domingo, 26 de junio de 2016

LOS MORITOS DE CHINCHERO                                

Los cobros por los fiscales de puna, establecidos sin duda por párrocos ambiciosos, dieron lugar a que se creara la historia mágica de “los moritos”. Los niños que morían sin bautizarse se convertían en “moritos”, que por una eternidad se pasaban en la búsqueda de un cordón en la sacristia del purgatorio. Quien tenía la suerte de jalarlo y tocar una campana oculta podría entrar al cielo. De otra manera llegaban a calvos sin salvarse. Los padres y en general los familiares pagaban para que la criatura fuera bautizada de “cuerpo ausente”. Así dejaba de ser “morito” y aseguraban su felicidad en la otra vida.
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“Morito” viene de moro, árabe musulmán no cristiano.
Esta historia me contaron en Chinchero, “la tierra del arco iris”. Un elemento atmosférico que en la fiesta de la Santa Cruz inunda irreverentemente los sudarios.

Otra fiesta, el Corpus, resulta muy singular en Chinchero. Las vírgenes y santos que desfilan en una colorida y bulliciosa procesión, son celebradas por las comunidades campesinas. Ellas dan su calor y devoción a las imágenes religiosas de este pueblo que se acurruca bajo un sol helado.
Los peregrinos, que días antes van a Qoyllur Rit’i, se encargan de darle la alegría de sus danzas. Chinchero, localidad con arrugas de piedra, es uno de los pocos del Cusco donde se conservan añejas costumbres del Inkario. Los taitas de rostro apergaminado relatan con orgullo que allí nació el Padre Sol. Su madre fue una extraña mujer, en los últimos días de embarazo, llamada Mama Lloqlla, “la madre de los aluviones”, que llegó cuando la tierra estaba en penumbra.

La criatura que nació con ayuda de las abuelas del lugar llevaba una luz en la frente. A medida que crecía su resplandor se fue extendiendo. Los Apus le pusieron por nombre Mallko Qhapaq, “señor de señores”, y pronosticaron que fundaría un gran imperio.
Al llegar a la juventud buscó a su pareja, una joven muy hermosa llamada Pitusilla, que vivía con su familia en unos roquedales. Su amigo Pikichaki le ayudó a encontrarla y cuando la halló las qenas, tambores y pututos resonaron jubilosos. Mallko Qhapaq desposó a Pitusilla y juntos bajaron al Cusco fundando una ciudad en el centro de un valle.
El joven señor que tomó el nombre de Manko Qhapaq enseñó a los hombres a trabajar la tierra y otros menesteres, trasmitiendo su sabiduría a los elegidos. Cuando estos aprendieron se colocó de un salto en el cielo. Allí está y alumbra diariamente  a la tierra. Pitusilla volvió a ocultarse en un sitio de grandes rocas que se ve desde las alturas de P’isaq. De tanto llorar formó un nevado que se llama Willka Weq’e, esto es, “lágrima Sagrada,” conocido también como “la Verónica”. Dicen que Mallko Qhapaq volverá alguna vez y que ella saldrá a su escondite y la gente vivirá tiempos mejores.

Mallko Qhapaq quiso mucho a Chinchero y por su voluntad nació allí su primer hijo dándole  el nombre de Sincheraq, “Todopoderoso”. Así se llamó hasta que al ceñirse la borla imperial tomó el nombre de Sinchi Roqa. Chinchero tuvo categoría de pueblo real y fue fortificado para defenderlo de las incursiones de los pobladores de la selva.

Los españoles tardaron muchos años en descubrir al legendario pueblo del arco del cielo. Avanzado el virreinato levantaron una iglesia en la plaza sobre el templo inka y colocaron el campanario sobre su terraza principal, adornada con puertas de doble jamba.
En el atrio se conserva una serie de piedras con milenarios grabados o petroglifos donde aparecen signos totémicos. Cuatro árboles de sauco llevan hasta la gran puerta tachonada con clavos de bronce. El interior está alhajado con los cuadros del ilustre Francisco Chiwantito Inka, pintor de la Escuela Cusqueña, que abrió los ojos en Chinchero.
El 8 de setiembre San Andrés sale en procesión con su típico collar de papita menuda, papa maway, primeriza. El santo es el patrón de la papa, pero eso no se opone a que los varayoq o alcaldes de las comunidades pregunten a los manes de a tierra si el año será bueno. Para el efecto hacen rodar con un mazo la papa más grande de la última cosecha, esperando la respuesta.

La Virgen es dueña de las tierras más fértiles del pueblo y todos se turnan para sembrarla y cosecharla, la Pachamama es la madre cariñosa, universal, y a ella le entregan la flor de sus ofrendas y halagos.
El antropólogo Oscar Núñez del Prado hizo un estudio sobre cómo piensan de la vida y la muerte las gentes de Chinchero. Ellos creen que en el organismo humano hay una cantidad de onzas de tierra. La vitalidad depende de no gastarla de prisa. Durante la vida va disminuyendo hasta que al consumirse por completo sobreviene la muerte.
Los espíritus de los muertos pasan por el Hurk’anmayu, río de aguas turbias, sobre la cola de los espíritus de los perros que viven en el Añoqara Llaqta. El paraíso es el Hanaq Pacha, “el mundo de arriba”, en el que los hombres se dedican a la agricultura y tienen buenas cosechas por una eternidad.

En su cielo los niños riegan los jardines con agua que recogen en diminutos cántaros de flores de qantu. Los niños que murieron bautizados alumbran su camino con una vela. Los “moros” están a oscuras tropezando y van al limbo, donde buscan afanosamente el badajo de una campana. El día en que la hagan tocar habrá llegado la hora del Juicio Final.
El recorrido que se hace para llegar a Chinchero, a veinticinco kilómetros de Cusco, es bello y pintoresco. La carretera atraviesa alamedas de eucaliptos. Veredas con pencales que usaban los chaskis o mensajeros para tejer sus ojotas en cada jornada, cerros cubiertos de verdor, y tuercen por Kachimayu, la pampa del río salado, internándose por Qorimarka, el pueblo de oro.

Alfonsina Barrionuevo

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