EL ALTOMISAYOQ MARIO
CAMA
La
sonrisa de Mario Cama inspiraba confianza. Trataba a la gente con simpatía pero
hablaba poco. En una de las pocas conversaciones que sostuvimos me contó su historia. Quise saber cómo fue
elegido por los Apus. Hay muchas maneras.
-No
lo sé, contestó con sinceridad. –Quizá cuando estuve en el vientre de mi madre.
Tú conoces Q’atqa el pueblo donde nací. Está muy alto, unos 3,800 metros sobre
el nivel del mar, y de noche se veían las estrellas. Hice la primaria en
Ocongate y la secundaria en Cusco. Cuando terminé me fui a trabajar en unas
exploraciones de petróleo en Madre de dios. Allí me picó la mosca que transmite
la uta. Uno de mis pies se comenzó a gangrenar, la uta come la piel y se va
adentro. Es algo muy feo. Trataron de curarme pero ese mal no se contiene.
Hasta me llevaron a Lima sin obtener remedio. Yo tenía apenas 18 años y estaba
desesperado. Alguien me dijo que tal vez podía ayudarme un altomisayoq.
Los
Apus guiaron sus pasos a la casa de Zarzuela Baja donde atendía Nicolás Janco de Ayacucho. Ellos le dijeron que sería altomisayoq y lo curaron.
-Estuve
a su lado como ayudante tres años. Los Apus me hicieron varias pruebas y al
final el maestro me dijo que estaba listo para trabajar. Tenía que ir a Puerto
Málaga, al pie del nevado La Verónica o Willka Weq’e para pasar la última
prueba.
-¿Tendría
que ser más difícil?
-No
sabía qué me pedirían. Fui con Nicolás Janco, muy nervioso…
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Del
libro “Hablando con los Apus” de la autora de este blog.
“EL COMEDOR
DE LOS AGACHADOS”
A
mediados del siglo pasado existió en Cusco un restaurante sui generis ubicado
en media calle y atendía sólo por unas horas. El “comedor de los agachados” se
encontraba en San Pedro, de paso a la estación del tren a Machupiqchu, de donde partía “la teterita” de Latorre, como
se le nombraba, entre silbidos de advertencia, mientras iba subiendo en zigzag
el cerro de Piqchu.
Pregunté por qué los llamaban así. La
explicación fue sencilla. De madrugada, cuando al respirar el vaho formaba una
nubecilla en el aire por el frío, los trabajadores tomaban al paso una sopa
refocilante. No había bancas y tenían que hacerlo de cuclillas, cerca de las
ollas colocadas en sus braseros. De allí el nombre de “los agachados”.
Con el tiempo se asignó a las
vendedoras una sección en el interior del mercado grande y allí, cómodamente en
bancas, los comensales se servían el
fragante caldo de carnero con mote, el oloroso caldo de cabeza con papas y el caldo de gallina que era muy buscado por
su poder para renovar las fuerzas.
Después se comenzó a servir un
desayuno convencional, también adentro donde se sentaban en taburetes, con
variedad de jugos de fruta fresca, café en taza grande con una abundante y
deliciosa nata, café con leche y pan con queso o un sabroso vaso de chocolate
con pan de Huaro o de Oropesa.
El lechón y los tamales tenían un
lugar aparte. Generalmente se compraban calientitos, despidiendo un olorcillo
provocador, para servirse en casa con la familia.
Si había viaje a Machupiqchu, como su
salida era muy puntual, a las siete en punto, el tren se detenía en Huarocondo
y era el momento propicio para comprar una porción del chanchito de leche al
horno con tamales. Los que iban a Quillabamba, se servían en Aguas Calientes
desde un buen plato de asado con papas, tallarines en salsa de carne,
delirantes rocotos rellenos y emponchados entre otros.
Si el viaje en tren era a Puno se
detenía en la estación de Pucará y las señoras del mercado subían a los vagones
de primera con choclos y una buena tajada de queso si era su tiempo, y, el
esperado kankacho de carne de cordero sazonado con sabiduría, que era el plato
y sigue siendo el plato de bandera de Ayaviri, capital de Melgar, Puno.
“El comedor de los agachados” ha
pasado al recuerdo pero se puede desayunar o saborear el clásico lechón en la
sección comidas del mercado como siempre.
Alfonsina Barrionuevo
muy interesante
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