KUKULI
Y SUS SUEÑOS DE COLORES
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Dibujo de Kukuli Velarde |
Al
margen de su magnífica creación artística Kukuli participa en mis afanes cuando
trabaja conmigo. Lo viene haciendo desde
la edad de los jilgueros cuando dio color a mis cuentos infantiles. En el
presente siglo apenas conoció mi deseo de publicar tres series con el material
que tenía de mis viajes decidió apoyarme con las ilustraciones. Para mí fue de
maravilla porque pienso que a veces una imagen puede decir más que mil
palabras. “El Divino Robapan”, de la serie “Aventuras del Niño Dios en la Tierra
de los Inkas”, fue el primer cuento al
que dio el encanto de su arte. Su
historia la recogí en Oropesa, el pueblo que es famoso en Qosqo por sus
riquísimos panes desde hace siglos. Para apoyar la historia las panaderas me
invitaron a conocer la milagrosa imagen que estaba en la iglesia. La robaron
pero tengo la foto que le tomé y que pueden ver en este blog. Kukuli puso a
caminar al divino Infante en sus páginas y cientos de niños están gozando con sus peripecias y el
milagro con olor a pan caliente entre canastas y manteles.
Les comento que las
piezas de rollizas chutas desaparecían misteriosamente de la tienda de una de sus panaderas.
Algo raro, tanto que ella preocupada se puso a vigilar día y noche su puerta
hasta descubrir que su Niño Dios de
Reyes cobraba vida increíblemente y, abriendo una ventana que daba a la calle, repartía sus panes a los niños pobres del
pueblo. La panadera lo puso en una vitrina y antes de morir dejó una
disposición para que fuera llevado a la iglesia y las panaderas recordaran que
en Oropesa ningún niño debía sufrir hambre.
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Niño Dios del milagro |
EL INKA CRONISTA
El Inka Garcilaso abrió los ojos a la vida el
12 de abril de 1539 y en 1560 se fue a la península llevándose una imagen de Qosqo más española y
menos inka. Su testimonio ya terminando el siglo XVI, tras infructuosas
gestiones en la corte para que reconocieran que
su padre el capitán Santiago Garcilaso de la Vega participó en la
conquista del Perú y tomaran en cuenta sus propios servicios la Corona, obedeció, según se disculpó, a que
siendo de Qosqo era obligado que contara lo visto con sus propios ojos para que
su grandeza fuera recordada.
A los Inkas nunca los mencionó como
antepasados porque en el Perú había
insistencia en olvidarlos. Durante su infancia estuvo cerca de su madre, la
ñust’a Chimpu Oqllo, nieta de de Tupaq Inka Yupanki, hasta los diez años. Su padre, el capitán
Garcilaso, se casó con la española Luisa Martell de los Ríos y desalojó de la casa de Oñate a la joven de alcurnia
imperial. Sin embargo su visión de Qosqo es la más completa, con lo que recordó
de su niñez y pubertad, los datos
recibidos de amigos y viajeros, y los que halló en manuscritos que llegaron a
sus manos.
Sus recuerdos alcanzan apenas a Qasana, ‘casa
nevada’, palacio en el septentrión cuyos muros mostraban un pasmoso pulido y
dividían muchos aposentos. Su galpón muy espacioso medía unos doscientos pasos de largo y
sesenta de ancho. Relató que en días de lluvia permitía celebraciones a su abrigo. Podían entrar unos sesenta jinetes
a caballo si querían jugar cañas. Su techo estaba asombrosamente entramado.
Sobre los muros se asentaron hábilmente dos juegos de maderas atadas con sogas de una paja larga y suave y sobre
ellas una cobija de paja en mucha cantidad. El Inka dijo que vio como
derribaron el palacio para hacer
tiendas y portales.

Para el año en que se fue, 1560, se había
modificado la fisonomía de la ciudad de tal modo que de volver los Inkas no la
hubieran reconocido. Su orgullo estaba hecho cenizas. Veintisiete años que
cayeron a plomo ardiente sobre sus edificios y sus calles. Al poniente, en
tierras que poblaban los kurakas cuando iban a Qosqo, se hallaba el nuevo
barrio de Chakilchaka. Por allí la
ciudad se conectaba con el Qhapaq ñan que se dirigía al Kuntisuyu. El
chorro de agua blanca del Qolqemachaqway iba deslizándose por allí como una
sierpe de plata cayendo entre espumas de trecho en trecho. Los caminantes que
deseaban salir de la ciudad pasaban por el barrio de Piqchu y Killipata
trepaban la cuesta de Umacalle, ´cabeza de calles’, accedían al barrio de
Karmenqa al encuentro del Qhapaq ñan que llevaba al Chinchaysuyu.
Alfonsina Barrionuevo
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