domingo, 22 de abril de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Dibujo de Kukuli Velarde

Al margen de su magnífica creación artística Kukuli participa en mis afanes cuando trabaja conmigo. Lo viene haciendo desde la edad de los jilgueros cuando dio color a mis cuentos infantiles. En el presente siglo apenas conoció mi deseo de publicar tres series con el material que tenía de mis viajes decidió apoyarme con las ilustraciones. Para mí fue de maravilla porque pienso que a veces una imagen puede decir más que mil palabras. “El Divino Robapan”, de la serie “Aventuras del Niño Dios en la Tierra de los Inkas”,  fue el primer cuento al que dio el  encanto de su arte. Su historia la recogí en Oropesa, el pueblo que es famoso en Qosqo por sus riquísimos panes desde hace siglos. Para apoyar la historia las panaderas me invitaron a conocer  la milagrosa imagen que estaba en la iglesia. La robaron pero tengo la foto que le tomé y que pueden ver en este blog. Kukuli puso a caminar al divino Infante en sus páginas y cientos de niños están gozando con sus peripecias y el milagro con olor a pan caliente entre canastas y manteles.
Niño Dios del milagro
Les comento que las piezas de rollizas chutas desaparecían misteriosamente de la tienda de una de sus panaderas. Algo raro, tanto que ella preocupada se puso a vigilar día y noche su puerta hasta descubrir que su Niño Dios de Reyes cobraba vida increíblemente y, abriendo una ventana que daba a la calle, repartía sus panes a los niños pobres del pueblo. La panadera lo puso en una vitrina y antes de morir dejó una disposición para que fuera llevado a la iglesia y las panaderas recordaran que en Oropesa ningún niño debía sufrir hambre. 



EL INKA CRONISTA


El Inka Garcilaso abrió los ojos a la vida el 12 de abril de 1539 y en 1560 se fue a la península llevándose una imagen de Qosqo más española y menos inka. Su testimonio ya terminando el siglo XVI, tras infructuosas gestiones en la corte para que reconocieran que  su padre el capitán Santiago Garcilaso de la Vega participó en la conquista del Perú y tomaran en cuenta sus propios servicios la Corona, obedeció, según se disculpó, a que siendo de Qosqo era obligado que contara lo visto con sus propios ojos para que su grandeza fuera recordada.  
A los Inkas nunca los mencionó como antepasados porque en el Perú  había insistencia en olvidarlos. Durante su infancia estuvo cerca de su madre, la ñust’a Chimpu Oqllo, nieta de de Tupaq Inka Yupanki,  hasta los diez años. Su padre, el capitán Garcilaso, se casó con la española Luisa Martell de los Ríos y desalojó  de la casa de Oñate a la joven de alcurnia imperial. Sin embargo su visión de Qosqo es la más completa, con lo que recordó de su niñez y pubertad,  los datos recibidos de amigos y viajeros, y los que halló en manuscritos que llegaron a sus manos.
Sus recuerdos alcanzan apenas a Qasana, ‘casa nevada’, palacio en el septentrión cuyos muros mostraban un pasmoso pulido y dividían muchos aposentos. Su galpón muy espacioso medía unos  doscientos pasos de largo y sesenta de ancho. Relató que en días de lluvia permitía celebraciones a su abrigo. Podían entrar unos sesenta jinetes a caballo si querían jugar cañas. Su techo estaba asombrosamente entramado. Sobre los muros se asentaron hábilmente dos juegos de maderas atadas con sogas de una paja larga y suave y sobre ellas una cobija de paja en mucha cantidad. El Inka dijo que vio como derribaron el palacio para hacer tiendas y portales.

Resultado de imagen para garcilaso dela vegaAl escribir “Los Comentarios Reales” volvió sobre sus pasos para evocar sus mejores años. De la casona donde nació y vivió, solo nombró al ‘corredorcillo con arquerías que daban a la calle’, desde el cual espectaba los juegos de sortijas y cañas  de los amigos de su padre. No tuvo tiempo de enterarse que este lugar fue una waka, Kugitalis. Sitio donde durmió Wayna Qhapaq y le fue grato porque soñó que retornaba con gloria tras de vencer una batalla.
Para el año en que se fue, 1560, se había modificado la fisonomía de la ciudad de tal modo que de volver los Inkas no la hubieran reconocido. Su orgullo estaba hecho cenizas. Veintisiete años que cayeron a plomo ardiente sobre sus edificios y sus calles. Al poniente, en tierras que poblaban los kurakas cuando iban a Qosqo, se hallaba el nuevo barrio de Chakilchaka. Por allí la ciudad se conectaba con el Qhapaq ñan que se dirigía al Kuntisuyu. El chorro de agua blanca del Qolqemachaqway iba deslizándose por allí como una sierpe de plata cayendo entre espumas de trecho en trecho. Los caminantes que deseaban salir de la ciudad pasaban por el barrio de Piqchu y Killipata trepaban la cuesta de Umacalle, ´cabeza de calles’, accedían al barrio de Karmenqa al encuentro del Qhapaq ñan que llevaba al Chinchaysuyu. 
Alfonsina Barrionuevo


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