EL LEGADO
CHAVIN
Hace
unos años me preocupó (y me sigue preocupando) que se hayan reducido la
información de nuestras culturas en los textos escolares de historia. Pensé entonces
publicar una serie dedicada a su grandeza. El cuento de Chavin pertenece a esa
serie que inicié con muchos sueños. Me encanta haber abordado la construcción
del templo de Chavín con todo lo que se encontró allí después de un aluvión que
lo cubrió. El diálogo de un señor chavin con su oficial arquitecto hace miles
de años es sencillo, como si se hubiera escuchado en un celular de piedra.
Pensé como muchos peruanos que las cabezas clavas habían sido hechas para
infundir terror. El medico geriatra Fernando Corzo me dio una versión extraordinaria
desde su especialidad. Se dio cuenta que mostraban los ciclos humanos de vida.
Sobre otros monolitos me pasé días viendo los dibujos de los libros del arqueólogo
Cristóbal Makowski. A simple vista parecen jeroglíficos, quizá hay algo menos complicado pero
importante en ellos. El tiempo es un enemigo, siento que en algún momento
atropella. Soy afortunada de caminar a la inversa, retrocediendo para capturar
sus secretos.
LOS MAESTROS
DE LA PIEDRA
-Karwa, un día fuimos un pueblo muy grande.
Hasta que viajamos buscando un nuevo territorio –dijo el señor.
Desde entonces ha pasado mucho tiempo.
En el camino han quedado huellas de nuestro
paso.
Este lugar, entre dos ríos, me parece
apropiado para dejar una obra que descubra como fue el medio ambiente donde llegamos.
-¿Qué quieres que haga, padre mío? –dijo el arquitecto.
-¡Vamos a levantar un templo!, exclamó éste
con energía, así las gentes que lleguen de otras partes sabrán de nuestra vida,
de nuestra fuerza y de nuestro arte.
-Estamos avanzando en los trabajos y este
personaje me gusta, -comentó con entusiasmo.
-Lo he visto en mis sueños. Está clavado en
la tierra y sostiene el techo de piedra en esta galería subterránea.
Es un guardián y lleva una cabellera de
serpientes como distintivo.
Su rostro es fiero con los colmillos que
asoman en su boca y el murciélago que abre sus alas en su frente. Sin embargo
su sonrisa es amistosa. Usa pendientes
en las orejas como nosotros, collar, brazaletes, faja en la cintura que
sostiene el faldellín y tobilleras.
Su brazo que se alza hacia arriba y el otro
que señala hacia abajo unen ambos espacios.
¿Karwa, qué me propones para la portada que
dará frente a la plaza?, preguntó ansioso el señor al jefe de sus
constructores.
-He pensado en columnas circulares con
grabados finamente tallados. Encima pondremos una piedra larga. En la parte
frontal, como si aguardaran el momento de levantar el vuelo, tendremos una fila
de esas águilas que son tan bellas como feroces y otra fila de halcones.
El poderío de sus alas y sus garras es
formidable -, fue su respuesta.
-Me gusta la idea Karwa, tú adivinas mi
pensamiento -, asintió satisfecho el señor.
-¿Padre mío, dónde estaremos las mujeres que
llevamos en nuestro corazón la semilla de nuestro pueblo?-,preguntó Airín, su
hija, que entró llevando en una fuente choclos recién hervidos.
-No necesitas la piedras Airin. Ustedes, las
mujeres, están en el canto de los pájaros, en el perfume de las flores, en los
espejos del agua, en la dulzura de los frutos, en el crepitar de los leños, en
nosotros los hombres.-Tienes razón y me gusta ser agua, flor, fuego o fruto.
-Sabes, amigo –le dijo un día el señor Karwa –estoy pensando que la vida de los
hombres siguen el mismo ciclo de la naturaleza.
La pubertad es como la primavera, un
florecer; la juventud tiene el esplendor
del verano; la madurez se parece al otoño y la vejez al invierno. Esos ciclos
pueden estar representados por cabezas de piedras clavadas en los muros del
templo.
¿No te parece?
-Tus indicaciones, padre, conducen mi mano. Todo lo tienes pensado.
-Esas cabezas de piedra hay que ponerlas de
acuerdo a su edad. En el muro anterior las más jóvenes. Ellas recibirán la
primera luz del amanecer. ¿Me entiendes, Karwa?
-Sí, señor. Tienen que mostrar un rasgo de
ferocidad. Los colmillos del otorongo o jaguar en la boca y serpientes en sus
cabellos. La gente que venga de otros lugares a intercambiar productos, telas,
cerámicas y adornos de metal debe respetarnos. Quiero que sientan nuestro
poder, la energía de los guerreros.
-Te prometo que su vista hará temblar su
espíritu. Al verlas sentirán miedo.
-¿Dónde quieres que vayan las demás?
-Ellas estarán en el muro posterior y
recibirán el sol del atardecer. Los ancianos representan la sabiduría.
En otra piedra entrara esa terrible criatura
de los pantanos, el caimán negro.
-A los escultores no les gustará trabajar al
reptil de cuatro patas y mortales colmillos. En sus fauces ¿Recuerdas cómo nos
atacaba?
-Ese animal es poderoso y llevará sobre su
cuerpo cuanto existía en nuestro mundo. Lo pondremos vertical. En lugar de su
larga cola tendrá la de un pez y estará haciendo contacto con el cielo.
-¿Te parece que lleve en la cabeza la
brillante estrella que alumbra la noche?
-Está bien, Karwa.
-Será grandioso, exclamó Karwa. –En su piel
graficaremos también las aves, las flores, los monos, los caracoles gigantes
que dan mucha carne, los peces, las serpientes y también el ají, la yuka, el
maní, la calabaza, la achira y los yuyos.
Te traje un regalo Karwa. Están trabajando
mucho. Pronto el edificio estará terminado.
-Airin, me gustaría copiar tu hermoso rostro
en la piedra, pero no quiero que proyecte terror. Es muy dulce y lo llevo en mi
corazón. Te amo.
-Y yo. Cuando termines esta gran obra,
formaremos una pareja.
-Los músicos duplican nuestra fuerza con la
alegría que hay en sus instrumentos, mitigan la sed, el hambre y el cansancio.
-La música es fuente de energía.
Ellos merecen un espacio sagrado dedicado a
su arte.
-¿No te parece, Karwa?
-Creo que has pensado en todo.
-Estoy contento con el trabajo realizado.
Cada escultura es un registro de lo que hay en el cielo, la tierra en que
vivimos y la que está debajo de los manantiales y los ríos.
Mira Karwa, este grandioso monolito es justamente
un señor con sus cetros de mando, que en realidad son dos plantas de maíz.
-Siento que hemos cumplido, señor. Las
generaciones futuras de otros pueblos no olvidarán la grandeza de los chavin.
Alfonsina Barrionuevo
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