SEMILLAS
QUE DAN VIDA
Hace milenios, cuando el altiplano
del lago Titiqaqa era solo uno, la vida fue arrasada en todos sus niveles. Una espantosa
sequía calcinó hasta las orugas de sus pajonales. Las estrellas apreciaron
desde el cielo la desesperación sus
habitantes y se decidieron a intervenir al ver que se disponían a emigrar,
buscando la benignidad de otro clima.
Hablaron entre ellas y las estrellas
más pequeñas fueron elegidas para salvarles. En la última de sus noches se dio entonces
una lluvia de luces que bajó del espacio. Los hombres se sorprendieron al
hallar en la mañana siguiente planicies llenas de una escarcha comestible. La semilla
prodigiosa que quedó y fue sembrada recibió el nombre de jihura, que quiere decir
muerte, luego jiura y kihura, ‘semilla que da muerte a la muerte’ o ‘semilla
que brota de la muerte’, palabra que los españoles pronunciaron como kinua.
Los granos espaciales, según me
refirió el profesor José Portugal Catacora, en uno de mis viajes, fueron colocados en los surcos y los
cuidaron con mucho cariño. No podían perderlos y lograron, cosecha tras cosecha, una
diversidad de semillas agrupadas en unas mazorcas que llamaron pulas o pulis.
Creo que la valoración de la kinua,
que ahora es un grano de exportación, no estará completa si no se considera a
los pulis, la mazorca tratada en una época antigua para el futuro de la
Humanidad.
Al estar relegada, siendo su
producción sólo de autoconsumo, no se tomó en cuenta el proceso de su
domesticación escrita musicalmente en el altiplano, cuya riqueza de pentagramas
es fascinante. La observación de los domesticadores acerca de su crecimiento
hasta culminar en su recolección fue anotada
de esa forma.
Los pulis representan un conjunto de
danzas, con una singular variedad de vestimentas y coreografías, conque los
agricultores celebran cada estadio agrícola, al son de la qena qena, sara qena
o qenacho y tambor, según comprobación del músico Virgilio Palacios.
“A este fenómeno de identificarse con
un fruto de la tierra, decía el insigne
maestro, se le llama ‘llipi.’ Los hombres pulis vuelven a vestir sus galas en
las grandes fiestas, añadiéndoles “una especie de capa que cubre capa o especie de orgullosa coraza
entre el pecho y la espalda confeccionada con piel de jaguar o de puma. Bien lo explicaba Portugal Catacora cuando
analizaba las danzas de los puli pulis, chatripulis, qarapulis, awkipulis y llipipulis, que se
organizaban en el siglo pasado en las comunidades de las partes altas o
hanansaya donde crece la kinua real de grano grande; y también de los urinsayas, donde el grano es
pequeñito, dulce.
La danza de los puli pulis es una
expresión de alegría de las comunidades ante la aparición de los primeros brotes, pulas, racimos o espigas. “Sobre el traje dominguero, escribió el profesor, autor de un libro de
danzas representativas de Puno, llevan
un pañolón atado al cuello con las
puntas cayendo sobre la espalda y cintillos en el sombrero. Los colores de los
pañolones son verdes y rojos simulando o reflejando los colores simbolizando
las hojas que son verdes con jaspes
rojos.”
Aproximadamente a las dos terceras
partes de su desarrollo, cuando las plantas van ganando altura y los racimos
“se abultan y se presentan turgentes,” prometedores, los chatripulis salen para
incentivarlas, rodeándolas. Al asumir
este rol ellos agregan a su atuendo anterior unos pollerines de gasa blanca
plegada semejante a la que recubre la
caña del tronco y los racimos. “La partícula chatri, acota Portugal Catacora,
significa algo así como las hojas que envuelven a las pulas”. La planta se
yergue hermosa y los bailarines tratan
de parecerse a ella con su indumentaria.
Casi al finalizar su etapa de
crecimiento hay como una sensación de preñez en el aire, de poderío, que se
siente con regocijo. Los bailarines llegan a su mayor engalanamiento. Un
momento en que plantas y hombres fusionan su espíritu desbordando energías. Las
pulas aparecen cargadas de millares de granos diminutos, de brillantes colores,
“blancos, rojos, amarillentos, plomizos
y aún negruzcos”. *
Los awkipulis se engalanan como si
fueran pulas humanizadas, tratando de semejarse y recargando su atavío con ‘una especie de
corona de paja torcida y forrada de verde y rojo, de la cual penden zarcillos
de cuentas de cristal’ que cubren su rostro risueño, para embriagarse en color
y movimiento.
La cosecha es el acto final y así
como se desviste a la kinua, se le desnuda, dejándola qara, tallo pelado, los qarapulis vuelven a su
sencillez cotidiana, sólo con cintillos verdes y rojos en los sombreros.
La recopilación de José Portugal
Catacora es fundamental, permite rescatar el auténtico nombre de la kinua, jiura o kiura, y de sus bailarines, los pulis,
así como copiada en pentagramas por Virgilio Palacios. En la leyenda una
rendida gratitud a las estrellas que se modificaron para germinar en la cordillera, convirtiéndose en grano estrella.
Ella ha conquistado un lugar de
bandera entre los alimentos. Falta
reconocer a los pulis que lucharon para aclimatarla en los yermos
gélidos. No es justo que sus danzas se encuentren en vías de extinción. Aún se
practican algunas en Chucuito, Melgar,
Carabaya y Lampa.
Alfonsina Barrionuevo
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