domingo, 21 de junio de 2020


PIRGUSH,
EL PAJARITO SIN PLUMAS
El Perú ha sido durante siglos el consumidor ideal de literatura de niños de Occidente. Nos hemos criado con cuentos infantiles adorables de Perrault, Andersen, los Hermanos Grimm y otros. Nos han deleitado y hemos tenido involuntariamente ‘tapa/orejas y tapa/ojos’ para los nuestros. En los Andes* existen una infinidad de historias que conjugan la realidad con una  fantasía desbordante. Relatos que describen  paisajes naturales y paisajes humanos de sus diversos pisos ecológicos. En mis recorridos periodísticos encontré muchos que me encantaron, decidiendo  un día ponerlos en letras de molde en este nuevo siglo. Cuentos que los abuelos y abuelas  de los pueblos contaron a sus nietos por generaciones. Los cuales, recreados en un buen formato y con dibujos atractivos, podrían entretener a los pequeños lectores, descubriéndoles la riqueza de un mundo pleno de imaginación, con  una variedad de tradiciones costumbres y vestuarios propios de cada región.  Algunos temas aleccionadores como las buenas consejas de las lechuzas que son sabias, otros enteramente fantásticos o referentes a características curiosas de nuestra flora y fauna, tal como la guerra que organizó una orquídea o rarezas de murciélagos, entre quinientas especies, que comen frutas, se dedican a la pesca para almorzar o chupan con sus largos picos el néctar de las flores.

Pensé que los niños tendrían una lección con los apuros del pirgush, un pajarito friolento, sin plumas,  que solo tiene un ropaje de pelusa por holgazán; los aprietos de  Asa, la  neblina, Wayra, el viento y Lunto, el granizo, que querían volver a jugar en el campo; los ardides del picaflor para ganar en un campeonato de aves; los afanes de la sirenita de la Saraja para salvar a su pueblo y la alegría vivificante del Niño Dios saltando el plik plak en un monasterio de clausura.

Los niños de la ciudad conocerían detalles de la vida en el agro,  el anuncio de las lagartijas de que va a llover en los golpes morse de su colita en la puna o las rondas de los kivios, aves limeñas que dan vueltas hasta que caen embriagadas por el vértigo con las patitas para arriba; los saltos acrobáticos del sapo walo, el más grande de la omagua,  o la iluminación de los senderos por los pinchinkurus, luciernagas  magas que se convierten en estrellas.
Es necesario que los  conozcan todos los niños, aunque en dibujos, porque deben saber cuánto hay en el Perú para afirmar su identidad. Lo dijo en el libro ‘Cusco Mágico’ el periodista Hernán Velarde: ‘Para amar al Perú hay que conocerlo.  El Perú no puede ser salvado por los mercenarios de la lucha, por los ‘hombres universales’, por los ‘ciudadanos del mundo’. Para amarlo habrá que conocerlo primero, conocerlo; divulgarlo  y para divulgarlo, sentirlo.’ 
María Reiche, la gran estudiosa de las panpas de Naska graficó la importancia de  los cuentos a base de la tradición  oral en su introducción al libro: ‘Huchuysito, el pequeñito’, que transcribo:
‘Los cuentos antiguos, sobre todo de los pastores y agricultores  que observan lo que hay en su ambiente, son muy importantes. Hay que coleccionar lo que existe. Las sagas o leyendas de los pueblos viejos del mundo se parecen mucho, pero se diferencian por el medio que influye en la formación de su propia imagen. Ahora que no hay lugares aislados y que se habla en varios idiomas en todas partes, esas bellas historias contribuyen a la formación de una unidad cultural. Son la mágica herencia de cada país.
Enseguida va un cuento que ilustró mi hija Kukuli Velarde. En total son doce láminas en el libro original.



EL MUKI
-¡Qué extraño! Hace varias noches que veo esa lucecita en el cerro, junto a la vieja mina. ¿Qué será, allkito (perrito)? Lástima que solo sabes ladrar. Dejaré la canasta de setas a la abuela y nos iremos a ver qué pasa.
Llegan y encuentran a un pequeño personaje. 
-¡Hola! ¿Quién eres? –pregunta al niño el Muki, guardián de las minas de los Andes.
-Soy Panchito Illa. Esa cabaña que está abajo es mi casa. He visto tu luz varias noches y hoy decidí venir. ¿Quién eres tú?
-Me llamo Merki. Soy el guardián de las vetas de oro, de plata, de cobre, de … ¡todo! Dejé que vieras mi lamparín, ´pero no venías. ¡Estoy muy solo!
-Qué pena. Si tú quieres podemos ser amigos.
-Será hasta que crezcas. Después no podrás verme.

- Oye, ¿qué están haciendo esos hombres? -pregunta Panchito, quien no se ha dado cuenta que el muki lo ha llevado a otro tiempo.
-Estás viendo el pasado, amigo. Aquí fueron obligados a trabajar miles de hombres para sacar oro y plata. La mayoría moría en el interior. Los mineros blancos que abrieron esta mina y otras hace mucho tiempo,  querían ser ricos a cualquier costa.
-¿Y qué pasaba?
-Ellos llevaban pólvora, encendían una mecha y volaban las rocas. Algunas los aplastaban. También morían de hambre, de frío, de tristeza por estar lejos de sus familias.
-¿Cómo se sentía el cerro cuando rompían sus entrañas?
-Al sentirse herido el cerro ocasionaba derrumbes. Llenaba de agua los túneles y me decía que hiciera perder las vetas.
En eso se escuchó una voz inmensamente preocupada.
-¡Panchito! ¡Eeey, Panchitooo! 
-¿Quién se atreve a venir hasta aquí? –inquirio el muki.
-Es mi amiga Maticha – la disculpó el niño.
-Aquí estoy Mati, continuó apurado.- ¿Sucede algo?
-¡Una desgracia, Panchito! El cerro de Kancharani atrapó a la pequeña Asunta. Su hermanito lo vio.
-No  creo, debe haberse perdido por allí. Los cerros no atrapan a los niños, -objetó el niño. -¿Verdad, Merki?
-Ese cerro está encantado. Será mejor hablar con su guardián. ¡Vamos a buscarle! –contestó, -agregando que los niños no deben caminar solos en la noche.
-No todos los cerros son iguales, -concluyó. -
-Tú me llamaste con tu lamparita, acotó Panchito.
-Es cierto, así fue porque quería ser tu amigo. No te preocupes, hablaré con el muki del Kancharani.
-¡Ey Kotaaa! ¿Dónde estáas Kotaaa!


-¿Quién me llama con tanta urgencia? Debe ser algo muy importante.
-¡Hola, Kota! Yo te llamé porque tu cerro atrapó a una niñita. ¿Podrías convencerle que la devuelva? Ella es muy pequeña y debe estar llorando.
-La he visto, el  Kancharani está fastidiado con sus lloros. Quiere soltarla pero hay  que hacerle un regalo y se sentirá contento.
-¡Mira, también atrapó a otras niñas! ¿Podremos sacarlas de allí?
-Se divierte con sus danzas y sus canciones. Pero le hablaré. No es malo. No se da cuenta del daño que hace.

-Kota, ya tenemos la ofrenda. Flores, hojas de coca, una naranja, tierra comestible  y otras cosas.  ¿Crees que el señor Kanchani nos devolverá a Asunta y a las otras niñas?
Al cabo de un rato Kota se despidió.
-¡Las niñas ya están saliendo! Estoy oyendo  en mi corazón las palabras de mi padre, el Kancharani. Está agradecido y alegre por el regalo que le han hecho. Yo también de haberles ayudado.
-Las obras avanzan bien, Francisco. Ahora la extracción de los minerales se ha modernizado.  
-¿Escuchaste que un niño juega con el muki de este cerro?
-Francisco, ¿tú crees en los mukis y en los cerros?
-Te contaré un secreto. Yo conocí a un muki y fuimos amigos.
-¡Fantasías, Francisco! Pero, hacerles una ofrenda es simpático y no me incomoda. Sobre todo si piensas que los cerros están vivos. No está prohibido complacerlos.

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