domingo, 10 de mayo de 2020


POR UN MUNDO MEJOR

Esta mañana amanecí con los ojos húmedos y una sensación de orfandad en el aire. La vida detenida en el borde del balcón en una quietud insoportable. ¿La sintió así César Vallejo cuando escribió los ‘heraldos negros’? Tanto dolor en esta tierra en que vivimos que no se puede entender. Un toque de soledad poblando las pestañas en un domingo de mayo del 2020. Un año que se inició prometedor, a punto de alumbrar infinidad de proyectos, que nos sacude porque cambió de rumbo sin razón aparente.    

Nos toca resistir el desfile de los días vacíos que abruman, blindando el espíritu de valor ante el embate de la adversidad. No dejar que prospere el accionar de un irritado Hefesto, el herrero de pies irregulares de las deidades griegas, que nos tuerce la alegría en su yunque.

Al verme sumamente contristada el molle que plante en el jardín de la calle, para recordarme los cielos azules del Qosqo, me conforta moviendo sus ramas. Lo sacrifiqué al traerlo. Hijo de alturas solo produce allí uvillas rosadas y alberga nidos de pajaritos que alimenta. No lo sabía y de saberlo no lo hubiera devuelto porque me enlaza con el tiempo que se fue.
Un atisbo de sol y la congoja se esfuma como una pompa de jabón. No era yo, retrayendo un mal recuerdo desde una loma de años tempranos. Me gustaba mojarme en la lluvia, corriendo por la avenida Sol, sabiendo que mi madre tendría siempre para mí un vaso de leche caliente. Escribo, mientras una avecita se columpia en el molle. El sentimiento quizá  llegó de miles que reclaman amor toda su vida, porque el duende de sus años enanos se ausentó muy pronto. Qué pena, me habría gustado hacer que Martina Malma, de Huaro, les enseñara a jugar con los mankap’aki, vientecillos menudos que tornean sus ollitas en las playas de arena de los ríos.  

Cuando crecí tuve a Vida, mi hija, almorzando con su conejo de patas largas como sus orejas, tan grande como ella. Aún no sabía caminar pero compartían la misma zanahoria. Bugs fue reprendido cuando ella cortó una de sus trenzas azabache para que él la usara de barba.
En mi cofre guardo las tarjetas a plumón de Kukuli por el Día de la Madre. Historia familiar envasada en plural porque se sentía portavoz de su padre, de su hermana, de Victoria Cano y su guagüita Wayta María, de Miski y Ususi, las perritas graficadas por sus huellas, los canarios y la mosca Ruperta. Ocioso agregar que había cambios de acuerdo al tiempo, tacos aguja, a la moda, minifalda, al lugar y al material, alternando la gracia de sus dibujos con palabras entre jocosas y tiernas de su cosecha. 

En años primariosos aprendieron a vencer el vértigo de los caminos, apegadas a curvas polvorientas y al filo de los abismos en un VW escarabajo. Viajes memorables, dejando los zapatos en la puerta del santuario del Señor de Huamantanga, porque era de rigor saludarlo descalzas, asistiendo después a una pieza de teatro europeo, ‘El Cerco de Roma’, en el Ande limeño, actuado por todo el pueblo; rodando hasta Caraz, donde está el nevado más hermoso del mundo, el Alpamayo, elegido en un concurso internacional de fotografías, y saboreando dulzuras de sus cajas cuarteadas donde el de cidra era un rey; arribando a la fiesta de la Candelaria, en una esquina linda del lago Titiqaqa, para avivar el alma con el alborozo de las morenadas, los tundiques, las wakawakas, las llameradas, los kallawayus y muchos más; o volar a Iquitos para entrar en su entraña y convocar al sueño, gozando la experiencia de dormir entre sus árboles patriarcas, bajo el ojo vigilante de una lechuza campanario.
Un tiempo feliz. Tuvo razón Jorge Manrique al decir que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. Sin nada que estruje el corazón con un anuncio preocupante, justo en un domingo de mayo.

Alfonsina Barrionuevo

P.D. Seguimos con la cuarentena. La naturaleza en dos meses ha recobrado esplendor y nos está dando una lección. En ella hay un acercamiento, he visto en el celular unos cóndores posándose en el antepecho de una ventana. Creo que no nos damos cuenta. Si ella fuera como nosotros, podríamos imaginar a la inversa, cómo se verían, los loros con una mascarilla, los pelícanos con otras grandotas, la jirafa con una que parecería una banderita, al hipopótamo pateando la suya, las liebres, las viskachas y hasta los perros  en la primera fase. En la siguiente ya no estarían. Así sería de fatal para el planeta si no lo cuidamos. ¡Debemos desear un  mundo mejor!

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