LOS HIJOS
DE LOS ARBOLES
El amor rompió lanzas en Chachapoyas,
Amazonas. Una historia que encontré en esas tierras le otorga un aura de
romance. El hijo del señor del gran Vilayo se enamoró de la hija de su homónimo
de Kuelap. Su padre trató de disuadirlo porque era su único heredero, pero él
escuchaba solo a su corazón. Tenía que intentar lo imposible. Hacer volar por
los aires su lanza hasta que llegara a los dominios de la hermosa, pasando un
abra interminable. Amor o muerte era el precio de su audacia. Se presumía que iba
a lograr una gran hazaña, más su brazo no pudo consumar su esfuerzo. Ya no
quiso vivir y las flechas de uno y otro lado se cruzaron en su cuerpo, desatando
una guerra.
La cultura de los sachapuyas, antiguos
hombres de la foresta, pusieron en valor a Chachapoyas que da nombre a la
capital de Amazonas abre al mundo la ciudad prehispánica de Kuelap, testimonio
grandioso de su vida. Sus momias revelan que tuvieron una piel muy clara y una
gran estatura. Una de ellas mide un metro noventa. Sus armas demuestran que fueron
amantes de la lucha.
Los Inkas lograron doblegar su orgullo
por poco tiempo. Llegaron los españoles y en franca rebelión los apoyaron. Los
chacha o sacha, ‘hijos de los árboles’, podían aparecer o desaparecer en su
fronda, perderse en sus nieblas o internarse en sus ríos. Conocían el poder de
ciertas plantas y alguna daba brillo a sus cabellos adornados con vinchas de
plumas. Usaban camisas de algodón en verano y entretejidas con fibra de
camélidos en invierno, mientras las mujeres prendían sus mantas con tupus o
tipkis. Por la finura de sus sandalias caminaban sin dejarse sentir.
Su cerámica fue sencilla como sus
vasos de madera, pero inventaron cucharas y cucharitas mucho antes que en
Europa. En los tiempos de paz gozaban con la música. Fueron expertos tañedores
de antaras, qenas de hueso, okarinas y silbatos de cerámica.
Manejaban los khipus con soltura y
podían anotar unidades, decenas, centenas y millares. Trabajaban con tres tipos
de nudos y los estudiosos piensan que los simétricos eran un puro registro
numérico y los que variaban en su colocación contenían mensajes, vale decir
escritura.
Aún no se ha investigado la tradición
oral que puede arrojar luces sobre existencia que no pudo transcurrir en el
anonimato. El tiempo ha guardado sus secretos y por sus tumbas hay mucho que
añadir. Los hombres eran cazadores y conocían el arte de tratar los cueros
hasta dejarlos lisos para decorar la superficie de sus bolsos; instrumentos
para tejer, tallas con figuras humanas y animales. Les echaban agua por la
parte superior de la cabeza y salían por los genitales. Posiblemente un ritual.
La cultura chacha abarcaba un gran
territorio. Su clima es frío en general y húmedo cerca de la laguna de los
Cóndores. Su gente vestía con ropas pintadas y los hombres se rapaban la cabeza
como los shipibos en su época de juventud hasta que formaban familia. Sus
viviendas cónicas son singulares y tienen un sobrepiso para protegerse en
tiempo de lluvias. En Luya todavía hay ese tipo de construcción al lado de
casas actuales que son más cómodas pero han perdido su belleza y su misterio.
Mi viaje hasta Chachapoyas fue largo y
tedioso. Hay tres rutas terrestres. Puede ser por Trujillo, Chiclayo o
Cajamarca que ofrece hermosos paisajes. La primera, partiendo desde Lima, son
28 horas desesperantes en buses estrechos y polvareda que se asienta en los
pulmones.
Así lo hice cuando fui. Ahora que
Kuelap se ha convertido en un fuerte destino turístico, incluyendo la hermosa
catarata de Gocta y los santuarios aéreos de Karajía. Hay vuelos de aviones y
avionetas y unas modernas telecabinas para llegar directamente a
Kuelap disfrutando de inolvidables paisajes.
Los estudiosos afirman que hay otras
ciudades chachas por descubrir. Kuelap es sorprendente, con una arquitectura
admirable. Muros altísimos, una entrada
de embudo para proteger a sus habitantes, viviendas, templos, canales de
riego, miradores y otros espacios enigmáticos. Hay una construcción que es
única, probablemente ceremonial, llamada ‘el tintero’, una especie de pirámide
invertida que es un alarde de maestría y un cerco en la parte más alta para
proteger una inmensa roca, la mamaqaqa o madre piedra, al estilo inka.
Los árboles que han invadido sus
recintos no han podido ser erradicados en su totalidad. Han quedado varios con
flores y ramas de colores que han profundizado sus raíces en los muros y
contribuyen a protegerlos del agua que baja del cielo.
Viajar a Chachapoyas es una primicia.
En la selva alta o rupa rupa su gastronomía es diferente. Su iglesia es moderna
porque la antigua se cayó, afortunadamente le quedan algunas casonas y sus hoteles
se engalanan con preciosos orquidearios. Sus artesanos son ingeniosos y ponen a
disposición de los viajeros un abanico de piezas con acento a selva. Hay que
ir.
Alfonsina Barrionuevo
Qué linda historia y descripción... yo visité Chachapoyas hace unos años y quedé enamorada. Volveré pronto a buscar los lugares de los que habla. Gracias!
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