domingo, 21 de febrero de 2016

MENSAJES DEL ANDE

Las señoras del campo guardan los ‘zorritos’ para que cuiden los surcos. El ‘zorrito’ es un diminuto hueso del oído del cuye o qoe que se busca después de comer al sabroso animalito. En la siembra se coloca para impedir la presencia de alguna plaga. Como su sobrenombre lo indica el huesito tiene la forma del felino y es muy pequeño. En las ofrendas, despacho o pagapu se colocar entre los elementos del reino animal, el heneqen que es vegetal y el llinpi, o polvo mineral.  Nada es obligatorio cuando se trata de hacer un regalo a los Apus o la  Pachamama. La invocación es cariñosa:


“Apu Khunurani, taitay, hamuy
qantan kunan kaypi qanpaq
mesata mast’ashayku
qantapichaytan qantamunasiayku.”
Apu Aunsanqati, padre mío, ven.
Ahora tengo para ti esta mesa tendida
porque te queremos.

Al poner el primer k´intu,-tres hojitas de coca-, el panpamisayoq se dirige al Apu elegido. Sus palabras son íntimas porque se trata de una entrega. Antes fue así y será mañana cuando quiera agradecer su atención como un hijo.

*Kunanmi, qaqa sutuq,  millma wasi,
qosunmusunchis huq kuka, k’intutachata
qankunaman, sumaqllata, chaskikuychis,  Apukuna.
Ahora, roca que gotea, casa de lana,
te ofrezco un puñadito de coca
recíbelo con cariño, padre mío.

Cuando se ofrece el vino a la Pachamama para calmar su sed,  le dice:

Kay vinuchata, uvachata,
pukurimusqayki, tomayku,
santa tierra, Pachamama.

Lo cual es:
Esto que es vinito, uvita, la derramo
para tí. Recíbela, Pachamama.

Y se agrega:
Que no nos siga la tristeza,
que no nos siga la desgracia,
calle de oro, calle de plata,
tierra sagrada.
calle de oro, calle de plata.

* Hay miles de palabras que se emplean en los rituales en ocasiones especiales, aparte de la comunicación diaria.
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*Notas del Padre Luis Dalle. Ayaviri, Puno.


SAN PEDRITO
           
En Ilo, Moquegua, los viejos y calvos pelícanos de alas caídas, que parecen filósofos, esperan ansiosos que lleguen las barcazas para robar uno que otro pececillo. En los roquedales montan guardia, como sus antecesores, que vieron   a los antiguos peruanos surcar las aguas del Pacífico rumbo al Sur. Es extraordinario que fuera, en aquellas épocas, un puerto “internacional” de donde salieron osados navegantes que llegaron de Qosqo y armaron grandes balsas buscando nuevos lugares que conocer. El sol del atardecer, que se oculta tras una palmera  abanicándose, es el único que podría dar fe de cómo fue su proeza pues regresaron de lo desconocido.

Paúl Rivet, el famoso antropólogo francés que pasó una temporada en el lugar, estaba seguro de que llegaron a Tahití y otras islas intercambiando productos. Lo comprobó el capitán Domingo de Goyenechea en 1772 y el noruego Thor Heyerdahl en 1947. Conexiones que a lo mejor un día pueden repetirse para los turistas en busca de aventura, pero en una nave con todas las comodidades y en unas horas.

En la ciudad de hoy los viajeros admiran la iglesia de San Jerónimo que es notable por el material que fue empleado para su construcción. Como es pequeña se le da vuelta y se comprueba que está hecha íntegramente de madera. El párroco y los feligreses tienen mucho cuidado con las velas que se encienden para San Pedro en su fiesta, pues, un incendio podría destruirla en minutos. Su venera de agua bendita es una gigantesca concha marina traída del viejo mundo, con una valva que mide abierta unos ochenta centímetros y tiene un grosor de treinta por lo menos.

El lugar fue encomienda de Nicolás de Ribera, el Viejo, quien cortó los primeros bosques de algarrobo, yaro, pakae y guarango, para construir embarcaciones. Su idea era una permanente comunicación con Lima, ciudad  de la cual fue su primer alcalde. La iglesia está dedicada a San Jerónimo, pero San Pedro tiene más devotos por la cantidad de gente que se dedica a la pesca y que requiere sus favores. Incluso hay dos imágenes del santo apóstol y portero del cielo. Una  grande que sale en procesión y otra pequeña, de un San Pedrito, que sale al mar y les asegura una  buena pesca. Las familias arrojan, cuando su barca comienza a moverse, una gran cantidad de claveles en recuerdo de los pescadores muertos, convirtiendo las aguas en un jardín flotante.

Aunque su primer encomendero fue español, quienes se afincaron en Ilo fueron ingleses y franceses con un permiso especial de Felipe V en 1700, y después italianos y yugoeslavos, que hicieron fortunas con el comercio de pescado salado, vinos, aceitunas, azufre, magnesio, salitre y cuanto se podía vender en Lima, Tacna y Europa.
Las casas de mojinete que sólo se encuentran al sur del Perú son muy fotografiadas por los turistas, a quienes llama la atención ese tipo de arquitectura mozárabe. En el siglo pasado se tenía un transporte original, “el calamazo”, un camión que corría sobre rieles y jalaba coches de primera, segunda y tercera. Muy cerca del mar quedan vestigios de las bodegas de los chinos que vendían caña de azúcar, chancaca y miel.

La construcción más antigua es un sugerente ranchito cuyos techos se sostienen sobre columnas de palo. Sus paredes son de quincha. Es muy buscada por los visitantes quienes declaran que debía estar en vitrina. Sus casonas más típicas, que son muestras de su antiguo esplendor, son las casas Chocano, de tipo  republicano, que luce un larguísimo balcón, y la Casa Gonzáles, donde funciona el Museo Naval. Otro atractivo turístico es el mirador que mandó hacer el alcalde Augusto Díaz Peñaloza, integrando las rocas y el mar. Lugar de ensoñación para tres generaciones que van hasta hoy para contemplar las puestas del sol, el movimiento de las olas que bordan encajes al pie, el paso de las embarcaciones y el vuelo de las aves marinas cerca de tierra.
El Muelle Fiscal no era un lugar de paseo, sino embarcadero de mercancías,  productos de campo, y hasta vacas que eran bajadas como gordas balletistas en grúas a los lanchones. No olvidar a la visita a Punta Coles donde retozan, aman y duermen simplemente los lobos marinos. Yo fui en 1992 y así conocí la villa que guardo en la memoria.


Alfonsina Barrionuevo

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