domingo, 27 de diciembre de 2015

NUEVOS CUENTOS PERUANOS 

En milenios los antiguos peruanos aprendieron maravillas de la naturaleza. Sus observaciones dieron lugar a materias como biologíabotánicaastronomía y meteorología.

Los padres enseñaban esos conocimientos a sus hijos, estos a los suyos y así pasaron por generaciones, llegando hasta nosotros por medio de la tradición oral.

Su fantasía en los Andes, que llegan hasta el mar y acarician a la selva, se desborda en historias llenas de color para los niños del Perú.
¿Nos acompañan a cumplir las tareas de Mama Yacha?  

                                  
¡Vamos con Llut, Amak y Shala a recoger agua de estrellas, las semillas del rayo y una pluma del picaflor de oro!  
Hay un viento mayor y otro viento menor, un viento mujer y otro viento varón.
¿Quisieran saber cómo es la hija de Paraka, la madre de los vientos?
Podrán conocerlos leyendo mis cuentos. Llamar a la señora Victoria al 471 5789


UN MAIZ CON HISTORIA

Si Guaman Poma de Ayala hubiera tenido a la vista esta mazorca de maíz la hubiera mirado con cariño. No se hubiese atrevido a tocarla porque era sagrada, pues perteneció a los jardines de oro del Qorikancha, el gran templo de Qosqo. No la dibujó porque ya había hecho una lámina de gente trabajando el maíz o mamasara en qechwa. Pero, es tan bella, tan real que algo hubiera dicho. Lo más seguro es que sus ojos mortales no la vieron. Los españoles pasaron por allí como una plaga de voraces langostas con mandíbulas de metal, (sus arcabuces), y arrasaron con  todo lo que brillaba.
Nadie puede atestiguar cómo llegó esta preciosa reliquia a las manos del sociólogo Jorge Cornejo Bouroncle en la segunda mitad del siglo pasado. Sin duda, algún descendiente de los señores inkas la guardó cuando escondieron las riquezas de los jardines del Qorikancha, donde estaban “contrahechas,” en su tamaño natural, plantas, animales y seres humanos de los lugares más lejanos del Tawantinsuyu.
Ahora ha vuelto a desaparecer. Deben tenerla o quizá no los nietos o biznietos de Cornejo Bouroncle, que a lo mejor ya ni llevan su apellido.
La mazorca tiene más o menos unos catorce centímetros. La ví de pura casualidad, el estudioso, que me dio mucha información sobre archivos de arte y las publicaciones que hizo, incluyendo un estudio muy interesante sobre la revolución de Túpaq Amaru, me invitó un día a acompañarle al Banco Internacional del Jr. De la Unión, Lima. Quería mostrarme algo de inestimable valor y me pidió que llevara mi cámara fotográfica.
Cuando bajamos al sótano, donde estaba la caja fuerte, pidió su llave para abrir un pequeño cajón. De allí sacó un envoltorio de papeles arrugados. Los fue abriendo, hasta que apareció la mazorca inka. Mi asombro fue enorme, porque no la esperaba.  Afirmó que era auténtica y que la había traído de la capital imperial.
No le pregunté si la compró o si se la regalaron. Admiré más bien sus granos perfectamente delineados y hasta el choqllopoqochi colocado sobre ellos. Un detalle curioso: se trata de un pajarito que hace un larguísimo vuelo desde Brasil para alimentarse en los maizales de Cusco, cuando sus frutos están comenzando a madurar.

Le tomé una fotografía con luz muy tenue, pero mi cámara era una Hasselbladt y capturó su imagen dorada. Al salir le agradecí su confianza y me despedí. No lo volví a ver. Conservo algunos de sus dibujos, hechos con tinta china, de casas antiguas de Cusco. Me los obsequió para que tuviera un recuerdo de aquéllas, muchas de las cuales ya no existen y hoy son hoteles.
El slide o diapositiva de 6 x 6 de la mazorca lo guardé. Es una foto única, de una pieza que también es única de oro inka en el mundo. Se ha exhibido como una reliquia entre las fotos que conformaron la Muestra de Templos Sagrados de Machupiqchu que se expuso en la Sala “Kuélap” del Museo de la Nación, con motivo de la presentación de mi libro donde registro, como una primicia, la ubicación de 17 templos, sitios o wakas del santuario.
Entre las novedades relacionadas con los frutos de la tierra, que nombró el clérigo Cristóbal de Albornoz, casi a finales del siglo XVI, está el maíz. Figura en su famosa “Instrucción para descubrir las Guacas del Pirú  y sus camayos y haziendas”. Dice que los agricultores guardaban los mejores ejemplares y los copiaban en oro, plata y piedra.
Tal la importancia que les daban. Por eso mismo nunca los arrojaban  como desperdicio. Ellos tenían kamaqen ─es decir,  “espíritu”─ como la gente, las plantas y hasta los  minerales, y al  sentirse despreciados, podían ponerse tristes.
El licenciado Polo de Ondegardo cuenta que en Limapanpa, debió ser Rimaqpanpa, pues, los españoles no pronunciaban bien la “r”,  había una waka que recordaba al primer maíz que sembraron Ayar Manko y Mama Wako. Estaba en la actual plazoleta de Limaqpanpa Grande. A esa waka los agricultores de los valles le pedían que sus plantas crecieran fuertes y lozanas  para tener buenas cosechas. Igualmente que ─al  guardar las mazorcas en los trojes─ no se malograsen.
En las chacras, las mazorcas que se recogían después de despancarlas, eran veladas la primera noche, agradeciendo a Pachamama, la Madre Tierra, por  haberlas cuidado. Una costumbre que perdura hasta ahora en muchos lugares de nuestro país, donde las colocan en las pirwas.
En Qosqo hay una gran variedad de maíces. Su antiguedad, según la aplicación del carbono 14 tiene miles de años. Sin embargo, se ha encontrado en distintos pisos y muy cerca de Moray, una especie de invernadero inka, corontas de cuatro y cinco centímetros que podrían indicar su estado silvestre.
Puede ser. Tenemos hasta unas 146 variedades en nuestros diferentes pisos ecológicos. Mucho más que en Mesoamérica.
Además de la leyenda de Mama Sara, la doncella que el Padre Sol convirtió en maíz, y cuya representación se veía en el Qorikancha, porque ella “amaba” al astro, existen otras.
María Rostworowski recogió la historia de Mama Raywana, encargada de guardar los alimentos y darla a los humanos y animales. Compromiso que no cumplió, por estar muy ocupada cuidando a su hijo. Ante su olvido, las aves, que se morían de hambre, pusieron en práctica una estrategia: El pájaro papamoscas le echó a la cara unas pulgas que cazó y cuando ella desesperada trató de sacudírselas, cerrando los ojos, el águila le quitó al niño.
Se lo devolvieron cuando ella prometió que les daría enseguida los granos y tubérculos que pedían. El yuk yuk, autor de la idea, recibió aplausos de todas las aves. La historia dice que los inkas solían sacar en procesión a este pajarito, ricamente ataviado como si fuera una persona.
La mazorca inka es uno de lo hallazgos que se presenta en “Templos Sagrados de Machupiqchu”. Otros son los intiwatanas que se encuentran en el mismo Qosqo. Uno, a tres cuadras de la Plaza Mayor, que me mostró el periodista  Fernando Moscoso Salazar, y, un segundo, en Lanlakuyuq-Zona X del área de Saqsaywaman, en el Hanan Qosqo, donde fuimos con Ana María Gálvez, Directora del Museo Histórico Regional Casa Inca Garcilaso, siguiendo referencias de un arqueólogo de la Dirección Regional de Cultura-Cusco. 
Hay mucho por descubrir en la Ciudad Imperial asentada en el lecho del antiquísimo lago Morkill, que se vació hace más de 300,000 años. Sus muros de piedra conservan el kamaqen de Pachakuti Inka Yupanki, quien reordenó su traza y dio asiento o trono a más de 350 wakas para darle sacralidad y trasladó las principales a la “montaña” de Machupiqchu, donde subió cuando ella lo llamó. Historia fascinante, trasmitida por sus sacerdotes a los españoles en el siglo XVI.   


Alfonsina Barrionuevo        

1 comentario:

  1. Te felicito por el blogst. Lo que difundes es maravillo. Me hace sentir tan orgullosa de nuestro patrimonio Inka. Soy Maestra bibliotecaria y encontré mucha información para difundir. Gracias.

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