domingo, 11 de agosto de 2019


FRIJOLES O FREJOLES

Hace unos siete mil años, un bebé frejol sacó la cabeza de su cuna en la vertiente oriental de la Cordillera de Ancash y abrió los ojos. Miró al frente y se encontró con un gigante de nieve impoluta, ¡el Huascarán! Lo vio tan amistoso, que una sonrisa floreció en su boca diminuta. El nevado se sintió paternal y tuvo la misma sensación que aumentó cuando otros bebés frejoles, sus hermanos, lo miraron risueños.
En el siglo pasado el arqueólogo estadounidense Tomás Lynch y su equipo hallaron evidencias de la existencia de frejoles muy antiguos (Phaseolus vulgaris) en la Cueva de Guitarrero frente a la ciudad de Yungay, a una altitud de 2,500 metros y a 160 metros sobre el río Santa. En la ladera oriental de la Cordillera Negra, dice el arqueólogo Lorenzo Samaniego Román, sus habitantes dejaron una punta de flecha y un cuchillo de piedra.
Las semillas de frejol se multiplicaron con el tiempo en los valles bajos interandinos. Según el tipo de tierra tomaron diferentes colores y texturas incorporándose a la mesa de los poblados.
Si se quisiera descubrir su origen habría que recurrir a una lupa que deje ver el pasado. Pudo haber entrado en la canasta de los alimentos donde, según la leyenda, se recogieron los restos del cuerpo de un niño recién nacido, hijo del Sol y de una pobre mujer creada por Pachakamaq. El voluble señor dio vida a la primera pareja de la costa o chala, frente a las llanuras líquidas del mar y se fue sin dejarles medios para subsistir.

Resultado de imagen para FREJOLESEl hombre, débil para luchar, rindió su vida. La mujer sola, desesperada y hambrienta, increpó al astro radiante que la miraba indiferente desde su trono celeste y le pidió que la ayudara o le enviara la muerte consoladora. El Sol la fecundó con sus rayos y le dijo que no le faltaría sustento. Al enterarse de su intervención Pachakamaq, disgustado, cogió al niño que ya caminaba, lo despedazó y enterró. 
La madre clamó el castigo para el malvado y Pachakamaq asustado permitió que sus restos florecieran. De sus blancos dientes nació el maíz; de las costillas y los huesos las yukas y los demás tubérculos; de la carne, los pepinos, los pakaes y varios árboles. Así refiere el padre agustino Antonio de la Calancha. Podría ser que entre todos los alimentos que nacieron se encontrara el frejol, al que también llamaban poroto.
En la cerámica prehispánica hay muchas representaciones del frejol. El arqueólogo Hans Horkheimer anotó haber visto figuras de leguminosas con semillas que tenían la forma de cabezas humanas. En el plano de las suposiciones podría considerarse que las deformaciones craneanas en los pueblos costeños, para lograr las cabezas largas, habrían tenido como objeto que se parecieran al frejol.
Agregó haber encontrado en Cachicadán, La Libertad, una pequeña clase de leguminosa cuya forma y dibujo simétrico configuraban la de una cabeza humana en miniatura, así como diseños en telas de la cultura naska.

Resultado de imagen para frejolesAl frejol le basta haber salido de los cuencos de arcilla o de los mates del antiguo Perú, rescatados de las tumbas de los señores, sin sufrir desmedro, intacto, apenas marchitado por el tiempo, para revelar su identidad.
Mientras muchos alimentos trabajados genéticamente por los antiguos peruanos muestran una ruta clara en Occidente el frejol tiene muy poca información. En “Los Comentarios Reales” el Inka Garcilaso escribió que conoció “hasta tres o cuatro variedades de unas semillas llamadas frejoles del talle de las habas, aunque menores”. Afirmó además que había “frejoles de comer” y otros que no, redondos, como hechos de turquesa de muchos colores y que en común les llaman chuy”.
El frejol mexicano, que tiene su propio cuna en Mesoamérica, viajó primero. El neurocirujano investigador Fernando Cabieses refiere que Cristóbal Colón los llevó en su segundo viaje en 1529. Alvaro Nuñez Cabeza de Vaca los sacó de la Florida. En ese mismo año Carlos V los envió como regalo al Papa Clemente VII. En 1570 en un banquete ofrecido por el Papa Pío V se sirvió una torta de frejoles.
En 1539 y 1542 los registraron botánicamente Hieronimus Bok y Leonardo Fuchs. Es posible que para entonces ya hubieran sido llevados los nuestros. Del Mediterráneo pasaron al Lejano Oriente y allá se llamaron “habas turcas”. En 1751, concluye Cabieses, el gourmet napolitano Vicente Corrado aconsejaba en su libro “El Cocinero Galante”, comerlos fritos en aceite, condimentados con pimienta, jugo de limón y jamón.
Alfonsina Barrionuevo

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