PIRGUSH,
EL PAJARITO
SIN PLUMAS
El Perú ha sido
durante siglos el consumidor ideal de literatura de niños de Occidente. Nos
hemos criado con cuentos infantiles adorables de Perrault, Andersen, los
Hermanos Grimm y otros. Nos han deleitado y hemos tenido involuntariamente
‘tapa/orejas y tapa/ojos’ para los nuestros. En los Andes* existen una
infinidad de historias que conjugan la realidad con una fantasía desbordante. Relatos que describen paisajes naturales y paisajes humanos de sus
diversos pisos ecológicos. En mis recorridos periodísticos encontré muchos que
me encantaron, decidiendo un día ponerlos
en letras de molde en este nuevo siglo. Cuentos que los abuelos y abuelas de los pueblos contaron a sus nietos por
generaciones. Los cuales, recreados en un buen formato y con dibujos atractivos,
podrían entretener a los pequeños lectores, descubriéndoles la riqueza de un
mundo pleno de imaginación, con una variedad
de tradiciones costumbres y vestuarios propios de cada región. Algunos temas aleccionadores como las buenas
consejas de las lechuzas que son sabias, otros enteramente fantásticos o referentes
a características curiosas de nuestra flora y fauna, tal como la guerra que
organizó una orquídea o rarezas de murciélagos, entre quinientas especies, que
comen frutas, se dedican a la pesca para almorzar o chupan con sus largos picos
el néctar de las flores.
Pensé que los
niños tendrían una lección con los apuros del pirgush, un pajarito friolento,
sin plumas, que solo tiene un ropaje de
pelusa por holgazán; los aprietos de Asa, la
neblina, Wayra, el viento y Lunto, el granizo, que querían volver a jugar
en el campo; los ardides del picaflor para ganar en un campeonato de aves; los
afanes de la sirenita de la Saraja para salvar a su pueblo y la alegría
vivificante del Niño Dios saltando el plik plak en un monasterio de clausura.
Los niños de la
ciudad conocerían detalles de la vida en el agro, el anuncio de las lagartijas de que va a
llover en los golpes morse de su colita en la puna o las rondas de los kivios,
aves limeñas que dan vueltas hasta que caen embriagadas por el vértigo con las
patitas para arriba; los saltos acrobáticos del sapo walo, el más grande de la
omagua, o la iluminación de los senderos
por los pinchinkurus, luciernagas magas
que se convierten en estrellas.
Es necesario que
los conozcan todos los niños, aunque en
dibujos, porque deben saber cuánto hay en el Perú para afirmar su identidad. Lo
dijo en el libro ‘Cusco Mágico’ el periodista Hernán Velarde: ‘Para amar al
Perú hay que conocerlo. El Perú no puede
ser salvado por los mercenarios de la lucha, por los ‘hombres universales’, por
los ‘ciudadanos del mundo’. Para amarlo habrá que conocerlo primero, conocerlo;
divulgarlo y para divulgarlo, sentirlo.’
María Reiche, la
gran estudiosa de las panpas de Naska graficó la importancia de los cuentos a base de la tradición oral en su introducción al libro:
‘Huchuysito, el pequeñito’, que transcribo:
‘Los cuentos antiguos, sobre todo de los pastores y
agricultores que observan lo que hay en
su ambiente, son muy importantes. Hay que coleccionar lo que existe. Las sagas
o leyendas de los pueblos viejos del mundo se parecen mucho, pero se diferencian
por el medio que influye en la formación de su propia imagen. Ahora que no hay
lugares aislados y que se habla en varios idiomas en todas partes, esas bellas
historias contribuyen a la formación de una unidad cultural. Son la mágica
herencia de cada país.
Enseguida va un cuento que ilustró mi hija Kukuli
Velarde. En total son doce láminas en el libro original.
EL MUKI
-¡Qué extraño!
Hace varias noches que veo esa lucecita en el cerro, junto a la vieja mina.
¿Qué será, allkito (perrito)? Lástima que solo sabes ladrar. Dejaré la canasta
de setas a la abuela y nos iremos a ver qué pasa.
Llegan y
encuentran a un pequeño personaje.
-¡Hola! ¿Quién
eres? –pregunta al niño el Muki, guardián de las minas de los Andes.
-Soy Panchito
Illa. Esa cabaña que está abajo es mi casa. He visto tu luz varias noches y hoy
decidí venir. ¿Quién eres tú?
-Me llamo Merki.
Soy el guardián de las vetas de oro, de plata, de cobre, de … ¡todo! Dejé que vieras
mi lamparín, ´pero no venías. ¡Estoy muy solo!
-Qué pena. Si tú
quieres podemos ser amigos.
-Será hasta que
crezcas. Después no podrás verme.
- Oye, ¿qué
están haciendo esos hombres? -pregunta Panchito, quien no se ha dado cuenta que
el muki lo ha llevado a otro tiempo.
-Estás viendo el
pasado, amigo. Aquí fueron obligados a trabajar miles de hombres para sacar oro
y plata. La mayoría moría en el interior. Los mineros blancos que abrieron esta
mina y otras hace mucho tiempo, querían
ser ricos a cualquier costa.
-¿Y qué pasaba?
-Ellos llevaban pólvora,
encendían una mecha y volaban las rocas. Algunas los aplastaban. También morían
de hambre, de frío, de tristeza por estar lejos de sus familias.
-¿Cómo se sentía
el cerro cuando rompían sus entrañas?
-Al sentirse herido
el cerro ocasionaba derrumbes. Llenaba de agua los túneles y me decía que
hiciera perder las vetas.
En eso se
escuchó una voz inmensamente preocupada.
-¡Panchito!
¡Eeey, Panchitooo!
-¿Quién se
atreve a venir hasta aquí? –inquirio el muki.
-Es mi amiga
Maticha – la disculpó el niño.
-Aquí estoy Mati,
continuó apurado.- ¿Sucede algo?
-¡Una desgracia,
Panchito! El cerro de Kancharani atrapó a la pequeña Asunta. Su hermanito lo
vio.
-No creo, debe haberse perdido por allí. Los
cerros no atrapan a los niños, -objetó el niño. -¿Verdad, Merki?
-Ese cerro está
encantado. Será mejor hablar con su guardián. ¡Vamos a buscarle! –contestó, -agregando
que los niños no deben caminar solos en la noche.
-No todos los
cerros son iguales, -concluyó. -
-Tú me llamaste
con tu lamparita, acotó Panchito.
-Es cierto, así
fue porque quería ser tu amigo. No te preocupes, hablaré con el muki del
Kancharani.
-¡Ey Kotaaa!
¿Dónde estáas Kotaaa!
-¿Quién me llama
con tanta urgencia? Debe ser algo muy importante.
-¡Hola, Kota! Yo
te llamé porque tu cerro atrapó a una niñita. ¿Podrías convencerle que la
devuelva? Ella es muy pequeña y debe estar llorando.
-La he visto, el Kancharani está fastidiado con sus lloros. Quiere
soltarla pero hay que hacerle un regalo y
se sentirá contento.
-¡Mira, también
atrapó a otras niñas! ¿Podremos sacarlas de allí?
-Se divierte con
sus danzas y sus canciones. Pero le hablaré. No es malo. No se da cuenta del
daño que hace.
-Kota, ya
tenemos la ofrenda. Flores, hojas de coca, una naranja, tierra comestible y otras cosas.
¿Crees que el señor Kanchani nos devolverá a Asunta y a las otras niñas?
Al cabo de un
rato Kota se despidió.
-¡Las niñas ya están
saliendo! Estoy oyendo en mi corazón las
palabras de mi padre, el Kancharani. Está agradecido y alegre por el regalo que
le han hecho. Yo también de haberles ayudado.
-Las obras
avanzan bien, Francisco. Ahora la extracción de los minerales se ha
modernizado.
-¿Escuchaste que
un niño juega con el muki de este cerro?
-Francisco, ¿tú
crees en los mukis y en los cerros?
-Te contaré un
secreto. Yo conocí a un muki y fuimos amigos.
-¡Fantasías,
Francisco! Pero, hacerles una ofrenda es simpático y no me incomoda. Sobre todo
si piensas que los cerros están vivos. No está prohibido complacerlos.
Bello. A difundir lo nuestro
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