domingo, 4 de octubre de 2020

ESTRELLAS EN LOS SURCOS

En las últimas décadas del novecientos el antropólogo Demetrio Roca Huallparimachi y sus alumnos de la Universidad Nacional del Qosqo recogieron aspectos de la vida de dos comunidades de la provincia de Calca, quienes practicaban las creencias traídas al Perú al lado de las suyas sin abandonar su territorio mágico.

Su lectura fue fascinante para mí porque a través del  informe de Juan de Dios Yábar, Marto Mansilla y César Cárdenas pude advertir el conocimiento que tenían sus pobladores del cosmos y la tierra.

La gente de Ampay y Makay, sabían descifrar los misterios del día y del campo nocturno. Hasta los niños podían marcar su paso en el pestañeo de una estrella, en el tamtam de los tambores de la lluvia o en la diafanidad de los puqyus o manantiales que reflejan las cóleras o júbilos del cielo.

Nadie conoce como ellos los mil rostros del tiempo que cabalga sobre los hombros encorvados del atardecer o se descalza para pasar por puentes de arco iris. Unas veces flor del aire o pájaro de la aurora o canción en la rama de un árbol que comienza a florecer.

¿Quién podría decir cuando nació? Pero, arranca de una eternidad en las cuencas vacías de los muertos antiquísimos o ‘gentiles’ y se proyecta a otra en el fondo de los ojos espectrales de los altumisayuq, sacerdotes andinos tocados por los rayos, que miran más allá de la vida y de la muerte.

Ampay es un pueblo diminuto que se recuesta en una quebrada, al pie de un cerro que parece una señora envuelta en un manto de flores. Sus raíces son  muy viejas. En un tiempo sin edad, cuando sólo alumbraba la luna, la tierra dio a luz, dicen sus habitantes, a unos seres de talla gigantesca, los ñaupa, que habitaban en cuevas. Un día salió el sol y se quemaron. Sus huesos se secan en las grietas de los cerros más sus espíritus, que nunca tendrán fin dialogan en las noches castigando a los osados que perturban su retiro.

Después vino otra humanidad, Son los hombres de hoy que viven al amparo de las montañas. Apu Qorivian, protector de los animales, que también se llama San Juan y San Mateo. Apu Intiwatana que juzga los actos de las gentes y las castiga. Apu Pukara Pantilliklla, señor de la flor del panti que cura a los enfermos que le llevan sus ofrendas. Apu Wakar, que ayuda a los hombres que sufren robos de su ganado acercándose a ellos bajo la forma de un pastorcito alegre y curioso.

En el mismo lugar, un poco más allá está Makay. Una trocha que parte de la carretera principal del Valle Sagrado de los Inkas es el cordón umbilical que une al pueblo con el resto del mundo. Makay que se acurruca a las orillas del Vilkanota, al abrigo de los mismos Apus, está habitado como su nombre lo indica por hombres arrogantes y bravos que viven hoy bajo el signo de la paz.

Su cielo es limpio y en las noches se baña de luz como si fuera un observatorio astronómico, por cuyos lentes pasan astros y constelaciones. Las estrellas ruedan sobre la chakitaqllas terrestres, por el tobogán de los techos y alumbran en la vida de los hombres que leen en el gran libro del infinito como lo hicieron sus antepasados, presintiendo la existencia de otros mundos galácticos y otros seres que ‘algún día vendrán a invadir la tierra aunque no sabemos si será como amigos o enemigos’.

Carnaval de Ampay en Qosqo

Hay conceptos que figuran en la memoria de los pueblos como Ampay y Makay y que merecerían estar en las páginas de los libros como esta definición del cielo llena de sugerente poesía.

‘El cielo es una bóveda de rocas redondas de cristal, que cubre la tierra como la sombrilla de una gran kallanpa (hongo), resplandece de día con el sol y de noche se borda de estrellas. El cielo o Hanaq Pacha es el primer mundo o tierra de arriba donde vive Dios, en un palacio de espejos con su legión de ángeles y santos’.

‘Hay una escalera de piedra, orientada a la salida del sol, que trepa desde abajo entre árboles frutales y enredaderas. Ismael Huamán, de 73 años, enfermó gravemente y subió por ella viendo a la Virgen que tejía con unos qaytos y ovillos de lana. Sin embargo  lo enviaron de regreso porque no había llegado su hora. Por allí van las almas después de dejar sus cuerpos en la tierra y tocan las puertas del cielo. Los elegidos entran. Los otros son condenados a vagar eternamente por las laderas de los cerros´

‘El Kay Pacha, la tierra en que vivimos, declaró Mariano Huaranca, patriarca de ojos acuosos, está suspendida sobre pilares de oro y plata encima de una gran laguna, la Marqocha o Juana Puyka, la madre del agua. Hay un tercer mundo, el Ukhu Pacha o Tierra de Abajo, poblada por las madres o los padres de los seres vivientes que hay arriba.’

Marcosa Manotupa pìensa que el sol es ‘un joven buen mozo, que nunca envejece. Taitanchis Wayna Qhapaq, Señor Todopoderoso’. ‘Los Apus le enviaron para alumbrar el mundo que sin él sería laqa, -oscuro, sin vida.- El destello fuerte de sus barbas y sus cabellos de oro impiden verle. A veces va a pie, a veces en un caballo blanco con herrajes de luces. Cuando termina el día reclina fatigado su frente en el seno de Mama Puyka y se refresca en sus aguas.’

La luna es una niña de plata que camina con su cántaro de agua. Eleuterio Chanpi, de Makay, que no sabe de cohetes espaciales ni astronautas, afirma que ‘es la Virgen que suelta sobre la tierra su cabellera argentada´’. Sebastián Huaranca, de Ampay, asegura que es ‘Erwa’, la primera mujer.

Antonio Cauri, panpamishayuq o sacerdote de Ampay habla de los eclipses como ‘enfermedades que aquejan a los astros por la mala conducta de los hombres. Las “barbas del sol se opacan y la luna se enfría encima de los cerros o se mancha de sangre, contagiando sus males a hombres y animales.’

Las estrellas son luciérnagas celestes, pinchinkurus, gusanos de luz que encienden el ‘farolito de sus vientres.’ ‘Desde la tierra parecen iguales pero son diferentes y sólo nosotros las conocemos,’ revela Santusa Wallpari. ‘Aquí los niños nacen de cara a las estrellas y cuando los viejos bajan a la tierra la visión de ellas es lo último que se llevan en sus ojos’.

 

Alfonsina Barrionuevo

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