domingo, 7 de febrero de 2016



MAMITA CANDELARIA    

Los qochaqoe, esos kuyes de agua, antiquísimos abuelos de los kuyes de hoy deben haberse sentado sobre las patitas para asistir a los ensayos de las danzas de la Candelaria. Lo mismo el viento que se ríe de cuanto ser viviente quisiera hacerle competencia cuando corre por las llanuras abiertas, nadie más veloz que él.  Ídem, los qeles que a veces sacan las cabecitas curiosas entre los juncos del lago para ver como los caminos se pueblan de júbilos y colores con el revuelo de los sombreros, las monteras y las polleras andinas. Entre el domingo pasado y el de hoy han sido más de veinte mil bailarines y bandas que conmovieron la tierra del Titiqaqa, el lago navegable más alto del mundo. Todos sus caminos desde los más apartados se llenaron de música y de giros, nervio y movimiento, volcándose en el estadio Torres Belón para prender una llamarada en las pupilas de la Candelaria.

La primera vez que llegué a Puno, un inolvidable dos de febrero, me encantó la presencia de los conjuntos que asistían,  tímidamente, con una Ave María musitada en las puertas de su iglesia. En años posteriores fueron aumentando las octavas vestidas de sedas, bayetas, cintas labradas y encajes o de máscaras alucinantes con ojos de foco y bichos avernales, morenos con enormes pipas de tabaco sobre las bembas coloradas, mujeres con ricos pejes nadando sobre su pecho, polleritas coquetas imitando las ondas de su mamaqocha, que encandilan las miradas de pobladores, viajeros  y peregrinos. Un río espectacular de tundiques, llameradas, waka-wakas, kallawayos, morenadas, tuntunas, sayas  y diabladas. No hay mundos paralelos en la Entrada y en la Despedida porque de veras no puede ser, son uno.  En las puertas de su casa la Candelaria recibe el multitudinario homenaje de los bailarines. Suerte de la Mamita de la Candela del Parque Pino que los arrastra tras el borde de su manto celestial, mientras sigue olvidada la Fundadora, como hace siglos, después de proteger a sus devotos cuando se derrumbaron galerías en la mina de Santa Bárbara, de San Luis de Alba, la fabulosa ciudad minera. Para  entonces no existía Puno, nacida luego en Puñuypanpa, la Panpa del Sueño. Ella, según la leyenda, hizo retroceder a cientos de diablos, candela viva, que aparecieron para llevarse a los mineros atrapados. Si quieren conocerla está en la Basílica Catedral, con dos rasguños, uno en la mejilla y otro en la mano, que se hizo al levantar unas vigas, puro amor, pura bendición. Lo de hoy, 2016, estuvo entre devoción y espectáculo soberbio, enceguecedor, a tono con el título de su Festividad: Candelaria, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Los puneños adoran bailar, a rabiar. A nosotros nos encanta también.


PLANTAS QUE AMAN
                              
Una hermosa leyenda, recopilada en Puno por José Portugal Catacora, asegura que el primer hombre andino fue creado con el untu, grasa o esencia vital de las plantas, los animales y las piedras.  De allí se origina su intensa relación con el mundo que le rodea. Su advenimiento en forma de semilla, para participar de esas  fuentes, se dio para emerger igual que una yema, crecer abriendo sus hojas; seguir el paso cíclico de la estaciones; comportarse como una una criatura de sangre caliente para procrear y enfrentar los retos de la vida con la voluntad propia del poderoso blindaje de las células de la roca.
Su hermandad con el mundo vegetal lo proveyó desde épocas lejanas de plantas medicinales para superar cualquier malestar físico o espiritual. Su caminar por los yermos inhóspitos de altura no lo fatigaba porque tenía la muña (Minthostachys mollis), cuyo agradable olor aspiraba al frotarla entre sus manos para renovar su energía.

La pacha salvia (Salvia offinalis), cuyas hojas soasadas le servían para combatir dolores reumáticos, recibió el nombre de ñuqch’u, flor sagrada de los Inkas, cuando la derramaban sobre sus andas áureas, pasando a ser después sedosa ofrenda para el Señor de los Temblores de Cusco, cada Lunes Santo.
Sobre la importancia de éstas y otras plantas, el médico huanuqueño Hermilio Valdizán Medrano y el químico farmacéutico-arequipeño Angel Maldonado Alcázar, ambos doctores en sus especialidades, con estudios en Francia e Italia, publicaron el “Diccionario de Medicina Popular Peruana” en las primeras décadas del siglo pasado. En sus páginas apareció un minucioso registro de muchos especímenes con sus respectivos dibujos.
En 1995 John Eddowes Villarán, médico psicólogo limeño de abuelo inglés, comenzó a trabajar con veintitrés esencias florales y siete productos de plantas que curan. En 1939, según dice, el doctor Edward Bach terminó en Gales, Gran Bretaña,  el primer sistema de esencias florales con agua de manantial.
Las esencias de su sistema, que ha titulado el Sistema Kinde, pertenecen a un grupo importante que ha sobrevivido a la extinción de especies por su fortaleza  ante los cambios ambientales. Su adaptabilidad para enfrentar situaciones adversas y cambiantes es aprovechada como terapia para ciertos desequilibrios emocionales asociados generalmente a malestares físicos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) las considera como medicinas de uso libre.   

La descripción de las virtudes y propiedades de las plantas que maneja John Eddowes es tan expresiva y jugosa como las anotaciones clásicas. Veamos: 
La manayupa (Desmodium molliculun), conocida también como “pata de perro, amor seco o pega pega”, vive entre 2,000 y 3,000 m.s.n.m. en los Andes. Se usa para purificar y desintoxicar el cuerpo de fármacos y drogas, estimulando el funcionamiento de los riñones. También sirve para limpiar los ambientes pesados.
La yawar chonka, (Oenothera rosea), que crece a grandes alturas, es famosa porque “disipa la tristeza y apaga la pena”. Es buena para enfermedades cardíacas y problemas circulatorios. Sus flores tienen pétalos rosados o lilas. Con la infusión de estas flores el corazón recupera un ritmo sosegado y baja la presión.

El diente de león o achicoria amarga (Taraxacum Offinale), tiene hojas dentadas y largas, flores amarillas y frutos en forma de bolas con pelos sedosos que dispersa el viento.  Es una planta diurética, que estimula la función del hígado y los riñones, combate el exceso del colesterol y reduce la obesidad. Su esencia floral es muy útil para liberar la tensión y la furia contenida.
El lirio naranja, lirio del Perú o lirio de los Inkas (Lilium bulbiferumrum), tiene un follaje de pocas hojas lanceoladas y flores de pétalos con marcas o parches de colores. La tradición popular relaciona a estas flores con los buenos augurios cuando se regalan. Su uso incrementa la creatividad, despeja los bloqueos mentales, alienta el optimismo y ayuda a innovar el quehacer personal y profesional.   
El heliotropo (Heliotropium peruvianum) tiene flores que siempre miran al sol y lo buscan. Son empleadas para tratar problemas de huesos y articulaciones, así como afecciones  respiratorias.
El pepino dulce (Municatum Ait), oriundo del Perú y reproducido en la cerámica prehispánica, posee una esencia floral que refresca la mente y alivia de preocupaciones, además de reducir el estrés.
La chuchuwaska (Brunfelsia grandiflora), llamada también “sanango, francisquita y borrachero”, es una planta “maestra” de la Amazonía. Su esencia floral ayuda a regular las sensaciones extremas de frío y calor. Es recomendable usarla tópicamente para la rosácea.
 El molle, (Schinus molle), escobilla o árbol de la pimienta, es analgésico, antiinflamatorio, antibacteriano y antiespasmódico, astringente, balsámico, diurético y estimulante. 

La hierba del alacrán, (Heliotropium angiospermun, Murria), también conocida como “cola de gato y hierba del sapo”, es útil para problemas de huesos y artritis, afecciones respiratorias y  picaduras del alacrán. En esencia floral es una bebida burbujeante que ayuda a relajar la columna vertebral  y mejorar la postura.
La verbena (Verbena offinalis), “hierba” de los hechizos, verbena del campo o verbena negra”, crece en las ocho regiones hasta 5,000 metros, posee vitaminas A, B y C, y es recomendada para tratar infecciones, bronquitis y hepatitis.
La wachuma (Trichochocereaus pachanoi),  cuyo nombre popular es San Pedro, es una cactácea de la costa norte, con espinas pardas y flores blancas.  En la medicina tradicional del norte peruano se usa en ceremonias de curación, por sus efectos depurativos (purgante y psicoactivo. También es usado en casos de sinusitis, fiebre alta y problemas de la piel y el cuero cabelludo.  Su esencia floral da claridad a la mente y afina la intuición. Los baños del cactus hervido calman los nervios.

John Eddowes combina las plantas con esencias Kinde o con diferentes productos, según los casos que debe tratar. Veamos. 
Para momentos extremos de la vida y reducción el estrés:  Yawar chonka, diente de león, pepino y mariposa roja.         
Para emociones intensas, llanto fácil o al borde de la desesperación: Mango, yawar chonka y molle.
Para aclarar mente y ordenar los pensamientos: Agerato, jacarandá, ocopa, lirio y estrella púrpura. 
Para relajar el cuerpo y la mente: Diente de león, verbena y pepino.
Para conciliar el sueño: extracto de wachuma con colágeno  de tuna y aloe, más vitaminas. Frotar el cuerpo antes de acostarse.
Para desinflamar y regenerar articulaciones, tendones, músculos, huesos cartílagos y otros: Extracto de molle, matico, chilka y llantén.
Para limpiar los dientes y proteger las encías: Harina de coca, salvia y arcilla medicinal.
En resumen, una lista abundante de plantas medicinales que curan y que están para ayudar en nuestros Andes. 

Alfonsina Barrionuevo      

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