domingo, 7 de agosto de 2016

LAS AVES QUE ENGAÑARON A DIOS

En los Andes del Sur se centra la historia de las aves que engañaron a Dios. ¿Era posible? Las historias son bellas y basta. Un día el Supremo Hacedor llamó a un pajarito, el nombre se pierde en el tiempo, porque tenía un encargo que darle.
-Dime, Señor, le dijo. -Estoy listo para llevar tus mensajes.
-En efecto –le dijo este. –Quiero que lleves a mis hijos la Qori Mankacha.
-¿Para qué servirá?
-Pues, ellos no tienen por qué trabajar. Quiero que sean felices. En la Qori Mankacha pondrán los productos de la tierra sin que sea necesario hacer nada. Un hervor y su comida estará lista.
-Ingeniosa esa “olla de oro” mi Señor -observó la pequeña ave.
-Por eso te recomiendo que tengas mucho cuidado. Es una olla muy delicada, si no tienes cuidado se romperá.
-Descuida, mi Señor. La llevaré y no la soltaré hasta llegar a la tierra.
-Lo espero porque la Qori Mankacha tiene otro uso.
-¿Qué más sabe hacer esa olla prodigiosa? –preguntó con curiosidad.
-Pues lo hombres no tienen que hilar ni tejer, bastará meter el algodón, tintes y otros y sacará listos sus vestidos.
-Sí, Señor. La llevaré.
-Así será.
El pajarito comenzó su viaje a la tierra. La distancia era bastante larga. Ya lo pueden imaginar batiendo las alas con esfuerzo y colgando de pico la olla mágica. En eso, casi ya al llegar, distinguió unos frutos dulces que eran sus favoritos, colgando de la rama de un árbol. Al momento olvidó cuán delicado era el encargo. Abrió el pico y…¡zás…! la Qori Mankacha cayó vertiginosamente.  El pajarito trató de cogerla en el aire, pero inútil. Se estrelló en el suelo y se hizo trizas. La avecilla fue castigada pero perdimos la oportunidad de vivir sin trabajar.


MERCADOS Y CARRETILLAS                             
El nombre sugestivo que titula esta columna, evoca otro, del siglo pasado: el “comedor de los agachados” en Cusco, de paso a la estación del tren de San Pedro,  de donde partía “la teterita” de Latorre, como se le nombraba, entre silbidos de advertencia, mientras iba subiendo en zig zag el  cerro de Piqchu.
Pregunté por qué los llamaban así. La explicación fue sencilla. De madrugada, cuando al respirar el vaho formaba por el frío una nubecilla en el aire, los trabajadores tomaban al paso una sopa refocilante. No había bancas y tenían que hacerlo de cuclillas, cerca de las ollas colocadas en sus braseros. De allí el nombre de “los agachados”.
Con el tiempo se asignó a las vendedoras una sección en el mercado y allí, cómodamente en bancas, los comensales se servían el fragante caldo de carnero con mote, el oloroso caldo de cabeza con papas y el caldo de gallina que era muy buscado por su poder para renovar las fuerzas. 
Después se comenzó a servir un desayuno convencional, también en el interior, con variedad de jugos de frutas frescas, café humeante en taza grande, café con un platillo sabroso de nata, café con leche y pan con queso o un sabroso vaso de chocolate con pan de Huaro o de Oropesa.    
El lechón y los tamales tenían un lugar aparte. Generalmente se compraban calientitos, despidiendo un olorcillo provocador, para servirse en casa con la familia.
Si había viaje a Machupiqchu. como su salida era exacta, a las siete en punto, el tren se detenía en Huarocondo y era el momento propicio para comprar una porción del chanchito de leche al horno con  tamales. Los que iban a Quillabamba se servían en Aguas Calientes  un buen plato de asado con papas, tallarines en salsa de carne o delirantes rocotos rellenos y emponchados, entre otros potajes.

Si el viaje en tren era a Puno se detenía en la estación de Pucará y las señoras del mercado subían a los vagones de primera con choclos y una buena tajada de queso si era su tiempo, y el esperado kankacho de carne de cordero sazonado con sabiduría, que era y sigue siendo el plato  bandera de Ayaviri, capital de Melgar, Puno.
En Santiago de Chuco, La Libertad, a donde hice viajes con el equipo del canal 7 RTP para grabar la tierra de César Vallejo, donde quedaban todavía algunas personas que lo hacían conocido, teníamos el restaurante de la banca. Almuerzo de casa en una mesa limpia, al exterior del mercado, y la consabida banca, donde esperábamos cuchara, tenedor y cuchillo en ristre el menú que no era reseñado porque de hecho solía ser muy sustancioso.
Curiosamente, en Moquegua, donde estuvimos en el cuatricentenario de su fundación, los restaurantes cerraban a las seis de la tarde y no quedaba más remedio que ir al del banco, donde había buen café y pan con jamón.
En Juliaca, Puno, el servicio en el mercado “chupeqatu” era bastante bueno. Todavía no soñaban los señores en llegar a ser chefs. Les gustaba degustar cada potaje, pero muy machistas nadie soñaba con que pudieran tomar el cucharón ni siquiera para servir la sopa o el chupe listo. Las mujeres se multiplicaban y sus ayudantas se daban abasto y maña para las horas punta, sobre todo en la mañana y al mediodía. Por la tarde cerraban.

Las carretillas eran sobre todo para los emolienteros. A miles de metros sobre el nivel del mar ya estaban desde las seis de la mañana con varios tipos de emoliente, cuya condición era sólo que estuviera caliente.
Habría mucho más que decir de cada parte visitada del Perú. Este preámbulo es una presentación del libro “Mercados y Carretillas del Perú”. “Una valiosa parte de la gastronomía del Perú se encuentra en las calles, en las carretillas, en los mercados y en los pequeños puestos de comida al paso. Es sorprendente la variedad gastronómica que ofrecen estos puestos, donde se puede calmar la sed con un emoliente, degustar un buen sanguchón de pollo y unos ricos anticuchos y rematar el almuerzo con unos deliciosos picarones”, dice Alfonso López, director general de comunicación de ENDESA, autora de la publicación.
 “En esta nueva obra de historia e investigación sobre la gastronomía peruana”, agrega hemos querido recuperar, de los fogones de la historia, las recetas y secretos para la preparación de una amplia variedad de platos que nacieron en la calle y hoy se encuentran en los mejores restaurantes del Perú y el extranjero. Son recetas impregnadas de sabiduría popular que, a través de explicaciones didácticas y “apetitosas” ilustraciones, ofrecen al lector la oportunidad de conocer mucho mejor una parte importante de las costumbres y de la cultura de este país.”
Es interesante conocer a través de sus páginas a Manuel Atanasio Fuentes, quien publicó en la capital la primera receta del seviche en su libro: “Lima: Apuntes históricos descriptivos, estadísticos y de costumbres” (1867).

Resultado de imagen para carretillas de comida en limaEn este texto, el famoso “Murciélago” escribió que el seviche consiste en pedazos menudos de pescado o en camarones que  se echan en zumo de  naranja agria, con mucho ají y sal; se conservan así por algunas horas hasta que el pescado se impregna de ají y casi se cocina por acción caústica. De este y del agrio de la naranja”.
Fuentes también se refiere a los picantes, que “se preparan con todo tipo de carnes pero el picante más picante y el que más lágrimas arranca (después de los celos) es el seviche.”
Sobre el origen de este famoso plato existe la posibilidad de que sea prehispánico. En un almuerzo que el Dr. Fernando Cabieses Molina, gran neurocirujano y también investigador de la historia, fundador del Museo de la Nación, ofreció a un grupo de periodistas en el Museo de las Ciencias de la Salud, todos probaron un seviche exquisito. Su ayudante Melchor, quien conocía recetas antiquísimas, lo preparó con  jugo de tumbo verde y, de veras, que “tumbó” a todos los seviches confeccionados con jugo de limón. Sería interesante recuperar este ingrediente que otorga un perfume inigualable al pescado. Excepcional. 
El doctor Cabieses destacó, años más tarde, las virtudes del maíz. Ya como choclo simplemente hervido, pura leche cuando está tierno, o placentero en la sencilla pero agradable huminta, envuelta en la suave panka de la mazorca, con queso o con pasas de acuerdo al gusto del cliente.  
No deja de interesar otras recetas del libro. Un caldo de choros, nutritivo y sápido para los días de invierno, una chanfainita bien aderezada con hierbas saborizantes o un tacu tacu, cuyos secretos se revelan con arte en sus páginas, para continuar una tradición donde se combina el buen gusto de dos mundos.

Alfonsina Barrionuevo

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