jueves, 21 de febrero de 2019


EL MILAGRO DE LA TUNA
           
Helada, con el frío de altura en sus entrañas, la tuna puede calmar la sed más ardiente. Si pudiera soñar en los veranos pensaría en una siesta glacial en la refrigeradora, preparándose para mitigar los calores. Muy conocida de punta a punta en las Américas, desde Canadá hasta el Estrecho de Magallanes, tiene en el Perú el encanto de un Niño divino que apareció en un tunal espantando a la sequía.

La tuna, cualesquiera su color, verde o blanca, roja o morada, amarilla o anaranjada, se hace amar por su entrega total. Su envoltura con espinas amedrenta a los depredadores, pero ella, que se recuesta en un lecho de seda y terciopelo, es tierna y dulce.
He visto la historia del nopal mexicano, casi semejante. Ambas cactáceas detentan un pasado prehispánico y son Opuntia ficus indica Linneaus y Miller porque así, esta planta de orejotas verdes fue descrita científicamente en 1753 por Carlos Linneo y atribuída al género Opuntia por Philip Miller en 1768.
En su testa ovalada se albergan un mismo bicho, la cochinilla, “Dactyloplus coccus Costa”. Pero, allá es casi un árbol, un poco flaco y de hojas alargadas. Aquí es menos alta y más gruesa. En México el fruto ostenta veintitrés nominativos. Se llama higo chimbo, choya y tasajillo, entre otros. En el Perú el patronímico es tuna simplemente. La distancia las separa y establece las diferencias.
Los antiguos peruanos la descubrieron en su habitat principal, entre mar y cielos azules, en los valles interandinos, sobre suelos arenosos, calcáreos, pedregosos y tierra poco fértil, tomándola como un alimento al alcance de su mano. El ecologista Antonio Brack Egg calculaba que fue consumida hace más de 2,000 años.
Ellos no tardaron en darse cuenta de la propiedad que tenía un vecino cariñoso de la tuna, la cochinilla, que se recubre con una especie de gasa blanquecina. La apretaron y se mancharon las manos de carmín. Su tinte rico en color ha sido hallado en  textiles tiawanaku, chimu, naska, parakas, chankay, wari e inka.

Unos trescientos años atrás los tintes alemanes llegaron a nuestros Andes cruzando dos océanos. Ahora y gracias al  “coccus”  le toca al milenario tinte hacer el viaje a la inversa. El Perú es primer productor en el mundo de carmín y cubre una demanda que llega al 90%.
En los febreros, meses con paraguas, Ayacucho, que se gloria de grandes tunales, celebra el Festival de la Tuna y la Cochinilla. La tuna al natural es agradable. Como fruta, cortada en rodajas, da un toque de alegría a las ensaladas de verduras o de frutas. También en mermeladas, jaleas, yugurt, néctares, alcoholes y vinos.

En la farmaceútica se diversifica para la preparación de champúes, cremas, jabones, lociones, mascarillas y cosméticos que brillan en las mejillas y en las sonrisas.
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La goma de la penca con barro y paja sirve para el tarrajeo de las viviendas de adobe y como floculante y clarificante para las aguas turbias. Las raíces forman una malla para detener la erosión. Sus tallos sirven al ganado como forraje en las sequías y sus cenizas son fertilizantes.
En el Virreinato acrecentó su valor un infante celestial que apareció, según los relatos, en Huanta para jugar con los niños. Blasito, su nuevo compañerito, les enseñó a respetar a los pájaros y a los sapos que eran blanco de su puntería. 
Un día caluroso los encontró cabizbajos, sin ánimo. Preguntó el motivo de su desazón y le contaron que el sol se había llevado a la lluvia y abrasaba los sembríos. El año sería malo y no tendrían qué comer.
Su amigo entendió el problema y les dijo que volvería  en unos días, que buscaran sus hondas. Cuando regresó y le preguntaron a quién dispararía respondió sonriente que sería al cielo. Las piedras iban a ser tres en nombre del Espíritu Santo.
Ellos pensaron que el sol había enloquecido a Blasito. Pero, la primera piedra abrió una huella en la bóveda celeste, la segunda logró que una nube asomara por el boquete, la tercera permitió que saliera. Ella engordó como un globo y dejó caer a la lluvia. Otras salieron por el mismo forado y la sequía se acabó.

Su amigo dijo que no volvería, que lo buscaran en la Panpa de San Agustín, en Huamanga. Al acabar la cosecha fueron con sus padres y se  acongojaron cuando vieron que era un sitio solitario de tunales. Lo buscaron de todas maneras y lo hallaron en medio de una floración increíble como ceras encendidas, convertido en un Niño Dios de pasta. En el lugar se edificó una iglesia. La imagen lleva una honda y tres pedruzcos de plata recordando el milagro.

Nuestra tuna lleva en sus carnes la fuerza extraída de los Andes. Su base son minerales esenciales, potasio, selenio, fósforo, cobre y zinc, que la nutren. Los estudiosos destacan su contenido de proteínas, carbohidratos, calcio y vitaminas antioxidantes que pueden ayudar a controlar la fiebre, la diabetes, el colesterol malo, el exceso de triglicéridos, las ulceras estomacales, los problemas del hígado irritado y constituir un soporte del organismo frente el cáncer. 
Desde hace algunos años la tuna sale de su ostracismo para dar batalla entre los alimentos peruanos. Su corazón es de oro.
Alfonsina Barrionuevo

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