LA PEREGRINA DE
OTUZCO
Otuzco siempre celebra a “la Porterita”,
una Virgen rebelde que estaba en el balcón de la fachada de su iglesia desde
siglos ha. Desde allí se comunicaba con sus fieles. Una Ave María al verla era
su regalo y se encendía de pura alegría. Sus ojos se iluminaban mirando crecer al
pueblo y había rosas en sus mejillas. Dicen que de pronto un vecino rumboso pagó
por un nuevo altar mayor para la hermosa e hicieron fiesta para ponerla en la
parte principal como santa patrona. Ella no lo aceptó y al día siguiente estaba
en el balcón de la fachada. Así varias veces hasta que entendieron cual era su
voluntad y la dejaron en su viejo sitio llamándola la Virgen de la Puerta.
Su fiesta en Otuzco, La Libertad, es
una de las grandes del Perú. Viene de ayeres con un esplendor que no muere por
el amor que le profesan sus devotos. Pude ver todavía una de sus joyas vivientes.
La pandilla de las pallas con la túnica o cotón de las princesas inkas, mostrando
una platería deslumbrante. Sus antiquísimos parlamentos, dichos en coplas dolidas,
divulgaban a los cuatro vientos la captura y muerte del príncipe Atawalpa. Había
pocas porque las antiguas familias que guardaban los trajes como invalorables
reliquias así como los textos casi habían desaparecido. Ojalá otras hayan
tomado la posta.
Por lo demás Otuzco siempre se repleta
de romeros a quienes no les importa ir a pie desde Trujillo, caminando más de
catorce horas como una ofrenda a la tierna señora. Su imagen, que es
excepcional, une a su belleza extra terrena la fuerza espiritual que congrega a miles
de fieles. A su fiesta concurre también gente de sus sierras porque puede
convocar a la lluvia. Los agricultores dicen que revive una vieja tradición de
los chimu cuando quiere. El 15 de diciembre, día de su procesión, se detiene al
bajar de su balcón, esperando que "La lluvia bese sus mejillas y que el
año sea bueno", dicen ansiosos los campesinos. Lo vi, en el cielo azul flotó
una nube pequeñita y cayó en sus mejillas.
En ese momento cuadrillas de gitanos,
negritos y miles de fieles rompieron el aire con delirantes aplausos. Ese año
no llorarían los surcos y florecerían hasta las piedras.
La Virgen acabó de bajar de su altar
del balcón y paseó la plaza y sus calles como una reina. En las vísperas los
peregrinos subieron a un altar móvil que tiene en el presbiterio para dejarle
sus exvotos de plata pidiéndole una gracia. Sus rasgos son delicados y parece una
santa niña, en cuyas manos de lirio se deshace el encaje de su pañuelo.
Otuzco se encuentra en las riberas de
los ríos Pollo y Huanganalla, afluentes del río Moche y fue fundada por
agustinos ermitaños a fines del siglo XVI. La Virgen fue su primera pobladora y
ahora es dueña de un santuario que construyó la fe de sus creyentes. Su vieja iglesia
es un museo donde se lucen los vestuarios que ha recibido y que irá cambiando
hasta 2030.
Los otuzcanos le encuentran un
parecido con la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci por su misteriosa sonrisa, que a
veces se va "cuando se enoja". Para hacerla sonreír tienden a sus
plantas un jardín de flores, enjoyan su cielo con las luces de colores de castillos
de sofisticada pirotecnia y le ofrecen una serenata con revuelo de palmas y
zapateos. Dieciséis a veinte bandas y orquestas tocan a tanto vapor que las
debe escuchar hasta el Padre Eterno.
Los campesinos que metafóricamente
"hacen crecer sus papas sobre su cabeza" y "hacen nacer a sus
pies las crías de sus rebaños" la celebran hasta la octava que es "el
día del día". No en vano gastan en la fiesta de su patrona, la Inmaculada
Concepción o Purísima, lo que pueden y lo que no tienen. Por eso la Virgen es
dueña de todas sus tierras. Si el año es seco siempre les da algo y si es bueno
ganan en papas de piel rosadita, de yema de huevo y limeñas con hoyitos;
también en maíz, trigo y cebada que se
come graneada como arroz o molida, sazonada con las deliciosas surrapas de
chancho. El agua que se bebe es dulce y limpia porque los manantiales filtran
sus caudales en la legendaria piedra de Urma. El jamón, delicioso, y los quesos
riquísimos. Al irse, cuando los coheteros sueltan la última paloma de luz,
sienten que la paz de la Virgen portera inunda la tierra. La misma donde se
enseñoreó en otras épocas Katekill, el fiero elemento de la tormenta que regía
los destinos del agro. También él la quiere.
Alfonsina Barrionuevo
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