domingo, 24 de mayo de 2015

SUBARAURA   
Foto: Fernando Seminario S.
He vivido en Santo Domingo, Cusco, mucho tiempo y jamás imaginé cuánto estoy encontrando hasta ahora. Recuerdo los catecismos dominicales cuando nos reunían a la gente menuda del barrio para rezar el santo rosario; la gran torre cuyas campanas nos despertaban con sus sones al vuelo, la imposición del cíngulo de Santo Tomás de Aquino, las miradas por encima de la reja del huerto dominico que daba a Arrayánpata, las bodegas de la esquina donde compraba pan de Huaro, el pequeño café donde servían muy temprano la nata deliciosa, el colegio mercedario cobijo de chiquillas con uniforme marinero,  pero nada de Subaraura, la gran piedra o wanka que manejaba el sistema pétreo de Qosqo. El torreón del Qorikancha formaba parte del miraje cotidiano sin que se supiera nada más.
Ahora, tiene para mí otra connotación. Cuando miro el muro semicircular amorosamente pulido pienso en una gigantesca roca clavada a varios metros de profundidad, -de tal manera que se creyó que esa parte estaba sobre otro templo prehispánico- porque no se sospechaba su existencia.          

  
En Machupiqchu hay otro muro a semejanza de ése y también una wanka. Pensando en ella me figuro cómo será ésta, magnífica, intocada tal como apareció después de que el lago Morkill se vació. Con su cima coronada de estrellas, soles, lluvias, neblinas. cantos de pájaros. La madre piedra que fue respetada por los Inkas y que hoy se halla oculta y sosteniendo en uno de sus extremos el altar mayor de la iglesia.  Algún día deben quitarse las baldosas que la cubren y dejar que se vea. No atenta contra el templo. Ella tiene su propia majestad. Algo más del Qosqo Inka que puede aflorar para ser reconocida.     



LOS REYES MAGOS DE SAN PABLO

Melchor, Gaspar y Baltazar vuelven siempre a San Pablo, tierra legendaria de plateros en Cusco. Aunque los actores del distrito no sepan mucho de su historia celebran el auto sacramental como hace más de cuatrocientos años.
Para esos días las fraguas se apagan, los fuelles de pergamino de cabra se cierran, y, el cobre de sus peroles se enfría. El 6 de enero con pretexto de la fiesta la gente salió de sus casas, hubo feria de frutas en la plaza y compra y venta de ganado en la panpa del municipio.
También misa, pero el número principal, como siempre, fue la Carrera de los Reyes Magos a cuya suerte se confía la prosperidad o se atribuye la miseria venidera.
Si gana el español o sea el rey blanco habrá abundancia y dinero. Si triunfador es el rey indio las cosechas serán buenas. Si vence el rey negro habrá que soportar la hambruna, dicen los vecinos persignándose para alejar los hados malos.

La mañana suele ser casi siempre lluviosa. Estuve allí cuando Doroteo Tito, el ecónomo de la iglesia, sacó con mucho cuidado al Niño Navidad de su urna, soplando el  polvo y las telarañas que lo cubren. Los comuneros de Rocona, Sunqoña, Chara, Sunchuchumo y Akala, bajaron  las cruces de las apachetas, cubiertas con flores, para que el taita cura las bendiga.

Foto: Alfonsina Barrionuevo
Sólo así podrán atajar al granizo en los días de tormenta. Sus ayudantes arreglaron las andas de Mamanchiq Belenta, la Virgen de Reyes, que en cada carrera anual interviene “regalando favores al afortunado”.
En el atrio montaba guardia el busto en bronce, también trabajo de los plateros sampablinos, del párroco Manuel Ponce que además de rezar refaccionó la iglesia, ayudó a hacer el puente de Santa Bárbara y participó en otras obras públicas que le conquistaron la gratitud del vecindario. Adentro, en la penumbra, se arruman mohosos el Patrón Santiago, un San Pablo penitente y el Niño de Praga o Wawa Wiraqocha.

También enormes lienzos donados en 1676 por Juan Yupanqui y Melchor Tauri y otros tesoros antiguos, casullas doradas y plateadas, manteles de encaje y capas con flecos oxidados, que de tiempo en tiempo los sampablinos dan de baja de común acuerdo.
Hace muchísimos años eran los ricos kurakas de Canchis los que montaban el auto sacramental de los Reyes Magos a instancias de los doctrineros que inventaron mil recursos para aumentar sus prebendas.
El papel de cada uno, me dijo Isaac Aragón, se heredaba como si fuera un mayorazgo de padres a hijos, hasta que fue decayendo. Hubiera desaparecido de no ser don Angel Tito, bachiller a mediados del siglo pasado que tomó con infinita ternura y responsabilidad la presentación de Herodes y los pintorescos monarcas.
En traje de civil arrugado, mustio, casi sordo, don Angel estaba muy lejos de ser el actor ideal para interpretar al orgulloso sátrapa israelita. Pero, había que verlo después, “en su balcón” de la plaza principal en ropa de carácter.
El hombre renacía dentro de la túnica larga, manto de florones, máscara  con barbas venerables y turbante con corona, dejando de ser el anciano ruinoso y apático, para adquirir fuego y sacar a escena una vena histriónica insospechada. Por algo era Herodes desde hacía cincuenta años.
A su lado, como segundón, estaba su secretario de levita, Eloy Cruz, y entre los dos, sólo con ademanes y movimientos de cabeza, lograban entretener a todo el auditorio, haciéndolo estallar en carcajadas. Herodes dictaba, no se sabe qué, y su escribano redactaba el contenido con una pluma de pato marcando puntos y comas imaginarios.
De vez en cuando los dos recorrían el horizonte con su catalejo de dos linternas unidas, para ver si llegaban los reyes y se rascaban impacientemente la coronilla.
Hasta que al son de pututus aparecían por una esquina de la plaza. La estrella de Belén es sólo de hojalata. Alguna vez fue de oro, después de plata y el ángel con alas de crepé y traje blanco era un mocetón que contenía apenas a su arisca cabalgadura. Melchor, Gaspar y Baltazar, cuyos nombres han sido casi olvidados, lucían vistosas capas raídas por el uso y montaban potros cerriles, bien cuidados para la competencia.
El diálogo duraba apenas minutos pero era suficiente para que los chicuelos se enteraran que buscaban al Niño Dios. Luego, todo el mundo corría a la panpa donde ellos ya se estaban poniendo en su sitio.
La Virgen de Belén es siempre “la presidenta” pero el juez de partida es el vecino principal y el juez de llegada un funcionario estatal.
En las vísperas y sin testigos cada rey con su respectivo altomisayoq hicieron los pagos a la tierra, invocando a los manes tutelares de San Pablo, Apus y aukis, para que “amarren” las patas de los caballos rivales y “pongan alas” al suyo.
El acto es de carácter ritual y cada uno tiene que cumplir, no se le puede engañar al tiempo. Sólo quienes triunfan tienen derecho a la prosperidad y a la riqueza, bajo el disfraz de los monarcas orientales que, en San Pablo, corren como vulgares mortales.
El que gana recibe en premio al Niño Navidad para ser su mayordomo al año siguiente.
Según la tradición el año será bueno para las comunidades del rey que gane. Si no, no importa. Los plateros sampablinos, expertos desde antaño, en “acuñar” monedas de plata de nueve y cinco décimos afirman socarronamente que puede ser más negocio acuñar monedas. Esta no es una broma. Son capaces de hacerlas aunque no lo lleven a la práctica.


Alfonsina Barrionuevo

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