SEVICHE Y PACHAMANKA NACIONALES
En un
país como el nuestro, civilizador de los alimentos, es natural que los
antiquísimos abuelos probaran mil maneras de prepararlos preservando su sabor y
naturaleza. Los estudiosos han comprobado cómo los antiguos peruanos cocinaron la carne de
pescado con el jugo agrio del tumbo y en cuanto a la pachamanka colocaron las carnes, producto de la caza,
sobre piedras calientes. En el siguiente paso crearon la watia edificando
pequeños hornos de piedra y accedieron finalmente a la pachamanka más compleja.
Mayores datos en un próximo blog.
EL “OJO” DE CACHICADAN
Hay
magia en Cachicadán, un pueblo pequeño a corta distancia de Santiago de Chuco,
la tierra de César Vallejo, La Libertad. Sus aguas termales, con virtudes medicinales, tienen
ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al
atardecer y en noche de luna el ojo por donde sale entre neblinas de vapor
tiene "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura bruja.
Hace
cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez, fue con su jarra al estanque para llenarla y
sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en
sus pies y se alejó.
En
la noche soñó con una bellísima señora muy alhajada que la invitó a su palacio
de cristales. En la siguiente los árboles susurraron dulcemente el llamado a su
oído. En la tercera volvió a aparecer la “dueña del agua” ofreciéndole
preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio cómo se abría el cerro, iluminado
por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para vencer su
sortilegio con puro amor.
En
el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso hirviendo crece una
infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del
lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática
palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de
cintura y el corpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o
regalo. Es obligatorio al pedir permiso dejarle en algún lugar oculto un trozo
de chancaca, cigarrillo, coca y flores. Es obligatorio para entrar en su
territorio.
Libro del José Alvarez Blas |
El
señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le
gusta la correspondencia. Está vivo, según dicen, y puede sentir la falta de cariño. La
indiferencia le disgusta y puede dificultar la búsqueda, esconder lo que se
quiere o marchitar las plantas.
En
Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las
pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que es
tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el rayo, a quien buscaron
infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.
Los
mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus
sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante
más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta
a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía.
Ahora descansa entre flores y plantas medicinales y aromáticas en el cerro La
Botica, meditado, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La
iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen
del Carmen es la patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a San Martín de
Porres que llegó más tarde y fue llevado en manos de una devota que recibió sus
dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus
ruegos.
Su
fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con bandas
de pallos, canasteros, wankillos,
jardineros, osos, vacas locas,
venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben
toda clase de ayuda desde reses enteras, carneros, un lechón, un cabrito, cinco
cuyes, un saco de maíz y jora para la chicha. También comida que preparan las
familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa, bizcochos chankay,
rosquitas y sándwiches. Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos en castillos de fuegos artificiales que pintan
el cielo de colores.
Muy
cerca, en Guakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda
al fondo es un prodigioso cosmético. Las industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con
miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las
espinillas y las líneas del tiempo.
Cachicadán
da trigo, maíz, papas, oca, habas, lentejas, lino, cebada, frutas, manzanas,
membrillos e higos. Antes había tejedores de ponchos, alfombras y fajas, también
talabarteros que entretejían las riendas y armaban también las monturas.
Un pueblo con vida donde hacían un alto en sus
viajes los caminantes.
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