Angelas como las vio Kukuli a los ocho
años de edad. Las dibujó como si fuera ahora pantalones anchos y ajustados
sobre la cadera, los zapatos de tacones altos y gruesos. Un vestuario creado
para una pasarela celestial. Sus trazos eran seguros como si estuvieran posando
para ella. Se entendió con los colores felizmente.
EL ZODIACO
DE NASKA
En el extenso parque de las Panpas
de Naska hallaremos siempre la presencia de María Reiche. En 1940, cuando Paúl
Kosok pasó por allí sólo vio el fragmento de una ave y una línea que señalaba
el solsticio de invierno. La científica alemana las limpió en innumerables años
de paciencia y soledad, encontrando cientos de líneas y más de veinticinco
figuras que se identificaron con ella. El picaflor, que rozaba sus mejillas con
su exquisito vuelo vibrátil; la majestuosa pariwana, ondulando el cuello para
cortar el viento; el cóndor abanicando con sus alas su frente; el pájaro
fragata escribiéndole en lenguaje morse; la ballena orca asomándose para verla
entre encajes de olas; el perro sin pelo, fiel a su cariño hasta el final; los
dos monos, el grande, abrigando su cuello con su cola esponjada y, el pequeño,
con ganas de columpiarse en sus brazos; las arañitas de oro que se apretujaban
a ella para dar calor a sus sueños en las noches desérticas; el algarrobo
extendiendo sus ramas en sombrilla para protegerla de los rayos del sol y así
otras.
Ella
sigue ahí y recorre con el sentimiento, más que nunca, el pedregoso suelo que
conocía la suavidad, la caricia de sus manos. Cuando podía aún caminar, ya sin
ver, medía la habitación con sus pasos el tiempo que era necesario para
totalizar cinco kilómetros al día que era su rutina. Mientras mantuvo sus
energías no hubo nadie que lo impidiera y, después, lo hacía con la mente
siempre puesta en la panpa desde el lecho, con su espíritu libre, sin amarras.
María Reiche la amaba, como algo muy personal, íntimo, desde que inició sus estudios
dedicándole su vida.
Alguna vez hablamos sobre las
constelaciones celestes que se ven en los pueblos más altos de los Andes. Allí
está el calendario que los astrónomos naskas reprodujeron cerca a la costa. Es
una pena que no alcanzáramos a ir para que contemplara las estrellas formando
diversas figuras en el cielo. Su visión sobre ellas hubiera cambiado y nos
hubiera dado tal vez más de una sorpresa. No tuvimos tiempo. Gracias a sus
afanes, a su lucha que es un ejemplo, miles de turistas sobrevuelan ahora los
dibujos y las líneas; pero les falta recorrer las alturas para completar la
visión de los naskas que leían el destino de los hombres y los campos en el
fulgor de los cuerpos celestes.
Un
día podremos cambiar el zodiaco occidental que no nos corresponde por el que
debe regirnos, porque estamos en el otro lado de la tierra. Por eso no coincide
nuestra suerte en el amor, en los negocios, en la salud, en los viajes, en
cuanto forma parte de nuestra vida. Mientras tanto hay que conservar las figuras
sobre la grava rojiza. Hasta caminar simplemente sobre ellas puede causarles
daños irreparables porque son muy frágiles. Las necesitamos para los días que
vendrán.
Alfonsina Barrionuevo
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