DOLOR
DE MADRE
Mucho antes del sacrificio
final Micaela Bastidas comenzó a sentir que había involucrado a sus hijos en la
revolución. Hipólito sólo tenía diecisete años de edad, le seguía Mariano, y el
menor Fernando, con diez o doce años de vida, recién asomaba a sus umbrales. En
una de sus cartas a su esposo ella le pide recordar que en la lucha estaban
también sus hijos, aunque tenía fe en el triunfo. Micaela estaba doblemente
comprometida, como esposa y líder debía secundar a José Gabriel Tupaq Amaru.
Como madre su corazón sufría por la suerte de sus vástagos. La heroína se
encargaba personalmente de atenderles. En otro escrito comenta como estaba
arreglando la ropa de Fernando que no dejaba de crecer. Debió ser atroz para esa madre ver ante la
horca a su hijo por su causa y no poder impedir su entrega a las manos del
verdugo. Creo que lo más terrible fue pensar
que si pudiera desandar lo andado ella volvería a hacer lo mismo en procura de
la libertad de los hombres, mujeres y niños de su pueblo. El destino no le dejó florecer y ambos fueron
su ofrenda a los Andes. No alcanzó a escuchar el grito de Fernando cuando los
caballos tiraban para los cuatro lados de la plaza tratando de descuartizar a
su padre. El niño no pudo soportar ese fin trágico. Micaela lo presintió cuando le leyeron
la sentencia de Areche, el carnicero.
A continuación páginas de mi
libro: “Habla Micaela” ya en prisión. LIBERTAD CON GRILLETES
No pensé que este mi encierro
comenzara a pesar sobre mí como una loza. La celda es muy estrecha y se parece
a una tumba. ¡No mereces india ver la luz del dial, dirán ellos. Tienes que
pagar vida con vida. ¡La vida de mil indios no vale la vida de un español y
ustedes han matado a muchos!. Yo digo, ¿quiénes son los verdaderos dueños de
ésta tierra? ¿Lo sabes, español, tú que te crees un señor, viniendo tal vez de
un hospicio o de un presidio? ¿No eres tú el intruso? ¿No son ustedes los
forasteros, así vivieran aquí no una sino, varias vidas? ¿No son ustedes los
que han estado empollando la muerte en nuestros surcos humanos? ¿Los que
ponían nuestro sudor, nuestras lágrimas y nuestras vidas en un platillo de la
balanza y en el otro su maldita sed de hacerse ricos? ¡Yo te maldigo España y,
aún sin conocerte, sé que el oro que exprimes de nuestra sangre, no quedará en
tus bolsillos! ¡lgnoro de qué metal está hecha el alma
de tu pueblo! ¡Sólo sé que es un metal de mala ley, viendo lo que ha hecho con
el mío! ¡Tus gentes se han creído dioses y han tomado la vida de los hombres,
arrastrando por los suelos su libertad, su honor, su dignidad!
![]() |
Niños de Surimana. Cusco |
¿Adónde escapar del carcelero y el
verdugo que nos tienen tantos años en el puño, con la consigna de dejarnos solamente
resollar, sin querer enterarse que el ansia de libertad no muere mientras haya
un pecho que lo aliente?. ¡De qué protestan, pues, malditos! ¿Acaso hemos hecho
mal al habernos querido arrancar de vuestro azote? ¡Ustedes han escrito nuestra
historia a su modo, pero aún en ella la verdad se impondrá con su peso a la
mentira! ¡Tendrá que decir que confiamos en las leyes de vuestro rey! ¡Qué nos
sujetamos a sus ataduras como niños! ¡Y eso que él nos era ajeno, que este no
era su reino, ni nosotros sus vasallos naturales!
Me han dejado y se han ido sintiendo
mi menosprecio sobre sus espaldas. Creen que al dejarme en sombras hacen más
angustiosa mi espera, ¡Se equivocan! ¡La luz no se apaga jamás para quien la
lleva dentro! ¡José Gabriel y yo somos dos soles alumbrando! ¡Aún en este
momento, en que somos la libertad de nuevo engrilletada, la esperanza segada a
medio vuelo, la voz ahogada en sangre! ¿Me pregunto, a qué le tienen miedo?
¿Por qué están temblando? ¿Qué les hace llevar el arma siempre lista?. Nosotros
no les debemos nada. ¡Qué tiemblen ellos que tienen negra la conciencia! ¡José
Gabriel y yo les emplazamos!
Ya no siento indignación por los kurakas que se aliaron a nuestros enemigos. Sino lástima por quienes se
contentan con recoger las migajas del propio pan que amasaron. Mejor que no
vinieran. Lo que si me angustia es que se haya interrumpido la obra
libertaria. Olvidarán mañana tal vez lo que ofrecieron ayer y a lo mejor
impondrán nuevos cupos y serán más duros los castigos. ¡Pobres los míos! ¡Ha
sido muy fugaz el tiempo que han saboreado la fortuna de respirar a pulmón
lleno! ¡Ojalá hubiera podido amarrarle, detenerle, pedirle que no avance, para
dejar que fueran un poco más felices! ¡Yo he palpado por lo menos su alegría. Aunque
me duele pensar cuán duro será para ellos volver después al yugo. Estoy triste
porque ahora su pan será todavía más amargo y más postrados sus viernes. No
espero nada de Areche salvo que nos crucifique. No puede ser de otra manera.
Con nosotros no habrá términos medios. Sé que el único camino que nos queda es
la muerte. ¡Con vida seríamos un peligro! ¡Diego Cristóbal anda suelto y
tratará de acercarse para ver si puede rescatarnos! Areche no tiene otra
alternativa! Aunque ese no se contentará con firmar la sentencia. Antes querrá
saber quiénes estaban con nosotros, comunicándose o ayudando con dinero. Por
lograrlo será capaz de cualquier cosa y andará tan extraviado, como seguros,
mi Inka y yo, de no decirle lo que ansía. Por darnos muerte, él pasará a la
historia. Siempre se ha luchado, pero José Gabriel resume hoy, en su persona,
las rebeliones de todas las épocas. ¡EI eterno desafío de mi pueblo! ¡Su beligerancia!
Qué extraño me parece este
convento convertido en cuartel. Las puertas de mi celda se han abierto para ir
al juicio. Estoy en el viejo Amarukancha, que fue palacio de un Sapan Inka, señor
todopoderoso, mas sus piedras no son las mismas. Han tomado otra forma. He
pasado mis manos sobre ellas, queriendo descubrir su mensaje, su calor. Nada
dicen. Los soldados españoles me miran con rabia. Se sorprenden de que siga
altiva y me empujan con sus bayonetas....
Alfonsina Barrionuevo
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