domingo, 2 de junio de 2019


PERUANOS PRIMERIZOS     
             
Un Icaro prehistórico, extendiendo sus alas en medio del cielo azul, con catedrales de nubes a un lado y, al otro, un sol rojizo rebotando al filo del mar, los hubiera visto desde las alturas como un hormiguero en desbande.
Oleadas de inmigrantes pasaron de Asia hacia América hace unos 60,000 años atrás, sin testigos, venciendo la fragosidad del terreno, a través de un puente helado, el Estrecho de Behring que  se congeló ofreciéndoles la oportunidad de llegar a un nuevo continente. Ninguno tuvo un destino prefijado. Arrastrados por un viento interior hombres, mujeres y niños neardenthalenses o quizá cromagnones, avanzaron en pos de una tierra para sembrar  vida.
Es posible que lo hicieran en la última glaciación de Wisconsin o un poco antes, en las Aleutinas, según escribe Emilio Choy en su libro “Antropología e Historia”, publicado en 1979 por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El hecho es que en sus páginas se siente su respiración entrercortada, agotados de empujar el tiempo a pesar de la fortaleza de sus extremidades. Más que seres humanos, dice el sabio, estos eran simples homínidos, sin lenguaje, que apenas guturaban, es decir mostraban reacciones fónicas y ademanes con determinados significados, expresiones de alegría, amenazas, llamados, o advertencias de algún peligro.
No se sabe cuántos se quedaron en el camino mientras el resto seguía sin brújula. Cazadores y recolectores buscando animales que pudieran atrapar para comer su carne y usar su piel para cubrirse, aunque Choy se figura que pudieron tener  una especie de hirsuta pelambre que los protegió del frío.

Un grupo grande pasó por Centro América donde otros se fueron quedando, adaptándose a su suelo y a su clima. Los demás cruzaron la línea ecuatorial, atraídos por una extensa cordillera de nevados y verdes lomas exultantes de vida. Regiones con una biodiversidad impresionante repartida en lo que hoy conocemos como chala, yunga, qechwa, suni, puna o jalka, hanka, rupa rupa y omagua.
Resultado de imagen para hombres neardentalesLa afirmación del estudioso de que los antiguos peruanos solo tenían un viento entre los carrillos se encuentra en la invención de vocablos para reconocer cuánto les rodeaba. Su incapacidad original de pronunciar palabras los convirtió en creadores de una variedad de lenguas que después desaparecieron. Aún subsisten junto al qechwa de Ancash, Junín, Cusco, Apurímac, Huancavelica y Puno, y el aimara, el kauki o hakaru (jakaru) –antiquísima, hija del pukina altiplánico- que aún se habla en Tupe, Lima, así como las que existen en las naciones de la selva.

Al llegar debieron sentir el peso de una geografía avasallante, como si anduvieran perdidos entre amaneceres pintados de celajes y crepúsculos con soles de cobre en arenales interminables, valles y quebradas de voces rumorosas, panpas y punas de vegetación franciscana al pie de glaciares que refractaban el parpadeo de las estrellas, y, la selva donde el arco iris se colgaba del aire.
Tal su universo, aún desconocido, para esos recolectores de paladar silvestre que obedecían a los requerimientos elementales de su estómago. Criaturas que se guiaban por el hambre en un territorio vasto donde experimentaban cada día sensaciones nuevas, siendo sus propios conejillos de Indias para saber si los frutos eran dulces o amargos, si contenían ponzoñas o elementos tóxicos, cuáles podían matarlos o ser fuente de vida.

Un paraíso inédito, misterioso, que fueron descubriendo lentamente en la escena de la  prehistoria, donde es fácil imaginarlos sorbiendo con fruición la jugosa pulpa de los mariscos, degustando la carne de los cangrejos, volteando tortugas sobre su dura panza para impedir que se vayan o recogiendo huevos de ave y yuyos para completar su incipiente menú.
Miles de años en que sus manos, el primer recipiente que usa para beber, culminan una milagrosa tarea al lograr que la tierra florezca, después de haber pegado su pupila a las plantas para descubrir sus arcanos. En ese momento, sin saberlo, estuvieron inventando la agricultura, irá tomando forma la idea de una Pachamama, madre tierra, generosa con sus hijos a quienes ofrece sus primicias. Nunca se sabrá cómo lo hizo ni bajo qué estrella sucedió. Siendo los hombres cazadores por excelencia muchos estudiosos piensan que las mujeres fueron las que iniciaron la agricultura. Ya observando si los frutos que caían al suelo de sus brazos repletos echaban raíces señalando el rastro de su paso, si las semillas que arrojaban después de comer prendían en tierra fértil y fructificaban o si ellas fueron testigos casuales, interesados y curiosos de la siembra que hacía la propia naturaleza.
Alfonsina Barrionuevo

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