domingo, 28 de agosto de 2016

CANCIÓN PARA MAMASARA

“Tarpuy kamuy, harawi,
qori rejawan, qolqe rejawan
¡Wallay, waychayllay!”

En la cosecha, según el antropólogo Faustino Mayta Medina, la principal actora es la mujer que representa a la Pachamama. Después del despanque, ellas secan las mazorcas en el tendal, protegido por una cruz de maíz adornada con rosas y claveles. Tanto la siembra como la cosecha se realizan entre canciones que se deshojan al viento: “Tarpuy kamuy, harawi, qori rejawan, qolqe rejawan”, es decir: “Sembremos, harawi, con reja de oro, con reja de plata. ¡Wallay, waychayllay!"

Resultado de imagen para maiz gigantePara guardar el maíz en los trojes, las mujeres separan los taqes que son los maíces mellizos, trillizos, cuatrillizos y hasta quintillizos. El gran número de taqes, sobre todo pares, es señal de buena suerte. El taqe es el maíz reproductor, la madre del maíz: Saramama. Los hombres nunca deben tocar el maíz porque sus manos son de viento. De hacerlo se acaba rápidamente.
El siglo XXI asiste a la desaparición del maíz blanco gigante porque su habitat está solamente en el Valle Sagrado de los Inkas. Se ha querido llevarlo en diferentes épocas a otros valles gentiles de Cusco para salvarlo y no se puede porque pierde sus características. Se trata de condiciones específicas de la tierra que no existen en ninguna parte. También cuestión de altura, de agua, en fin exigencias  que requiere para vivir.  
                   

¡ADIÓS MAÍZ BLANCO GIGANTE!  
                              
El famoso maíz blanco de los Inkas se encuentra en proceso de extinción. Empresas nacionales  y chilenas, según nos informan, siguen construyendo hoteles sobre sus preciados surcos. Los viajeros ya duermen sobre las lozas que cubren las airosas plantas de mazorcas con granos gigantes. Estas noticias deben haber causado pesadumbre a John Earls, especialista en este maíz.

“Vine al Perú y me convertí en un fanático del maíz blanco gigante de Urubamba, Cusco”, me dijo en una oportunidad el científico australiano. Nacido en Sydney, vino al Perú atraído por la historia de los Inkas, la música andina y la lectura de José María Arguedas y Ciro Alegría. “Dejé la física y estudié antropología en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga”, agregó el distinguido profesor. El segundo idioma que adoptó le permitió abrir las pankas del maíz gigante y conocer sus secretos.
Los Inkas, según explicó, tuvieron una escuela de agricultura para el paraqay o maíz blanco de hermosos granos. “En Australia tenemos un clima uniforme, pero aquí cada 30 metros de altura varía. La infinidad de altitudes es fascinante. Un metro más es más frío; menos, más caliente. Influyen también el viento y la lluvia. Me intrigaba cómo los Inkas pudieron lograr una planificación que coordinara esas diferencias”, confesó el investigador peruanista, añadiendo: “Entonces, me dediqué a averiguar cómo pudieron organizar un trabajo tan eficiente para el maíz blanco gigante, que fue para ellos un cultivo de Estado. Busqué la literatura que pude y con mis investigaciones obtuve un doctorado en  Estados Unidos, estudiando los orígenes de la agricultura en el Perú.”
Para John Earls fue muy curioso que la fase de maduración del maíz tuviera tanta relación con la temperatura. En épocas anteriores esta especie fue muy pequeña. Mejorar su tamaño fue una hazaña que se logró en base a una observación constante. Su ritmo de maduración tiene una relación tan directa con la temperatura, que el aumento de un grado centígrado en el ambiente  reduce su desarrollo.  
Si hay nevadas o sequías no se puede predecir su maduración. Cabe preguntar también, indicó, cómo en los Andes, de niveles tan irregulares, los antiguos qosqorunas pudieron asegurar el riego. Si falta volumen de agua en la época de floración, se malogra la cosecha. Pero los agricultores prehispánicos dominaron el comportamiento de las diferentes razas de maíz que hay en el Perú.
En el Valle Sagrado aún se mantiene  el ancestral sistema de riego en las chacras y los andenes. A los 3,000 metros, el maíz florece y  madura casi en 115 días; mientras que  a los 2,500 lo hace en 84 días. Para que el agua fluya uniformemente se necesita una organización perfecta.
“El proceso es complejísimo, añadió Earls. La gente lo maneja con los movimientos del sol y mirando también a las estrellas. Esto ha sido comprobado con mediciones satelitales y mediciones de la temperatura del mar y de la cantidad de agua que hay en la atmósfera, las cuales determinan el tamaño de las mazorcas.”


La gente andina tiene sus estrategias para no perder la cosecha del paraqay y superar los tiempos tardíos y las sequías. Tienen al kulli, un tipo de maíz blanco morocho, que madura mucho más rápido, por lo que se puede lograr un segundo sembrío en el año e incluso asociarlo  con otro que va a madurar antes de que llegue el invierno.

“Para mí –indicó el doctor Earls- es como si tuvieran una máquina para coordinar su trabajo con características biológicas excepcionales. La gente usa el ayni y eso le sirve. Ahora algunos apuntan en cuadernos qué día tendrán un ayni, pero antes fue seguramente con khipus. Los varayoq o alcaldes andinos tienen en sus manos el control del trabajo en las comunidades  para evitar algún caos. Un sistema brillante”.
El profesor de la PUCP refirió que los Inkas se concentraron mucho en el cultivo del gran maíz blanco de Urubamba. Ellos desarrollaron también la genética para el mejoramiento de las otras razas. Uno de ellos, hermano de Pachakuteq -tal vez Tupaq Yupanqui-, es recordado como el pionero en la planificación de la agricultura andina.
Para terminar, Earls alude a los últimos cambios climáticos. “Son muchos. Los campos están más expuestos a las radiaciones solares. Han variado los indicadores ecológicos, los zorros que aúllan meses antes y los sapos que saltan fuera de época. Habrá modificaciones genéticas en los cultivos. Confío en que las comunidades encontrarán soluciones. Hay que tomarlas en cuenta. En 1989 escribí un libro sobre Moray, básicamente un laboratorio abierto de investigación y experimentación agrícola en diferentes altitudes dentro de un mismo ecosistema”. Los Inkas quisieron ampliar el cultivo del paraqay a otras regiones y no dio resultado.
El Perú tiene alrededor de 136 variedades de maíz que se producen en varias partes del país como el saqsa, rojo con blanco; el dulce chullpi, el qellosara amarillo, para mote; el oqesara  plomo, para tostar; el kondevilla, que es precoz, y el maná, que al ser tostado se expande y es muy rico. La mayoría están perdiendo mercado de la demanda. No sólo se usan para confeccionar chicha que se está comenzando a exportar, como kancha que es el desayuno de los niños en el campo, para hervirlo y servirlo en la mesa con queso, sino también para hacer pan. En Julkán, cerca del convento de Santa Rosa de Ocopa, Junín encontré un agricultor que preparaba la satanka, un panecillo prehispánico en una olla especial como un horno pequeño y a fuego lento. En Oropesa, Cusco, se prepara una diversidad de panes desde la t’anta también prehispánica hasta las chutas y la torta de hurk’a.
En el Inti Raymi se preparaba posiblemente con el maíz blanco la chicha sagrada o aqha y unos panecillos llamados sankhu. Los Inkas y los kurakas que estaban presentes esperaban con ansiedad la aparición del astro rey. Había la creencia de que la tierra podía quedar en tinieblas al comenzar el solsticio de invierno.
La bióloga cusqueña Rosa Hernández declara que el parakay debe ser considerado patrimonio nacional. Ella y su esposo, César Salas, también biólogo, han abierto en P’isaq un Sara Wasi o “Casa-Museo de Exposición del Maíz”. Su propósito es dar a los visitantes una explicación de  sus características, que son definidas. La mazorca tiene ocho hileras simétricas. Su tamaño despierta asombro y su composición química depende de la calidad del agua, del ph de los campos y de las diferencias del clima.
 Alfonsina Barrionuevo


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