domingo, 17 de septiembre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

Angelas como las vio Kukuli a los ocho años de edad. Las dibujó como si fuera ahora pantalones anchos y ajustados sobre la cadera, los zapatos de tacones altos y gruesos. Un vestuario creado para una pasarela celestial. Sus trazos eran seguros como si estuvieran posando para ella. Se entendió con los colores felizmente. 


EL ZODIACO DE NASKA

En el extenso parque de las Panpas de Naska hallaremos siempre la presencia de María Reiche. En 1940, cuando Paúl Kosok pasó por allí sólo vio el fragmento de una ave y una línea que señalaba el solsticio de invierno. La científica alemana las limpió en innumerables años de paciencia y soledad, encontrando cientos de líneas y más de veinticinco figuras que se identificaron con ella. El picaflor, que rozaba sus mejillas con su exquisito vuelo vibrátil; la majestuosa pariwana, ondulando el cuello para cortar el viento; el cóndor abanicando con sus alas su frente; el pájaro fragata escribiéndole en lenguaje morse; la ballena orca asomándose para verla entre encajes de olas; el perro sin pelo, fiel a su cariño hasta el final; los dos monos, el grande, abrigando su cuello con su cola esponjada y, el pequeño, con ganas de columpiarse en sus brazos; las arañitas de oro que se apretujaban a ella para dar calor a sus sueños en las noches desérticas; el algarrobo extendiendo sus ramas en sombrilla para protegerla de los rayos del sol y así otras.
Ella sigue ahí y recorre con el sentimiento, más que nunca, el pedregoso suelo que conocía la suavidad, la caricia de sus manos. Cuando podía aún caminar, ya sin ver, medía la habitación con sus pasos el tiempo que era necesario para totalizar cinco kilómetros al día que era su rutina. Mientras mantuvo sus energías no hubo nadie que lo impidiera y, después, lo hacía con la mente siempre puesta en la panpa desde el lecho, con su espíritu libre, sin amarras. María Reiche la amaba, como algo muy personal, íntimo, desde que inició sus estudios dedicándole su vida.

Alguna vez hablamos sobre las constelaciones celestes que se ven en los pueblos más altos de los Andes. Allí está el calendario que los astrónomos naskas reprodujeron cerca a la costa. Es una pena que no alcanzáramos a ir para que contemplara las estrellas formando diversas figuras en el cielo. Su visión sobre ellas hubiera cambiado y nos hubiera dado tal vez más de una sorpresa. No tuvimos tiempo. Gracias a sus afanes, a su lucha que es un ejemplo, miles de turistas sobrevuelan ahora los dibujos y las líneas; pero les falta recorrer las alturas para completar la visión de los naskas que leían el destino de los hombres y los campos en el fulgor de los cuerpos celestes.

Un día podremos cambiar el zodiaco occidental que no nos corresponde por el que debe regirnos, porque estamos en el otro lado de la tierra. Por eso no coincide nuestra suerte en el amor, en los negocios, en la salud, en los viajes, en cuanto forma parte de nuestra vida. Mientras tanto hay que conservar las figuras sobre la grava rojiza. Hasta caminar simplemente sobre ellas puede causarles daños irreparables porque son muy frágiles. Las necesitamos para los días que vendrán.


 Alfonsina Barrionuevo

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