LOS KHIPU: ESCRITURA EN CUERDAS Y NUDOS
Los
investigadores en el Perú han estado equivocados durante quinientos años. Ellos
han buscado en las culturas más conocidas y en todas las regiones una escritura
que se pareciera a la Occidental. No hay tal ni habrá. No tenemos por qué tener
un abecedario que se parezca al traído por los españoles. Somos un mundo
diferente. No es fácil volver a la mentalidad andina pero tampoco imposible. Lo
vengo haciendo desde que me di cuenta.
Hubo
un momento en que los tokapus me parecieron lo más cercano. No es exactamente
así. Había que buscar otro camino. Hoy sé que los khipus son nuestra escritura y los khipukamayoq los especialistas que
dominaron su escritura y su lectura.
No
se trata sólo de un sistema contable. allí, en su memoria, está la historia
inka y sin duda las demás. Con los khipus los khipukamayoq podían remontar el
tiempo y recordar pasajes olvidados de la vida del Imperio del Tawantinsuyu.
La
noticia fue dada pero a los investigadores de ciudad no les interesa y quienes
tienen medios en las universidades siguen tratando de hallar una escritura
convencional europea para penetrar en los arcanos de nuestra historia. La
historia del Perú, un país extraordinario.
Hace catorce mil años aproximadamente un
hombre antiquísimo, que llegó al Perú, tomó un fruto silvestre y lo comió. Se
fue hacia el mar y cogió unas conchas. Logró abrirlas y las sorbió. No tenía la
menor idea de que en un futuro muy
lejano los estudiosos podrían enterarse de sus comidas. En ese momento sólo
sentía la urgencia de alimentarse. Andando el tiempo haría mucho más. Dejaría
el abrigo de su cueva, erigiría ciudades, se atrevería a competir con las aves
y hasta colocaría sus sueños en una
estrella.
Hace un par de años paleoarqueólogo
Elmo León me habló de que se podía hacer
lecturas en los huesos sobre los alimentos consumidos por gentes muy antiguas. No
se trataba de registrar solamente los miles de años que llovieron sobre ellos
sino de incursionar en su pasado a través de la comida.
Este es el tema principal de su libro
“14,000 años de alimentación en el Perú”. Los ojos del mundo pueden dirigirse
ahora al Perú, cuna de una variedad de alimentos que viajaron a los confines
del mundo desde el siglo XV I para indagaciones nuevas.
La obra presenta una amplia gama de
recursos comestibles del complejo ecológico de nuestros Andes así como evidencias
arqueológicas con fechados calendarios (conversión de años radiocarbónicos) en
función de la edad real de eventos
vinculados a la comida.”
La paleoarqueología le ha dado un vasto
panorama. “Los huesos hablan, ‘talking bone’, dice. La idea es mirar al pasado
y ver cómo rescatamos valiosa información paleoalimentaria, para evaluarla y si
es posible insertarla si es benéfica en el futuro.”
Caminando entre ellos y sus desechos
fecales, se puede encontrar la antigüedad de los alimentos de sus mesas
incipientes. Increíble intromisión en sus
vidas usando los avances tecnológicos actuales.
Tras la última glaciación, hacia los
11,000 a.C. se asume que escasos grupos
humanos se alimentaron de la megafauna existente, junto con venados y pequeños
mamíferos, complementados por una serie de plantas.
“Ahora hay métodos que nos permiten
reconstruir dietas milenarias como el
carbono 13, el nitrógeno 15 y el bario, explica Elmo León. Esos tres elementos
químicos en el hueso, permiten saber qué comía un señor tiawanaku, moche o inka.
En Moquegua, la cultura chiribaya vivió
del maíz.”
“En el tema de la domesticación debemos
enfatizar que nuestro proceso es remoto, agrega. Los textos escolares narran
que los canales de irrigación tienen una antigüedad de 2,000 años a.C., en la cultura
Chavín. Eso queda fuera de contexto al descubrirse canales de irrigación que
fechan 5,600 años a.C. Un boom que levanta
en peso a los mesopotámicos y a los egipcios.”
El mar
ofreció a los primeros migrantes un regalo con la anchoveta, según está
escrito en sus huesos. Frente a la costa llegó a coger cormoranes, guanayes y pelícanos, chupando con ansia alas,
muslos y pechugas de carne dura tal cual hacen hoy algunos pescadores cuando su
faena ha sido flaca. La investigación
detalla que estas costumbres remontan a 12,000 años en el Perú prehispánico.
El material que se conserva en
perfecto estado, dice Elmo León, se ha hallado en una zona desértica que va desde
Paita a la latitud 4 del hemisferio sur. Su sequedad preserva cualquier tipo de
vestigio orgánico. Por ejemplo en momias de Chinchorro se ha encontrado restos de alimentos de unos 10,000 años.
Agrega que “este es un problema,
porque nos da una visión miope del origen de cientos de productos. En la costa
se han originado pocos. Los de bandera, la papa y el maíz, poseen una historia
muy larga y sin embargo tenemos una visión muy corta sobre su origen.“
Si vemos el tema por fuentes los
principales no son cárnicos. Lo que ahora predomina es el pollo importado que
ha desplazado al kuye y la carne de llamita joven que se ha reducido a un último
lugar. Se ignora que tiene infinidad de nutrientes y es mejor seca, con pocos
lípidos.
Las renombradas ‘especias’ tan
queridas en Europa no están impregnadas en los restos óseos de los milenarios
peruanos. Ellos, por experiencias vividas conocieron una gran cantidad de hierbas aromáticas. El tumbo, según Fernando
Cabieses, habría servido para ‘cocinar’ el seviche o cebiche prehispánico dándole
una fragancia inigualable.
“En frutas, anota el investigador, la
más buscada hace más de 7 mil años fue la guayaba y le seguían la ciruela, el
pepino dulce, el aguaymanto y el sacha tomate. Actualmente mas demanda tienen la
papaya, plátano, piña, que no son originarias del Perú.”
Agreguemos que es interesante considerar como
alimento altiplánico la totora que se siembra en el lago Titiqaqa. Los tallos
jóvenes tienen en el interior una especie de caña dulce y jugosa.
Al mismo tiempo que la comida hay
otras investigaciones apasionantes. Mediante el examen meticuloso de los huesos
de las personas se puede reconstruir dónde han nacido, en qué situación, a qué
comidas tuvieron acceso, adónde se
desplazaron, cuáles eran sus hábitos alimenticios y si tenía patologías o
enfermedades.
Elmo León ostenta varios títulos pero el que
más aprecia es ser padre de Adriano, su hijo. Profesionalmente es asesor de la Dirección
del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia y profesor asociado
de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Elmo León se identifica con lo que Jon
Holtzman (2006) llama la “herencia de la comida”. “Es una herencia que llevamos, como peruanos,
con ancestros comunes. En mi caso, la sazón familiar afloró cuando escribía mi
libro. Los guisos de papa, los locros y el camote al lado del fogón, de mi
abuela Dorila, de origen cajamarquino. De mi madre, Gloria, los olores y
sabores inconfundibles de tollos, bonitos y cojinovas que ella tanto adoraba y
lps pejerreyes de mi tío Félix que gozábamos fritos con pan, y con mi esposa
Nancy, la deliciosa comida de
Camaná, camarones y lapas arrebozadas de
maravilla. No cabe duda que hemos sido
bendecidos por nacer en esta tierra, la tierra de la combinación de sabores
culinarios sin fin…”
Alfonsina Barrionuevo
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