantil y le llaman Cilera Abana (protector de los niños) en Africa, posee vitamina C, hierro, sodio, ácido fólico y otros benéficos componentes. Otro regalo de los Andes.   


Alfonsina Barrionuevo

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