martes, 4 de febrero de 2020

RECORDANDO A MACHUPIQCHU

He visitado Machupiqchu siempre que ha sido posible. La primera vez me encantaron los ejercicios del tren entre nubes de vapor antes de salir en la estación de San Pedro. Le llamaban ‘la teterita de Latorre’ por el apellido de su constructor. Nuestro arribo después de cuatro horas nos sorprendió a los viajeros. El lugar donde se detuvo no tenía alguna señal. Entonces en Aguas Calientes había solo unas tres casas de adobe. Su nombre provenía de unos baños que había por allí de aguas termales. Nunca los vi. Arriba ya existía un hotel muy pequeño. La foresta ocultaba al santuario. Caminamos un par de cuadras en zigzag y allí estaba, imponente. Hice el viaje con el arqueólogo Manuel Chávez Ballón para publicar un informe sobre el Qosqo en mi página ‘Descubriendo el Perú’, del diario ‘El Comercio’ de Lima. Recorrimos el Valle Sagrado y cada salida, con sus explicaciones, fue una hermosa lección de historia para mí y los lectores.
La última vez que fui lo hice con una excelente fotógrafa, Peruska Chambi, nieta y heredera del arte de don Martín, autor de primicias fotográficas a principios del siglo pasado. Los comuneros de Patallaqta, muy cerca, nos dijeron que los brujos del SENAMHI habían dicho que en esa temporada habría niebla durante siete días. Tuvieron razón pero los Apus permitieron que el sol  se asomara a ratos, momentos que Peruska aprovechaba para capturar sus imágenes. Yo tenía un borrador que había hecho con datos de los cronistas y entrevistas con las comunidades del trayecto. Logré ubicar dieciséis posibles templos o wakas. A la vista el templo de Apu Inti, el Padre Sol, en el Intiwaytana, donde el astro hace florecer sus rayos; el de Illapa, el Trueno, donde está el cóndor de piedra sentado, aguardando para llevar sus ofrendas al cielo; el de Mama Qaqa, la Madre Piedra regente que manejaba el sistema pétreo del santuario; el de Mama Yaku, con las dieciséis fuentes de la Madre Agua. El de Ñan, el altar de los caminos, fue un hallazgo fotografiado por Peruska subiendo al Waynapiqchu. Ese día no me levanté de madrugada en Machupiqchu Pueblo Hotel de Inkaterra, cortesía de José Koechlin. Nos reúnimos más tarde porque me fracturé el dedo meñique de mi pie derecho. Las ubicaciones que he realizado tentativamente de los templos o wakas responden a los que existieron en el Qosqo, leyendo a Juan Polo de Ondegardo y a otros como Bartolomé de las Casas. Una cuenta efectuada por los khipukamayuq a los cronistas y que ellos captaron bien o mal para su beneficio. De cualquier modo los datos que recibieron  fueron  auténticos.
Ñan, el altar de los caminos
Foto: Peruska Chambi
En este viaje visité Machupiqchu con temor Se le satura de turistas y recuerdo que algunas crestas de los cerros que le rodean son deleznables. El santuario inka soporta una carga flotante muy fuerte, alrededor de unos tres mil turistas por día y puede colapsar. Me pregunto por qué se quiere llevar más gente ya no solo por día sino, mañana, tarde y noche. No entiendo la razón de esta fiebre por la explotación del extraordinario grupo arqueológico. Se debían programar visitas de quinientas personas por día y quienes quieran ir que esperen su turno. Aunque no se piense Machupiqchu está en peligro. Un aeropuerto internacional en Chinchero será lo peor que le puede suceder a esta maravilla de los Inkas.  
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A continuación primeras líneas de: ‘Templos sagrados de Machupiqchu’.
Mi visión de Machupiqchu será siempre la misma, arrancándose de sus ayeres enigmáticos para tatuarse en el corazón de un desfile inacabable de mañanas.

Corona de nieblas en Waynapiqchu
Foto: Peruska Chambi
Sigo registrando en mis pupilas sus imágenes como si tuvieran memorias digitales. El aire, en una danza de nieblas litúrgicas que se desflecan sin pausa. El sol, cayendo como oro derretido sobre el gnomon erguido con orgullo. El viento, agitando la desmañada cabellera del árbol patriarca, junto a la roca enhiesta que forma un yanantin de sombras con el cerro.
Sus escalinatas, con encajes de rocío bordados por la aurora y peldaños lanzados hacia el cielo. El mundo moviéndose, ante el disparador detenido de la cámara fotográfica de José Álvarez Blas, en una noche con sembrío de estrellas.
Mientras se encuentre suspendido, en la mitad del gigantesco puqyu de fronda de su entorno, entre cielo y tierra, imantará los latidos y los pasos de un peregrinaje tránsfuga del planeta. Miles buscando la paz en sus silencios. Ansiosos, por sumergir en su frescura, las angustias generadas por las complejas tecnologías y los absurdos miedos. Sintiendo, en su quietud cómo renacen, a flor de piel, los sueños.
Estoy allí, sin compromisos, después de haber dejado Warmi Wañusqa en su altura de 4,200 metros, por el camino inka. Habiendo pasado los santuarios de Runkuraqay, Sayaqmarka, Phuyupatamarka y Wiñay Wayna, donde hice ch’allas de flores con pétalos perfumados y estuve entretejiendo collares de Apus con k’intus de coca, como manda Rosa María Alzamora, quien recibió dones del Illa Waman, su nevado guía.
Al llegar a Inti Punku, “la Puerta del Sol”, contemplo la hierba que crece en sus espacios. Tengo mucho que aprender. No se puede cruzar los umbrales del tiempo que nunca irá en busca de su sombra. La brisa, que se humilló en las paqchas o fuentes inkas, no se pondrá de pie.
El intento de ubicar sus sitios o templos sagrados, para reencontrar en sus células minerales vestigios perdidos, es una tarea para mí, que quiero explicarme su razón de ser. Un desafío, al que quiero responder hasta agotar mis hogueras interiores.
Lo hago expresando mi admiración a los antepasados y sus descendientes de las comunidades andinas, donde su sabiduría ha vencido al polvo de los siglos.
En el Perú, el anteayer sigue en el presente. Es un eslabón que no se ha roto, por fortuna, y resulta mágico estar observando en Rapasmarka, con el mismo entusiasmo de Martín de Murúa, en el siglo XVI, al kausarqa, un picaflor que hiberna olvidado de todo, entre octubres y abriles, durmiendo en la corola de una flor.
Debo comenzar y entiendo una verdad. Si quiero comprender a Machupiqchu debo profundizar en Qosqo, que es su principio y su fin. Allí se concentraba el kamaqen, la esencia, la energía del universo inka. Desde su interior se irradiaban las energías cósmicas y telúricas, dirigiendo sus filamentos a un Tawantin de Suyus: Chinchaysuyu, Antisuyu, Kuntisuyu, Qollasuyu…..
Alfonsina Barrionuevo

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