KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
El
amor que tiene Kukuli por el Perú y el Qosqo en especial es fuerte. La he visto
inmersa en las culturas, confundiéndose con sus wakas para sentir su mensaje y
llevarlo a la arcilla, adicionándole en algunos casos el oro y la plata como en
el ñaupa pacha, ‘el tiempo sin edad’ de los chavin, los moche o los naska,
entre otros. Su lejanía en Nueva York o Filadelfia solo ha logrado que su arte
cobre mayores alas y se torne en mundial. Cuanto se hace en cualquier parte ya
no es local porque se incorpora a la humanidad. Así las raíces de Kukuli que se
hunden en los Andes sostienen con más energía la fronda que emerge de su alma y
se extiende a través del espacio. Así dicen del waname, el árbol de la
creación, los sabios amautas de los wachipaires de Qosñipata, Qosqo.
WAKAS VOLADORAS
En el siglo XVI la fama de ciudad
de oro y plata que tuvo Qosqo se hizo polvo muy pronto. Los españoles de
Pizarro dieron vuelta y media a sus wakas o santuarios y barrieron a todas. Las
figuritas hechas con los preciosos metales que sus habitantes les ponían, para
obtener una gracia, fue lo último que se llevaron. Al cabo, con su señorío en
escombros, terminó siendo una ciudad pobre cuyo halo de riqueza circuló todavía
durante un largo tiempo.
En esa creencia Felipe II quiso combatirlas
y encargó exterminarlas al virrey Francisco Toledo. Sin conocer mucho del
asunto éste dispuso que se concentraran en la capital inka una grandiosa
caravana de santos y vírgenes,
inaugurando el primer Corpus de América. Los resultados no fueron lo que
esperaba y argumentó en su defensa que al ser ahuyentadas dichas wakas ya no
estaban en tierra porque se habían vuelto voladoras.
Sin duda aguardó un choque de
religiones que no sucedió. El Qosqo no
solo fue desposeído de sus templos y palacios, también perdió a sus sacerdotes
y gran parte de sus pobladores. No se sabe por qué ocurrió un desbande
semejante pero fue como si ellos supieran que nunca volverían el Qosqo a tener
poder. Los que quedaron fueron muy pocos.
El nivel de una batalla
espiritual no funcionó porque estaban en distintos planos. Cómo desplazar con
San Antonio Abad al Padre Sol, Apu Inti, que daba vida y calor a los seres
vivientes; a Mama Killa, la Luna, que manejaba desde el infinito las mareas de
esa inmensa pradera líquida que es Mama Qocha, el mar, con la Virgen Peregrina
de Quito; a las estrellas que solas o en grupos, decidían el tiempo de las siembras
y la multiplicación de los animales con Santa Bárbara Doncella; a Mama Qaqa, la
piedra que blindaba su voluntad para enfrentar los desafíos de kausay, la vida,
con la Purificada; a Wayra, el Viento
que girando en husos gigantescos se llevaba las enfermedades con San Pedro; a
Para, la lluvia, que bajaba presurosa con su cántaro de greda cuando sentía que
se rajaba el labio de los surcos con Santa Ana; a Chiqchi, el granizo, que
saltando en un solo pie cubría la tierra con un manto de silencio con San
Ciprián; a Wankar K’uichi, al arco iris que inundaba el aire con sus banderas
de colores; a Willka Nina, el fuego que abría sus flores ardientes en los
tendales de la sombra; a Warasinse, guardiana de los terremotos y a Mama
Lloklla, madre de los aluviones, que controlaba los excesos de las aguas; a Oqe
Mishi, el puma celestial relacionado con la lluvia; a la Qewña que en los veranos descascaraba los mensajes
tatuados en su piel, entre otros elementos y
a representantes de la flora y la fauna.
Cómo
romper el carácter sagrado de una ciudad donde tenía su templo algo tan frágil
como Puñuy, el sueño, que extendía su levedad de caricia sobre los párpados
cansados y albergaba a veces sin reparos a Wañuy, la muerte tan temida para
impedir su misión. La ciudad que tenía relación con los elementos de la
naturaleza y el cosmos sigue viva en sus moléculas pues más valía que se
quedara así suspendida en el tiempo. Aquello que llegó después ya no le atañía.
Alfonsina Barrionuevo
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