domingo, 12 de julio de 2020


AGUAS MAGICAS

En invierno, mientras fuertes ventarrones agitan  las flores de los eucaliptos, una arteria gruesa, barrosa y caliente, salta  a un costado del cerro La Botica, a corta distancia de Cachicadán, distrito de Santiago de Chuco, La Libertad. La fuente debe estar  oculta en su interior y se abre paso en querella con el día. En tiempo de estío, en su falda, rodeado por muros de cemento, otro manantial bosteza haciendo globitos intermitentes que revientan dibujando una  ‘o’  sobre su piel cálida. Su corriente se desliza por el campo en  canaletas con los pies descalzos, dejando huellas de vapor  en su curso que son más altas cuanto más temprano.
Cachicadán, con su arco blanco de tejas rojas que da la bienvenida o despide al visitante  deseándole ‘feliz retorno’, es tierra de termas ferruginosas y sulfurosas certificadas por el sabio naturalista Antonio Raimondi en 1850. Sus vecinos y visitantes disfrutan  de su principal atractivo. La voluptuosa caricia del agua que ejerce acciones saludables cuando hay reumatismo, problemas gastrointestinales, dermatosis y otras molestias, relajando también las tensiones con un abrazo benéfico. 
CHIQUIÁN Y SUS AMIGOS / Armando Alvarado Balarezo (Nalo): RUMBO A ...Al atardecer y en noche de luna el ojo tiene ‘encanto’. No hay que dejarse provocar por su aura mágica. Hace cincuenta años, recién casada, Luzmila Carrión fue con su jarra para llenarla y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó. En la noche soñó con una bellísima mujer, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la tarde siguiente los árboles susurraron dulcemente el llamado a sus oídos. En la tercera noche la dueña del agua volvió a aparecer ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio cómo se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella hasta vencer sus artes con puro amor.
Muy cerca, en Huaraz, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro llamado akusha que se junta al fondo es un prodigioso cosmético, aseguran las señoras del campo. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar  las manchas del rostro, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo.
En el cerro La Botica, y a esa cualidad se debe su nombre, crecen una infinidad de hierbas medicinales, obsequio de su dueño o señor a los hijos del lugar.  La variedad de especímenes que brota a cada paso haría la delicia de un botánico acucioso. Para encontrarlas, dice Luis Quispe Valverde, quientapa recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el corpusguay para curar la sangre hay que hacerle un regalo. Pedir permiso con una tapa de chancaca, un cigarrillo, coca y flores, al entrar en su territorio, es obligatorio. El señor del gigantesco vivero natural de plantas curativas, donde también hay zorros y algunos ofidios, es generoso pero le gusta la correspondencia. Como es su heredad, siente la falta de cariño, la indiferencia y si no saben cuál es la costumbre o se olvidan de hacerle una ofrenda dificulta  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita  hojas y flores.

Al frente los cerros se arropan en mantos de color. El paisaje, oración polícroma  que se combina con el cielo, enciende las pupilas de acuerdo a la luz del día y a las estaciones del año. Hay bosques de eucaliptos y su fragancia abanica los pulmones. Cercados de cactus azules y otros de verdes esmeraldas surgen por doquier. Cuando amanece  el silbo de los tordos pone música en la campiña.

Viajes: Cachicadán, un paraje de ensueñoQuién podía imaginar que en Cachicadan ‘vive’ sin dejarse sentir Katekill, el soberbio señor del rayo y la tormenta, a quien buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles. Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill, similar del Illapa Inka podía anegar los campos o provocar las sequías. Su morada debe estar en el cerro de las aguas termales y las plantas medicinales, observando desde arriba, intocado, ajeno al sincretismo.
Las calles de subida y bajada no lo alcanzan. La Virgen del Carmen, patrona del pueblo, entró al valle tibio con los agustinos por 1797. Su iglesia se construyó después porque era sitio poblado y allí queda un registro de bautizos, matrimonios y defunciones en libros de viejos pergaminos. San Martín de Porres llegó mucho más tarde y entró  en manos de Rosa Acceda, una devota reumática que se curó con su fe y con los baños.
La gente lo adoptó como "hijo ilustre" después de varios hechos portentosos y se formó una hermandad en 1941. Hoy lo celebran cada 9 de noviembre, con alba en el día en que baja de su altar y festivo paseo de vacas, patas y cabezas adornadas con limones, flores y billetes. En el día de doces o vísperas, con jubilosas danzas de pallos, quiyayas, pishpillas que bailan tocándose la cara, turcos y canasteros, juegos artificiales y serenata de bandas. En el día del día  procesión grande y quema de castillos en la noche. Así hasta la octava con la promesa de volver, "si Dios nos presta la vida hasta el año venidero."

El árbol del eucalipto: características y usos
El ayni o ayuda se practica hermosamente. Las familias colaboran voluntariamente. Pueden ser  vaquillas,  chanchos,  carneros,  cuyes, fuegos artificiales,  sacos de maíz,  papas, trigo, arroz, azúcar, mazos de chancaca, cargas de leña y también donaciones de dólares y soles.
En esos días los caminos se llenan de peregrinos, ansiosos por deshojar sus alegrías y sus penas ante el santo, abrazar a sus parientes, visitar a sus amigos, saborear las primicias de la tierra,  jamones que saben a gloria, ocas dulces soleadas, cancha tostada, revuelto de papas, arroz de trigo, lenteja lino, manzanas, membrillos, quesillos con higos en almíbar, y gozar en las pozas, a flor de todos los poros, la calidez de esas aguas taumaturgas que los devuelven a felices tiempos.
José Alvarez Blas, hijo ilustre de Cachicadán, copió sus paisajes en sus lienzos y los capturó también con su cámara fotográfica.
Alfonsina Barrionuevo

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