MENSAJES DEL ANDE
Las señoras
del campo guardan los ‘zorritos’ para que cuiden los surcos. El ‘zorrito’ es un
diminuto hueso del oído del cuye o qoe que se busca después de comer al sabroso
animalito. En la siembra se coloca para impedir la presencia de alguna plaga.
Como su sobrenombre lo indica el huesito tiene la forma del felino y es muy pequeño. En las ofrendas, despacho o pagapu se colocar entre los elementos del
reino animal, el heneqen que es vegetal y el llinpi, o polvo mineral. Nada es obligatorio cuando se trata de hacer
un regalo a los Apus o la Pachamama. La
invocación es cariñosa:
qantan
kunan kaypi qanpaq
mesata
mast’ashayku
qantapichaytan
qantamunasiayku.”
Apu Aunsanqati, padre mío, ven.
Ahora tengo para ti esta mesa
tendida
porque te queremos.
Al poner el primer k´intu,-tres hojitas de coca-, el panpamisayoq se dirige al Apu elegido. Sus palabras son íntimas porque se trata de una entrega. Antes fue así y será mañana cuando quiera agradecer su atención como un hijo.
*Kunanmi,
qaqa sutuq, millma wasi,
qosunmusunchis
huq kuka, k’intutachata
qankunaman,
sumaqllata, chaskikuychis, Apukuna.
Ahora, roca que gotea, casa de
lana,
te ofrezco un puñadito de coca
recíbelo con cariño, padre mío.
Cuando se ofrece el vino a la
Pachamama para calmar su sed, le dice:
Kay
vinuchata, uvachata,
pukurimusqayki,
tomayku,
santa
tierra, Pachamama.
Lo cual es:
Esto que es vinito, uvita, la
derramo
para tí. Recíbela, Pachamama.
Y se agrega:
Que no nos siga la tristeza,
que no nos siga la desgracia,
calle de oro, calle de plata,
tierra sagrada.
calle de oro, calle de plata.
* Hay miles de palabras que se
emplean en los rituales en ocasiones especiales, aparte de la comunicación
diaria.
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*Notas del Padre Luis
Dalle. Ayaviri, Puno.
SAN PEDRITO
En Ilo,
Moquegua, los viejos y calvos pelícanos de alas caídas, que parecen filósofos, esperan
ansiosos que lleguen las barcazas para robar uno que otro pececillo. En los
roquedales montan guardia, como sus antecesores, que vieron a los
antiguos peruanos surcar las aguas del Pacífico rumbo al Sur. Es extraordinario
que fuera, en aquellas épocas, un puerto “internacional” de donde salieron osados
navegantes que llegaron de Qosqo y armaron grandes balsas buscando nuevos
lugares que conocer. El sol del atardecer, que se oculta tras una palmera abanicándose, es el único que podría dar fe
de cómo fue su proeza pues regresaron de lo desconocido.
Paúl Rivet, el
famoso antropólogo francés que pasó una temporada en el lugar, estaba seguro de
que llegaron a Tahití y otras islas intercambiando productos. Lo comprobó el
capitán Domingo de Goyenechea en 1772 y el noruego Thor Heyerdahl en 1947.
Conexiones que a lo mejor un día pueden repetirse para los turistas en busca de
aventura, pero en una nave con todas las comodidades y en unas horas.
En la ciudad
de hoy los viajeros admiran la iglesia de San Jerónimo que es notable por el
material que fue empleado para su construcción. Como es pequeña se le da vuelta
y se comprueba que está hecha íntegramente de madera. El párroco y los
feligreses tienen mucho cuidado con las velas que se encienden para San Pedro
en su fiesta, pues, un incendio podría destruirla en minutos. Su venera de agua
bendita es una gigantesca concha marina traída del viejo mundo, con una valva
que mide abierta unos ochenta centímetros y tiene un grosor de treinta por lo
menos.
Aunque su
primer encomendero fue español, quienes se afincaron en Ilo fueron ingleses y
franceses con un permiso especial de Felipe V en 1700, y después italianos y
yugoeslavos, que hicieron fortunas con el comercio de pescado salado, vinos,
aceitunas, azufre, magnesio, salitre y cuanto se podía vender en Lima, Tacna y
Europa.
Las casas de
mojinete que sólo se encuentran al sur del Perú son muy fotografiadas por los
turistas, a quienes llama la atención ese tipo de arquitectura mozárabe. En el
siglo pasado se tenía un transporte original, “el calamazo”, un camión que
corría sobre rieles y jalaba coches de primera, segunda y tercera. Muy cerca
del mar quedan vestigios de las bodegas de los chinos que vendían caña de
azúcar, chancaca y miel.
La
construcción más antigua es un sugerente ranchito cuyos techos se sostienen
sobre columnas de palo. Sus paredes son de quincha. Es muy buscada por los
visitantes quienes declaran que debía estar en vitrina. Sus casonas más
típicas, que son muestras de su antiguo esplendor, son las casas Chocano, de
tipo republicano, que luce un larguísimo
balcón, y la Casa Gonzáles, donde funciona el Museo Naval. Otro atractivo
turístico es el mirador que mandó hacer el alcalde Augusto Díaz Peñaloza,
integrando las rocas y el mar. Lugar de ensoñación para tres generaciones que
van hasta hoy para contemplar las puestas del sol, el movimiento de las olas
que bordan encajes al pie, el paso de las embarcaciones y el vuelo de las aves
marinas cerca de tierra.
El Muelle
Fiscal no era un lugar de paseo, sino embarcadero de mercancías, productos de campo, y hasta vacas que eran
bajadas como gordas balletistas en grúas a los lanchones. No olvidar a la visita
a Punta Coles donde retozan, aman y duermen simplemente los lobos marinos. Yo
fui en 1992 y así conocí la villa que guardo en la memoria.
Alfonsina
Barrionuevo
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