EL PLASTICO
ABRUMA A LOS OCEANOS
Andrés
Cózar, un biólogo de la Universidad de Cádiz, denuncia que un rastreo de mares
arroja en la superficie unas 35,000 toneladas de basura plástica. En 1970 la
Academia Macional de Ciencias de los Estados Unidos calculó unas 45.000
toneladas de plástico en los océanos. No
es que haya disminuído publica Miguel Angel Criado en su crónica del
Hufftintong Post. El plástico se fragmenta y los pedazos pequeños lo comen los
peces y las aves marinas. Muchos mueren intoxicados y otros son alimento de
peces más grandes. No se ha estudiado los fondos marinos pero pueden tener
ahora una especie de fango plástico.
Lamentable
que los océanos y los mares sean basureros de plásticos. Lo mismo le pasa a la
tierra. La costumbre de reciclar los recipientes de plástico es buena pero
mucha gente prefiere echarlos a la basura. El plástico tarda en desintegrarse y
ocupa los espacios de hombres, plantas y animales. Los responsables somos
nosotros. No tenemos cuidado con el plástico. Lo increíble es que en muchos
países el plástico se convierte en telas. No e dejamos lugar a la naturaleza.
Dormimos sobre plástico, nos vestimos con plástico, ponemos los alimentos y las
medicinas en plástico. Nuestro mundo casi es de plástico.
No
es una genialidad. Es una aberración. Millones de personas quieren ahora
alimentos orgánicos. Pronto preferirán loa hilos naturales, el vidrio, la
madera. Hay que volver a lo natural. Todavía es tiempo o estaremos ahogando en
plástico al planeta en que vivimos.
HAZAÑA DEL MAIZ BLANCO GIGANTE
“Vine
al Perú y me convertí en un fanático del maíz blanco de Urubamba, Cusco”,
revela con una amplia sonrisa John Earls. Nacido en Sydney, Australia, lo
atrajeron los Inkas, la música andina y la lectura de José María Arguedas y
Ciro Alegría. “Dejé la física y estudié antropología en la Universidad de
Huamanga para aprender el español”, agrega el distinguido profesor de la PUCP. Su
segundo idioma le permitió abrir las pankas del maíz gigante y conocer sus
secretos.
Los
Inkas, según explica, tuvieron una Escuela de Agricultura para el paraqay, el
maíz blanco de hermosos granos. “En Australia tenemos un clima uniforme, pero
aquí cada 30 metros de altura varía. La
infinidad de altitudes es fascinante. Un metro más es más frío; menos, más
caliente; influye también el viento, la lluvia. Me intrigaba cómo pudieron
lograr una planificación que coordinara esas diferencias.”
“Entonces,
me dediqué a averiguar cómo pudieron ordenar un trabajo tan eficiente para el
maíz blanco gigante que fue para ellos un cultivo de Estado. Busqué los datos que
pude y con mis investigaciones obtuve un doctorado en los Estados Unidos, estudiando
los orígenes de la agricultura en el Perú.”
Para
John Earls fue muy curioso que la fase de maduración del maíz tuviera tanta
relación con la temperatura. En épocas
anteriores esta especie fue muy pequeña. Mejorar su tamaño fue una hazaña que
se logró a base de una constante observación. Su tasa de maduración tiene tanta
relación con la temperatura que el aumento de un grado en su sembrío retrasa su desarrollo.
Según
afirma el florecimiento del maíz funciona bien en condiciones iniciales de
temperatura, pero si hay nevadas o sequías no se puede predecir su maduración.
Cabe preguntar cómo en los Andes, de niveles tan irregulares, pudieron asegurar
el riego. Si falta volumen de agua en la época de floración se malogra la
cosecha, pero los agricultores prehispánicos dominaron su comportamiento.
En
el Valle Sagrado mantienen el sistema de riego en las chacras y los andenes. A
los 3,000 metros madura y florece casi en 115 días, mientras a los 2,500 lo hace en 84
días. Para que el agua se distribuya exactamente se necesita una organización perfecta.
Los
surcos exigen que baje cuando tienen sed. Si
hay agua suficiente el suelo se calienta y apresura el crecimiento pero si falta afecta el metabolismo de las plantas.
Si hay demasiada cantidad de líquido se
satura y el suelo se mantiene demasiado frío. Entonces la maduración es más
lenta. Tienen que homogenizar los suelos en los distintos niveles para una
buena cosecha. El proceso es
complejísimo, según dice. La gente lo maneja con los movimientos del sol
y mirando a las estrellas. Esto ha sido comprobado con mediciones satelitales, mediciones
de la temperatura del mar y de la cantidad de agua que hay en la atmósfera.
La
gente andina tiene sus estrategias para no perder sus cosechas del paraqay y
superar los espacios tardíos y las
sequías. Tienen al kulli, un tipo de maíz blanco morocho que madura mucho más
rápido y se puede poner un segundo sembrío con otro que va a madurar en tiempos
de creciente antes de que llegue el invierno.
“Para
mí, dice el doctor Earls, es como si
tuvieran una máquina para coordinar su trabajo con características biológicas excepcionales.
La gente usa el ayni y eso le sirve. Algunos apuntan en cuadernos qué dia
tendrán un ayni, pero antes fue pura memoria. Los varayoq o “alcaldes
indígenas”, con sus alguaciles, tienen en sus manos el control del trabajo en
las comunidades para evitar cualquier caos. Un sistema brillante ”
El
profesor afirma que los Inkas se concentraron mucho en el cultivo del gran maíz
blanco de Urubamba. Ellos desarrollaron también la genética para el
mejoramiento de otras razas de maíz. Un hermano de Pachakuteq, tal vez Tupaq
Yupanqui, es recordado como el planificador de la agricultura andina.
Para
terminar Earls alude a los cambios climáticos. “Son muchos. Los campos están
más expuestos a las radiaciones solares. Han variado los indicadores ecológicos.
Si los zorros aullan meses antes y los sapos saltan cuando no es su época habrá
modificaciones genéticas en los cultivos. Las comunidades siempre encuentran
soluciones. Los Inkas quisieron ampliar su cultivo a otras regiones y no dio
resultado- Su piso, su habitat, está en el Cusco.”
Resulta difícil amar a nuestros alimentos. Hace falta el cariño que pone el
hombre del Ande en su cultivo. El maíz tiene una sacralidad y por ella el
sembrador besa con unción la tierra, derrama unas gotas de licor y dice: “Bebe, tierna y hermosa madre tierra
para que así fortalecida nos des tus mejores frutos.”
La religión católica participa de los ritos agrarios
y es el momento en que los ecónomos de las iglesias limpian los zapatos de San
Isidro Labrador. Los maiceros afirman que si se llenan de barro en la época de
la siembra el santo se turna con los Apus para hacer una ronda por los campos.
La
bióloga cusqueña Rosa Hernández declara que el parakay debe ser considerado
patrimonio nacional. Ella y su esposo César Salas, también biólogo, han abierto
en P’isaq un Sarawasi, “Casa Museo Exposición del Maíz”. Su propósito es dar
a los visitantes una explicación de sus sus características. Una gran mazorca cuyo
tamaño despierta asombro tiene ocho hileras simétricas y su composición química
depende de la calidad del agua, del ph de los campos y de las diferencias del
clima. Entre otras variedades están el
saqsa, rojo con blanco; el dulce chullpi; el qellosara amarillo para mote; el
oqesara plomo para tostar; el kondevilla
que es precoz; el maná que al ser
tostado se expande y es muy rico.
En la cosecha, según el antropólogo Faustino Mayta
Medina, la principal actora es la mujer que asume la representación de la
fecundidad. Después del despanque lo secan en el tendal, protegido por una cruz
de maíz, adornada con rosas y claveles. Tanto la siembra como la cosecha se
llevan a cabo entre canciones que se deshojan al viento. Tarpuy kamuy, harawi;
qori rejawan, qolqe rejawan. “Sembremos, harawi; con reja de oro, con reja de
plata”. ¡wallay waychayllay!
Para guardar el maíz en los trojes las mujeres
separan los taqes que son los maíces mellizos, trillizos, cuatrillizos y hasta
quintillizos. El gran número de taqes, sobre todo pares, es señal de buena
suerte. El taqe es el maíz reproductor, la madre del maíz.
Alfonsina Barrionuevo
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