LIMEÑOS ALUCINANTES
En las alturas de Huarochirí la baja temperatura impregna el aire…
Tenemos que convivir con el virus sin dejar de luchar. No dejarse vencer
es adaptarse a su temible presencia, sin bajar la guardia. En un principio la mascarilla,
prenda esencial en la defensa, fue absolutamente blanca. El virus ha obligado a
las personas a ser anónimas, esconderse tras ella, para no contagiarse. Al cabo
de los meses de aislamiento el ingenio popular le ha dado color. El lápiz de
labios de las damas ha sido dejado de lado, en recesión. En cambio las
bordadoras, de norte a sur del territorio, han tomado la mascarilla volcando su
inspiración en el indigesto tapaboca. Ahora, en el lugar donde estaba la
sonrisa ponen una flor. ¿Cómo lo quieren, un clavel, una rosa, un amapola? Las
chicas que atienden en la discoteca, hoy minimarket, le han añadido un gracioso
gorrito que las protege también del frío. El antiguo sombrero con un velo
cubriendo la mirada reaparece modernizado con el velo/mascarilla que deja
espacio para los ojos y se convierte en bufanda. Los caballeros con calva están
de plácemes con el gorro a lo Ricardo Palma o el kepí.
Las ingas |
¿Algo más? La iglesia católica está pidiendo protocolos. Necesarios, el culto,
la misa, los bautizos, las bodas, tienen que seguir. A reinventarse, bajar el
aforo de las iglesias. No se trata de reuniones infringiendo las disposiciones.
Una propuesta siempre será bienvenida.
En las alturas de Huarochirí la baja temperatura impregna el aire. El aliento se convierte en
una nube. Los estiletes del frío se clavan en el cuerpo. El invierno congela
hasta el ichu de los pajonales de Chankuya. Las viskachas se acurrucan en sus cuevas y no saludan al padre Sol. El mal
tiempo castiga a todos los seres vivientes de la puna sin distinción.
¿Habrá que calentar las manos de Santa Rosa de Lima, patrona de la
provincia? Alguna buena devota le tejió unos guantes de lana y ella sonrió en
la penumbra de la iglesia de Santa María de Jesús de Huarochirí. La
bienaventurada limeña se encarga de proteger los frutales de las partes bajas.
Subiendo de Lima, a medio camino, hay chacras dedicadas al cultivo de manzanas
en Langa. Los agricultores de tierra tibia como Wanqata esperan el milagro de
una carretera de doble vía para sacar sus productos en cantidad. En los árboles
se quedan deliciosas paltas, chirimoyas y manzanas que no se cosecharan.
Cada treinta de agosto hay feria
en la plaza de la entrada. Al mismo tiempo que las frutas los huarochiranos
venden dos variedades de quesos. Unos pequeños, envueltos en paja, si las vacas
son propias. Otros, del tamaño de un adobe de varios kilos si los animales son
de la comunidad. Los
visitantes compran un kilo o dos para saborearlos en su casa.
La imagen de la santa sale en procesión el día de la fiesta y a la hora
del almuerzo los mayordomos ofrecen el
humeante ‘pari’ tradicional. Un caldo refocilante que se sirve con una piedra
que se calienta al rojo vivo y hace hervir su contorno. Una gloria del pasado,
pues, se trata de un plato prehispánico. La tarde se engalana con la danza de la cuadrilla de las ingas. El Qhapaq Inka y sus ñustas llevan sobre
el rostro unas máscaras ‘sui generis’ que consisten en un cortinaje de
rutilantes monedas de plata, la única forma, dicen con respeto, de representar a
los señores de un imperio. Al atardecer
pasea por sus calles Warirumu, viejo personaje de una vieja edad.
El vocablo Huarochirí, según Julio C.Tello, que nació allí en una casa
que todavía existe, significa ‘tierra fría de altura’. Tello, el último de
cuatro hermanos, fue hijo de un campesino amante de sus tradiciones. ‘Mi abuelo
lo hacía levantar a las tres de la mañana para pastar el ganado, con mi madre
que tenía seis años y así templó su carácter’, relataba Oscar Santisteban Tello,
hijo de su hermana Elena.
El futuro Padre de la Arqueología Peruana estudió medicina y se graduó
en Inglaterra. Fue empleado de la Biblioteca Nacional
siendo director Ricardo
Palma y se apasionó por la arqueología al ver en una revista
de la Smithsonian fotografías de unos cráneos trepanados de Huarochiri, Choykoto,
Shakeuma y Karwaytuve.
Amante de su pueblo siempre lo visitó a pesar de los inconvenientes del viaje por una trocha
fragosa y polvorienta que llegaba hasta la mitad del camino, debiendo continuar
la dura jornada a caballo. ‘A él le gustaba mucho ir a los baños termales de
Kornaya’, decía otro de sus sobrinos, Francisco Cuéllar Tello. Sus paisanos lo
recuerdan con una hermosa plaza
custodiadas por arrogantes pumas chavin, con un muro de cabezas clavas.
En tiempos pasados, la provincia fue uno de los asientos de los belicosos
yauyos, escribe Teresa Guillén de Boluarte. En 1534, Fernando de Soto y Diego
de Aguero fueron los primeros en penetrar en la región. En 1586, en
tiempo del séptimo Virrey, Fernando Torres de Portugal, Conde Villar Don Pardo,
se estableció un pueblo como capital de la provincia de los Hanan Yauyos, con
el nombre de Santa María de Jesús de Huarochirí, quedando en el camino que iba
de Lima a Huamanga y Cusco. Fue el
tercer Repartimiento integrado por los pueblos de Sisikaya, Chorrillos,
Chankaruma, Cheka, Huarochirí y Kinti.
‘Cuando llegaron los españoles había diez mil indios tributarios, entre
18 y 50 años de edad, y una serie de creencias, pues Huarochirí era tierra de ‘magos’.
En 1601, siendo cura doctrinero de San Damián, Francisco de Avila lo visitó con
José de Arriaga. Catequizados a sangre y fuego los huarochiranos se
convirtieron aparentemente. El espanto de Avila fue enorme al descubrir que mantenían
sus cultos embozados bajo las ceremonias cristianas. Su celoso afán dio un giro
inusitado al dar paso al sincretismo.
Huarochirí, con treinta y dos pueblos, es una provincia que supera su
aislamiento. La relación de Avila hecha en qechwa y traducida al español por el
escritor José María Arguedas con el nombre de ‘Dioses y Hombres de
Huarichirí’ es tema de numerosos
estudios. El australiano Gerald Taylor, quien aprendió el idioma inka para leerla,
hizo una segunda traducción.
A través del manuscrito que se ha hecho famoso se descubren personajes
sobrenaturales que arrancan de su medio geográfico. Tal el caso de Wallallo
Karwincho, el dios autoritario, controlador de la natalidad, que exigía un niño
para devorarlo cuando nacían mellizos, y al que se atribuía el poder de fructificar
la tierra con su órgano seminal. Aunque Huarochirí se tornaba florido con su
presencia era muy temido. Su opositor fue el majestuoso nevado Pariaqaqa, deidad
guerrera de cinco cuerpos, quien le presentó
batalla. Su encuentro fue épico y lo venció luego de una tremenda persecución
que remeció cielos y tierras porque eran elementos desatados. La roca golpeando
a Wallallo-fuego, el viento azuzándolo, la lluvia, el granizo y la nieve
envolviéndolo en anillos huracanados lo obligaron a huir hacia las heredades de
los wankas de Junín, condenándole a comer perros en lugar de niños. Los
huarochiranos rinden homenaje a Pariaqaqa en Mulluqocha, la laguna de las
ofrendas, para que proporcione vida a los campos.
Otros personajes sobrenaturales como Wanpu, Kuniraya Wiraqocha,
Soqtakuri, deidad de siete potencias, Uchuchullko, pequeño guardián de la fauna
silvestre y otros, comparten su fabulosa existencia con los setenta y tres mil
limeños que habitan su alucinante geografía. Limeños realmente alucinantes de los
picos nevados, punas, planicies, quebradas,
valles, roquedales, desfiladeros, lagunas, ríos, manantiales y bosques
acuáticos, donde unos y otros mezclan, sin tiempo ni medida, sus sueños y sus
pesadillas.
Alfonsina Barrionuevo
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