domingo, 1 de abril de 2018


KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES  

Obra de Kukuli Velarde
En los finales del siglo pasado el mundo entendió que había cometido muchos errores y comenzó a ser más liberal. No sé por qué las mujeres tuvimos que soportar una serie de restricciones y aceptarlas al pie de la letra. En las reuniones todas debíamos quedarnos sentadas en la sala hablando de recetas de comidas, los últimos gritos de la moda y otros temas domésticos; mientras los varones conversaban en los jardines o en los patios de arte, letras, política y su trabajo en instituciones importantes. Para entonces el sexo aún era tabú.

En eso Kukuli me trajo su última obra. Me dijo que cerrara los ojos un par de minutos y luego  los abriera. (¡Qué cosa tan terrible, un Cupido erótico!) Esa no fue mi reacción, lo miré sonriente, le comenté cuán simpático era el angelito que mostraba orgulloso un falo enorme. Ella como que se quedó decepcionada y me dijo que en su exposición de retorno a Lima llevaría unos treinta en diferentes posiciones con halos de pan de oro. Me preocupó un poco la reacción que podrían tener algunas personas todavía conservadoras, pero me dije que otras los recibirían como yo. Lo increíble fue que adornaron los arcos dela galería “Pancho Fierro” donde se exhibieron sus Isichas. Como los  colegas los celebraron en sus comentarios periodísticos nadie los desaprobó. ¡Punto a favor!


MUTQA PUQYU

Las wakas de Qosqo tienen nombres muy poco accesibles porque los españoles no los escucharon bien o los escribieron mal. Por eso es casi imposible descifrarlos además de su contenido poético o filosófico. A veces encuentro palabras que se parecen y permiten  llegar a su verdadero significado. Ayer me gustó encontrar en un escrito de Blas Valera, del siglo XVI, el significado de la palabra Mutqa que apareció en el nombre de un sabio amauta. Mi barrio fue por mucho tiempo Santo Domingo y al final de la calle Awaqpinta había un beaterio llamada Mutqapuqyu. Ahora pienso que podría ser “pozo o manante escondido”. Es probable. Ya me lo dirán los expertos.
Hay otro nombre que me intriga. Kugitalis, que así se llamaba la waka donde está la casa del Inka Garcilaso. Kugi es Kusi, “alegría” pero es muy difícil saber qué será “talis”. Si lo saben me avisan, por favor.


WAYRA, SEÑOR VIENTO

Imagen relacionadaEs necesario reiterar que los Inkas no tuvieron ídolos. Mientras en otras partes del planeta se deificaba a hombres en el Perú se humanizaba a las fuerzas del cosmos y a los elementos telúricos. En ocasiones especiales se les dedicaba ofrendas, cantares, danzas y comidas como el mullu, polvo de la concha Spondylus prínceps. Siempre trataron de vivir en armonía, pero no se les escapaba que si bien podían ser benefactoras y atendían sus ruegos,  del mismo modo solían ser impiadosas y sus golpes se consideraban como enojos. La interrelación creaba un equilibrio muy delicado que se guardaba con mucho cuidado. 
Ese entendimiento se mantiene hasta ahora sin la misma intensidad, pero sobreviviendo. Quienes la practican en secreto son personas del Ande que detentan un tipo de poder.
Veamos un caso actual.
En Tupe, distrito de Yauyos, Lima, el viento de agosto que se levanta malhumorado y gruñón acostumbra arrancar árboles, techos de casas y más que nada las débiles matas que verdear en los surcos. Para los tupinos aquello fue siempre cuestión de vida y hasta la última década del siglo pasado buscaban la ayuda de un viejo taita llamado Conce que era especialista en hacer ofrendas al viento. Para eso le llevaba durante tres días muy temprano, una naranja, una flor, tres hojitas de coca y una brazada de hierba, diciéndole en antiguo idioma pukina, el kauki o jak’aru, que respetara los cultivos pues eran de gente muy pobre. El viento escuchaba su ruego y se iba a descargar sus furias a un desfiladero cercano.
Alfonsina Barrionuevo

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