LOS
FAMOSOS WIRAPANPINOS
El taita Santiago de las Españas llegó
a Wirapanpas y dio un nuevo encargo a sus pobladores. En adelante todos serían
ladrones, buenos, regulares y malos. Al principio la gente no entendió. Poco a
poco aprendieron. Un dia le demostraron al santo que su siembra dio resultados.
Cómo no, si tenían un gran maestro.
En 1975
Ricardo Valderrama y Enrique Rosas, antropólogos de Qosqo, me contaron sus
asombrosas experiencias de campo y me deslumbraron con su historia en una tarde
gris con aroma de café. Tuvieron que vivir en la comunidad apurimeña para que
ellos en confianza acabaran revelándoles el origen de su extraña raíz.
“¡Pero, cómo
no si robamos con la venia celestial del Patrón!”
De hecho, en
las comunidades la honradez es ley, pero en Wirapanpas el Taita Dios Santiago instauró
el robo.
“Los inútiles
serán buenos cristianos”, les dijeron con absoluta sinceridad. “Los mediocres
serán aquellos que caigan siempre en manos de la justicia. Los más capaces harán
crecer bajo su sombra la abundancia.”
“Así dijo el taita
y dividió a los cristianos en tres grupos, dijo Enrique Rosas. La prueba que
les puso hizo temblar a los más templados. Un leqecho hembra, pájaro de la puna
de un finisimo oído, sería la jueza sin saberlo, porque tendrían que robarle
sus huevos.
El primero no
llegó a meter su mano en el nido y fue corrido a aletazos. ¡Tremendo inútil! El segundo esperó que se durmiera y ya estaba
por sustraérselos cuando fue descubierto. Sólo el tercero la hizo roncar
valiéndose de unas hierbas y triunfó sobre los otros, menos listos.”
Ambos sacaron
más datos de su mochila de caminantes y calentaron el día invernal.
No imaginé que
el mismo Santiago el Mayor, podía dar a los werapanpinos otra lección
inesperada con su ejemplo allá donde el cielo y la tierra se juntan. El santo
les enseñó a robar con su mal ejemplo cuando bajaba a Chalwawacho. Como era grande y robusto su peso
agobiaba a su caballo. El pobre tenía el lomo lleno de mataduras. En eso
encontró a su hermano Santiago, el Menor, y le envidió su caballo alto,
hermoso, con cascos de concha y perla.”
Los wirapanpinos
son desconfiados pero Ricardo y Enrique se ganaron su confianza y les hablaban
francamente de sus correrías. Me explicaron que para ellos el robo es una
institución. “¿Acaso los blancos no les robaron su tierra a los indios? Sólo
estamos cobrando. Además Patrón Santiago fue el mayor ladrón que llegó después
de los Inkas y está en la iglesia. Antes de los españoles era feo robar, era
malo, se cortaba la mano del ladrón. Taita Santiago cambió eso. Nosotros
seguimos a Taita Santiago, lindo patrón. En el pueblo todos tienen sus
oraciones para robar.”
Los wirapanpas
creen en Lloqe Santiago, Inka Rey, y en Paña Santiago o P’unchay Santiago, el
santo cristiano. Cada uno tiene su dominio y recibe sus ofrendas junto con la
Pachamama y los ruwales, espíritus telúricos. El kinsa ñeken reza el Ave María
al revés y llevan consigo cierta layqasqas, hechizos, para que los perros se
duerman cuando van a robar y contagien su sueño pesado a los dueños. Ellos
diferencian el robo del asalto que a veces camina con la muerte. El robo no
solo es una ley de la costumbre. También cumple una función social. Por ejemplo
al avaro o al antisocial se le castiga con el robo y éste acto es aprobado por
la comunidad. “Patrón Grande roba Patrón Chico, nosotros robamos también”.
Cuando pueden llevan fusil en el
arzón. Sin embargo, el arma de la mayoría es el liwi o boleadora que se amarra
a la cintura. Los cronistas dicen que se inventó en tiempos de Manko II para
enfrentar a los españoles. El liwi tiene tres puntas que rematan en piedras
recogidas en el Hatun Mayu, río grande. Cada una se envuelve en un cuero sacado de una cabeza de
res y dentro se coloca koka o mukllu que es su semilla para pedir la ayuda de
los espíritus de los cerros. Su fuerza mágica viene del sebo de culebra que se
enrolla en las patas del caballo o de la res con facilidad; las uñas del águila
o wamancha, para que se prenda sobre su presa; la kechifra o pestaña del ojo
izquierdo del buey para que vaya en dirección recta; las pestañas del puma para
que vea en la oscuridad. La triple soga esta trenzada con el pelo de la cola
del caballo
Una boleadora
bien dirigida puede hacer caer a regular distancia una res, un equino y hasta
un hombre. Dos de las bolas giran por encima de la cabeza del jinete y la
tercera, en su mano izquierda, aguarda el momento del vuelo, para salir
disparada con las otras. Y la víctima cae en plena carrera. Sirve también para
luchar cuerpo a cuerpo y de un golpe puede partir cabezas. En las batallas del
Chiaraqe, Qosqo, muchos jóvenes guerreros pelean con liwis.
“Por desgracia
cada día hay menos que robar”, dicen los mozos de Wirapanpas. Cuando no roban
cultivan la tierra. Tienen hasta 90
variedades de papas y kinua, kañiwa y otros productos de pan llevar,
entre 3.400 y 4,000 metros de altura.
Ricardo se fue
a Qosqo en avión y también Enrique, a quien le fascina poetizar el mundo mágico
de la Cordillera y ha rodado alguna vez con los ukhukus, esos osos humanos, por
los toboganes de hielo de Qoyllur Rit’i, ha comprado sueños en la feria de los
sortilegios, ha traspasado los umbrales de dos mundos.
Lima se ve
linda con sus celajes a lo largo de la costa. Es su maquillaje del atardecer. El
viaje no es largo cuando se vuelve a la tierra. Sin embargo, ellos se van en busca de lo suyo, menos ruido, más
claridad, cielo azul, viento de puna, tricomías de colores en los cerros y
pueblos donde lo absurdo es real. Algún día los wirapanpinos dejarán esa
actitud negativa que oxidó sus conciencias. “Lo harán cualquier día, dicen,
como quien deja una cáscara prestada para dejar que brille la propia. Entonces,
el Paña Santiago comenzará a secarse en su altar, sin una flor.
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