EL NIÑO DE CHILKA
Sus
pequeños ojos se llenaron de cielo por unos segundos. Al cabo bajó la noche. Sus
padres se acomodaron en la cueva entre pieles de animales salvajes. Después un sueño
eterno los envolvió a los tres.
Hasta
allí llegó el examen exhaustivo de los restos de una antiquísima familia en la
cueva del cerro de las Tres Ventanas. En la entrevista el arqueólogo comentó
que su interior se registró un infanticidio. Me apenó. Pero después agregó que
el hombre y la mujer murieron con él. Antes lo arroparon. Su decisión fue
comprensible. No quisieron dejarlo solo.
No
se sabe cómo sobrevivieron en un lugar tan árido. Pasaron cientos de años para
que otras familias poblaran lugares cercanos. La falta de agua los inspiró para
vencer a una geografía hostil. Sus manos cavaron en la superficie yerma y
lograron quebrar venas subterráneas en su beneficio. En el desierto protegieron
los huecos abiertos de la tarea destructora del viento y surgieron las
admirables hoyas de Chilka, a 64 kilómetros
de Lima, en la provincia de Cañete. En las chacras hundidas hicieron florecer la dulzura del
camote, la rotundez del zapallo, la generosidad del pallar y la ternura de la calabaza,
un imposible de verdor. Todo cuanto ha sido reemplazado en los siglos virreinales
por el higo árabe.
Generalmente
la prehistoria se olvida, pero vale la pena recordarla porque se trata de los
ancestros que hicieron habitables los numerosos pisos andinos. En la Chilka antigua
la gente armó sus viviendas con juncos y totoras para aprovechar la pesca en el
mar, dominando una infinidad de técnicas de acuerdo al clima, la aparición de
manchas de peces, el tamaño, el peso y la calidad de sus carnes.
El
virreinato le dio a este distrito una iglesia de gran nave y altares barrocos
dedicados a la Asunción de la Virgen. A un paso de la ciudad capital se puede
ir en los buses que van hacia Chincha. El recorrido es breve si se quiere dejar
el vértigo de la urbe para entrar en un abrir y cerrar de ojos, siguiendo la
Panamericana Sur, a un destino relajado. En verano sobre todo cuando el pueblo
luce el esplendor del sol.
En
unas notas escritas en la segunda mitad del siglo XVI Pedro Cieza de León
declaró su extrañeza al hallar a Chilka dentro de un enorme valle, paraje ‘donde
no se ve caer agua del cielo ni pasar ni río ni arroyo.’ En esa época su visión
de verde, de árboles frutales, maizales y hortalizas, se extendía desde
Pachakamaq hasta el sur. El cronista se sintió intrigado al descubrir
una técnica prehispánica que lograba una alta producción en la costa árida. Algo
nunca visto. Desde las lomas, que son las estribaciones de los Andes,
llegó a ver aposentos y depósitos que los inkas usaban cuando visitaban las
provincias de su reino.
Sus
moradores obtenían una fuerte humedad después de cavar esas hoyas anchas y muy
hondas en la arena. En ellas hacían sus sembríos poniendo los granos o semillas
con una o dos cabezas de sardina, recogiendo al final abundantes
cosechas.
Actualmente,
en la última semana de febrero, se celebra el festival del higo en el que todavía
se puede comprar frutos, licor y mermelada de higo. Aunque las plantas
necesitan mayores cuidados y ser rescatadas de la agonía.
Los
trabajos de mantenimiento que hacían los antiguos y sabios chilkas consistían
en una constante limpieza de las hoyas. Para proteger sus cultivos ellos
retiraban la arena que arrastraba el viento y conservaban la humedad. Los
pobladores peninsulares no tuvieron interés en continuarlas y perdieron las magníficas
artes agrarias.
Hice
el viaje para conocer las viejas hoyas. El abandono se observa en las hojas de
las higueras donde se deposita la arena.
El
hombre de Chilka, según el arqueólogo Federico Engel, existió hace unos diez
mil años y bajó un día de cerros similares al de las tres ventanas. El monseñor
arqueólogo Pedro Villar Córdova encontró restos de tejidos, instrumentos de
pesca, redes, arpones de hueso y esteras de totora en el litoral.
Los
españoles que vivieron en el valle de las hoyas construyeron la iglesia en el
siglo XVII, una oración de piedra y barro, dicen algunos estudiosos. Su
Hermandad del Santo Sepulcro existe desde el siglo XVI. El hermoso edificio
hubiera vuelto al polvo por los deterioros sufridos con el paso del tiempo y
los fenómenos telúricos. La han hecho renacer los afanes de la comunidad y la
ayuda de instituciones y empresas amigas que han realizado su salvataje.
Alfonsina Barrionuevo
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