martes, 19 de octubre de 2021

 LOS FUNDADORES

Hay varias versiones sobre la fundación del Qosqo. Van algunas entresacadas de mi libro de los Khipus.

En otra historia los hermanos Ayar se sumieron por caminos subterráneos que ocultaron su larga caminata para salir después en Paqareqtanpu, ‘la posada del amanecer’. No se nombra pero ellos difundieron la cultura de la kihura, kinoa o kinua. La palabra de Ayar se origina de ayara, el nombre de una kinua deliciosa, pequeña, que se cultiva en Ayaviri, comentan varios autores.

El relato del encuentro de los Inkas con el Sol tuvo un propósito, aclarar por qué los Inkas se llamaban Hijos del Sol y serían señores. En el caso de los Ayar fue un proceso desde el momento en que debieron abandonar la meseta qolla. Los hermanos solo secundaron a Manko, el principal. El resto, Ayar Kachi atemorizando a los pueblos al convertir los cerros en llanos haciendo alardes de fuerza, Ayar Uchu trepando a la waka que lo sujetó primero y luego lo petrificó para darle sacralidad, y Ayar Auka absorbiendo la fuerza telúrica del valle,  complementaron  el recorrido del primero para la fundación del Qosqo. Pachakuti Inka Yupanki lo tuvo como antepasado y fue a Paqareqtanpu para ubicar la ventana de Tanpu t’oqo de donde salió aquel con sus hermanos y sus mujeres,  designando al cerro como waka. Lo mismo hizo con Wanakauri vinculado con su estrategia para ingresar en un momento prudente al valle.


Juan de Betanzos, soldado rudo, se dio el gusto en la descripción de sus atuendos porque parecían de fábula. ‘Ellos y sus mujeres vestidos con indumentarias relucientes, chuspas, chunpis y mantas entretejidas con hilos de oro; así sus armas, hondas, alabardas y  sus utensilios y hasta los cacharros de cocina.’ La comitiva procuró rodearse de una aura mágica para obtener alianzas con los pueblos del paso y lograr en muchos casos que los siguieran, dejando sus tierras. En el antiguo Perú el brillo y belleza de dos metales, el oro y la plata, causó admiración en los régulos que los consideraron de uso exclusivo para los señores y los templos.  

En el valle del Morkill Ayar Manko apareció majestuosamente, con música y acompañamiento. Asistieron con estupor a la ceremonia de posesión unas treinta familias lideradas por Alkawisa, el señor que se atrevió a amar con su gente la tierra huraña.  

El Inka Garcilaso mencionó a los Ayar sin dar el nombre de su informante, citándolo solo como ‘un tío materno’, quizá Kusi Walpa o Walpa Thupa, que solían hablarle en sus niñeces con melancolía de los tiempos idos. Cualquiera le contó la portentosa historia de un personaje con mucho poder que apareció en el Tiawanaku, a mediodía de distancia del Qosqo, y repartió el mundo entre cuatro hombres o reyes. El  primero Manko, quien recibió el lado del septentrión; el segundo Qolla, que tuvo la parte meridional; el tercero Tokay, a quien le tocó el del levante; y el cuarto Pinawa, al que le dio la región del poniente. No se sabe con qué tenían que ver, tal vez con los cuatro suyus.

LOS ÑAUPAMACHU

Las versiones que siguen son poco nombradas. En 1945 salió de las sombras una prehumanidad, los ñaupa machu. La gente del pueblo q’ero, ubicado en la región anti, le contaron  al antropólogo Oscar Núñez del Prado que en un tiempo sin edad la tierra estuvo en tinieblas, débilmente iluminada por la luna. En ella evolucionaban los ñaupa, hombres gigantescos que derribaban y aplanaban montañas para entretenerse. Ruwal, el espíritu hacedor, que accedió asombrado a sus ritos les manifestó su deseo de aumentar su poder. Ellos, orgullosos, rechazaron su propuesta porque creían que les bastaba con su fuerza. Cuando llegaba la noche el descanso curvaba su espalda y en cuclillas, la cabeza reposando sobre sus brazos, la tierra renovaba su vigor. Frente a su desdén Ruwal hizo surgir una gran estrella, el sol, que los obnubiló, deshidrató sus músculos potentes y los secó. Los que pudieron huir se ocultaron en el fondo de unas cuevas, condenados a no salir, huyendo de la luz.


El Hacedor dejó en el olvido a estos primeros seres humanos, los ñaupa machu, solo hombres, y creó a Inkari y Qollari, una pareja, para poblar el Ande q’ero, entre la puna y la yunga. Ambos debían dirigirse hacia el lugar elegido con tres varas, para lanzarlas con fuerte impulso. La primera cayó en la espesura y se perdió. La segunda se clavó en una ladera donde Inkari fundó un pueblo, Q’ero, en el cual pensó quedarse. Ruwal le ordenó que continuara su camino y como insistió que aquel sería su hogar, porque le nació cariño, se enojó permitiendo que salieran los ñaupa machu sobrevivientes. Ellos removieron unas rocas enormes y amenazaron con arrojarlas para destruirlo. Inkari y Qollari marcharon entonces a su destino y llegaron a una colina. La tercera vara hendió los aires y fue a  clavarse en el centro de un valle tempestuoso donde habría que civilizar a los elementos cósmicos y telúricos. Al terminar su periodo volvieron a Q’ero y después de algunos años se internaron en la selva. Solo sus descendientes, los hijos de la luz, saben qué pasó. 

    Su historia floreció en Paukartanpu, en cuyas punas viven aislados los q’eros. Sus comunidades que ocupan tres niveles: el brumoso y frío de Q’ero, el más templado de Chuwa chuwa y el tibio de Pushkero, conservan increíbles prácticas medicinales, como devolver el ánima a quien ha perdido el deseo de vivir. Para el efecto lo meten desnudo dolo en la cavidad todavía palpitante de una llama, después de quitarle las vísceras, para que absorba su fuerza a través de los poros. Vieja tradición que se torna maga en las manos demiurgas de las mujeres lloqe; en el armado de la más pequeña y la más fuerte de las ofrendas en el nido diminuto de un picaflor; o en costumbres ancestrales como ‘el pedido de la paloma’ a través del diálogo poético de los pater familias cuando hablan de sus hijos.  

MAMA LLOQLLA

En Chinchero, tierra de K’uichi, el arco iris, donde este arquero andino suele cuadruplicar sus disparos, encontré otra versión conservada celosamente en las comunidades por venir de sus abuelos. Sucedió, dijeron, en épocas muy antiguas, con la tierra envuelta en cendales de niebla, sin color aún. Nadie la esperaba en una tarde feroz de vientos encontrados y cielo macilento, cuando llegó con paso cansino una joven mujer que reveló un nombre terrígeno, Mama Lloklla, ia ‘madre aluvión’.

Al notar que esperaba un hijo por su rostro dulce y su vientre abultado sus  habitantes le dieron la bienvenida con cariño. El niño sería de todos y no debía preocuparse por su futuro. Mucho después las mujeres asistieron a su natividad, advirtiendo con sorpresa que en la frente del recién nacido destellaba una pequeña luz, un sol brillante que fue aumentando de tamaño a medida que crecía. Cuando llegó a la mayoría de edad iluminaba el pueblo y lo que es más determinó un cambio en los campos que mostraron por primera vez jubileos de colores. En ellos K’uichi, el arco iris inauguró su presencia estrenando sus dones. 

Al percibir una fuente de luz en Chinchero gente de comarcas lejanas que vivían en la sombra le buscaron. Sus ruegos conmovieron a Malko, el hijo de Mama Lloklla, a quien pidieron que los alumbrase también. Para eso tendría que subir al cielo y dijo que lo haría después de casarse.   

Andando el tiempo se enamoró de Pitusilla, una linda doncella que conoció su destino. La pareja tenía que buscar un valle escondido para fundar una ciudad que se llamaría Qosqo. Las autoridades del pueblo prepararon la ceremonia y celebraron su desposorio. Ya podría fundar la ciudad y se pusieron en camino. El joven que se llamó inicialmente Malko cambió su nombre a Manko Qhapaq, señor todopoderoso. Al cabo cumplió el anhelo de los señores comarcanos, ascendió al infinito y cada día envolvió a la tierra amorosamente dándole luz y calor con sus rayos. Pitusilla tenía que esperar su regreso y como tardaba en volver lloró formando con sus  lágrimas el nevado Willka Weq’e.

Alfonsina Barrionuevo

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