LUCHO REPETTO,
DE LOS CHACHAS AL CAIRO
Hoy, cualquier día, cuando el fuego
me convierta en un montoncito de cenizas, derrámenlas en los caminos para que
los niños jueguen con ellas… y agregó, pero, cuidado con mis pensamientos.
Dejó de leer y volteó la página para
viajar del reino de los chachas venerables, Chachapoyas, al Cairo, Egipto, donde
exhiben las fabulosas piezas que acompañaron a los faraones en su último sueño.
Allá disfruto del trote en un dromedario y mandó a sus amigos abrazos
dromedarios o sea, kilométricos.
Un mediodía Lucho, Luis Repetto
Málaga, recordó con cariño sus inicios en la casona señorial del jirón Camaná. En
las aulas con rumor de voces juveniles descollaba
el verbo encendido de Mildred Merino de Zela. Apasionada del folklore, ella lo
introdujo en el mundo del arte popular que los limeños de esa época se
empeñaban en desconocer. Los artistas que llegaban de Puno con los hermosos toros
vidriados no se atrevían a pasar más allá de la plaza del Porvenir.
Lucho admiró su insistencia y cruzó
tantas veces el zaguán con la imagen de la Virgen Lectora y la escalerita
enramada al borde del patio, que al cabo
se quedó. En 1975 cuando los enemigos del arte popular objetaron que se diera
el Premio Nacional de Cultura al retablista Joaquín López Antay, Mildred levantó
a la intelectualidad también nacional en su defensa. Como una valiente
consecuencia en 1979 logró que se inaugurase con el apoyo del historiador José
de la Puente Candamo el Museo, entonces de Arte Popular del Instituto Riva
Agüero de la PUCP, donde él, según me dijo, comenzó su carrera y encontró un segundo
hogar.
En una Lima rodeada de verdura, sin
más chirrido que el de los tranvías, el de Barranco y los urbanitos, desplegó su
sed de horizontes buscando los testimonios vivos de la continuidad del arte de otras
épocas en manos creadoras. Durante años no se le encontraba mucho en Lima, pues
estaba en cualquier parte del país adonde iba en poncho, chalina y sombrero para
arrostrar el polvo y el frío de los caminos. En una ocasión cuando se abrió una
exposición de homenaje a Doris Gibson, fundadora de la revista ‘Caretas’, no
llegó a tiempo porque una lloklla, aluvión, lo retuvo en Recuay, Ancash.
El estirón de Lima de aldea virreinal
a urbe populosa remeció su espíritu con
los cambios imperantes en su etapa de modernización. Le tocó asistir contrariado
al destrozo/ despedazamiento de los últimos balcones antiguos que tanto quiso
proteger el quijote florentino Bruno Roselli y al desalojo de la Peña Pancho Fierro que albergaba las
valiosas piezas de arte popular que Alicia Bustamante recogió peregrinando olvidadas
comarcas, par dar paso a un insípido y anónimo edificio de oficinas.
En una entrevista en el 2015, en Pax
Televisión con motivo de la muestra ‘Alfonsina Total’, la nostalgia invadió los
últimos minutos al hacer un rápido recuerdo de las actividades realizadas por
el Museo de Artes y Tradiciones Populares de Riva Agüero en Lima, las provincias
y en el exterior; exposiciones itinerantes, mesas redondas y conferencias que enaltecían los valores culturales de cada
lugar, y el incremento de su colección con las
colecciones emblemáticas de Elvira Luza y Arturo Jiménez Borja de
máscaras y trajes de danzas tradicionales, de Pablo Macera, Mariano Benites, Guillermo
Ugarte Chamorro y Alfonso Respaldiza, entre otras. El Museo mantuvo siempre las
puertas abiertas, política que trato de imprimir a los museos que en ciertos
días reciben a visitantes inusuales que
quieren sublimar su espíritu con la contemplación de obras de arte perenne, de
los antepasados y los nuevos talentos.
En su gestión Lucho obtuvo maestrías
de museología en Bogotá y Ciudad México que dieron vuelo a su natural disposición
para impactar al público con las muestras que se efectuaban dos o tres veces al año. Su organización impecable,
secundado por un equipo eficiente, con Claudio Mendoza, cuidaba desde el
planeamiento de lo que iba a ir en las siete salas del segundo piso del
instituto hasta las invitaciones y catálogos. En sus ambientes los arcángeles de cuellos largos de Hilario
Mendívil poblaron de color los grises días invernales, los ch’ullus del Sur generaban
una sensación de abrigo y la evocación artesanal de Santa Rosa de Lima un toque
de serenidad. En
el desarrollo de la cultura peruana, decía, hay dos elementos principales, el
mate o calabaza que se presentan sin interrupción desde Caral, 5,000 años, y la cerámica; y un doble hilo conductor
a través de nuestro algodón y el pelo de alpaka.
En la sangre de sus padres, él de Huánuco
y ella de Arequipa, Lucho hallaba como herencia sentimientos bien definidos por
el arte y la tradición de nuestros pueblos.
En sus días de colegial, cuando vivía en la Magdalena, entabló una
relación de amistad con la waka Wantili, escenario de sus juegos, donde lo
buscaban en las noches con linterna porque le gustaba quedarse en su cueva. En
Pueblo Libre, ya estudiante de la Unidad Bartolomé Herrera le atrajeron las ferias
artesanales de La Marina donde encontró otras gentes de diferente indumentaria,
que hablaban otras lenguas, el qechwa y el aimara, que vendían lindas cosas y
despertaron su interés de conocer las tierras de dónde venían. Con el tiempo
fue un hombre puente, así se llamaba, que introdujo a los artistas populares en
la ciudad.
Presente en muchas Semanas Santas
confesaba la emoción que sintió en la capilla del Señor de los Temblores del Qosqo.
Subió a su altar para ayudar a bajar la santa efigie y al tocar al magro Cristo
a quien aman tanto los cusqueños lo conmovió la fuerza que emanaba de su cuerpo.
Las cruces de mayo estuvieron en Riva Agüero, presentes en los retablos de los
seguidores de López Antay, como en las
bellas estampas que desplazaron a los cajones de San Marcos, el patrón de los
ganaderos. Inspirador del Museo de la Marinera de Trujillo no perdió de vista a
los elegantes campeones y también a las
mujeres del campo que podían hacer gala de su destreza bailando con un cántarillo
rebosante de chicha en la cabeza, sin
derramar una gota.
En noches de verano, hermanas de las
noches en la waka de su infancia, Lucho
guiaba a grupos en los circuitos que diseñó en el Cementerio Presbítero
Maestro. Sabía mucho de los personajes que duermen el sueño eterno en artísticos
mausoleos de siglos pasados y también de
ilustres que excepcionalmente están allí enterrados. En el momento final nadie se
lleva bienes materiales, Lucho se llevó vivencias de una vida ricamente vivida
y tal vez en el último segundo el Taitacha del Qosqo le dio su bendición.
Alfonsina
Barrionuevo
Excelente semblanza de Lucho. Gracias.
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