sábado, 27 de julio de 2013


LA MADRE PIEDRA

 
Debía haberlo sabido. La piedra fue fundamental entre los Inkas. Tenía que haber una madre piedra. La siguiente pregunta era dónde estaría en Qosqo.  Hasta tenía ubicado un intiwaytana, altar solar, en Saqsaywaman. No fue fácil pensar en ella. Tendría qu ser una wanka enorme. Pasé revista a los muros, En el pasaje de Hatun Rumiyoq había bloques grandes, mas no configuraban una piedra madre. Seguí investigando hasta que di con ella.
 
Estuve sospechando que el muro circular del Qorikancha tenía una razón de ser tan especial. Así fue, me conecte con la gigantesca roca que está en Machupiqchu, intocada y protegida, y saltó la semejanza.

 No lo certifiqué sino cuando hablé con el arqueólogo Raymundo Béjar. Incidentalmente me contó que había trabajado en la restauración de la iglesia de Santo Domingo a fines del siglo pasado.  Me atreví a preguntarle si había alguna habitación detrás del finísimo muro circular, explicó que no, sólo había una enorme wanka.

 Era ella.

Volví a indagar por qué no se veía y dijo que no había convenido dejarla a la vista. Estaba mejor cubierta con unas lozas paara que los visitantes tuvieran una buena visión del ábside de la iglesia. Quise saber cuán grande era. En algún momento se pensó que el Qorikancha había sido construido sobre un templo preinka, muy antiguo. Dijo que era suficientemente grande como para que el altar mayor de los  dominicos se apoyara en parte de ella. Cuano le sugerí que ella manejaba el sistema pétreo de Qosqo se quedó admirado. Nadie lo hubiera imaginado.

No existen fotografías de la wanka. No se qué tiempo deberá esperar para mostrarse en su magnificiencia. Siempre la alternativa será una. Ella o la iglesia. Por ahora esta última se encuentra bien. En el sismo de 1950 sólo se dañó la torre. La madre piedra seguirá detrás del muro.

(Ver más en el libro “Templos Sagrados de Machupiqchu.”)

 

 
 

ALIMENTOS MILENARIOS                   

 
Hace miles de años unas manos callosas, ásperas, pero llenas de amor, enmarcaron en la curva de sus dedos unas hojitas que despegaban de la tierra. Sabían que era una temeridad acariciarlas; pero, los ojos del hombre o la mujer, que estaban en la escena, las miraron con ternura. De allí saldría una flor y luego una vaina de bolitas ovaladas de buen sabor.

No tenían idea de lo que significaba pero estaban en los inicios de la agricultura. Cuando se habla de la biodiversidad de alimentos que tenemos en el Perú siempre se debe pensar en el desarrollo. ¿Cómo llegaron los hombres y mujeres de la prehistoria a desarrollar esa actividad?

Sus sesenta y nueve culturas muestran un largo trabajo. ¿Cómo comenzaron? Aquello siempre será inédito,  propio de una historia legendaria que nos dará una verdad a medias envuelta en velos de fantasía.

El pallar es la oreja de un personaje mágico de los valles de la costa; el padre del maní otro personaje que se solaza en una cuna de cáscara arrugada, donde absorbe esencias ignoradas; el maíz, una doncella convertida por el Padre Sol en una esbelta planta que alimenta a los seres humanos; la calabaza una madona andina regordeta, que derrama dulzuras, y así, infinidad de historias relacionadas con los alimentos.   

La realidad nos introduce en otra verdad que tiene también su ”fascinums”. Entramos en ella al conocer a Elmo León Canales, uno de los expositores  en un homenaje a Georg Petersen, en el Museo Andrés del Castillo.

Por primera vez tuve el gusto de conocer a un paleoarqueólogo que podía remontar el tiempo cabalgando sus olas en reversa hasta asomarse al misterio. El estudioso me puso en autos de las nuevas tecnologías para descifrar épocas remotas y yo, que me había quedado en el carbono 14 para identificar restos orgánicos antiguos, me encontré de pronto con novedades en el conocimiento de la prehistoria.

Elmo León, director de Investigaciones en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia, doctor en arqueología egresado de nuestra Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de filosofía en la especialidad de prehistoria y postgrado en la Universidad de Bonn,  y otros centros especializados de Alemania, Francia y Suiza, renovó nuestro panorama.

Su libro sobre “Orígenes de los Andes del Perú” es apasionante. Lo leí a vuelo de pájaro pero pude profundizar en aspectos interesantes en una entrevista de mi programa “Huellas del Tiempo”, de PAX Televisión.

No conozco la famosa cueva de Guitarrero, de la Cordillera Negra del Callejón de Huaylas, Ancash, pero he podido penetrar en ella, a través de sus páginas, para sorprender a un remoto habitante  masticando unos frejoles (Phaseolus vulgaris) hace más o menos  8.600 años a.C.

Tomás Lynch, que descubrió allí nuestra menestra, cometió una errata involuntaria. No tuvo a la mano la calibración radiocarbónica que ubicó a su lejano protagonista  mil años mas atrás; dando 9,600 a.C. para el yacimiento nacional más importante por la antigüedad de sus cultivos. Esto resulta un “boom” para la historia de la agricultura  andina e incluso mundial, dice Elmo León. Fechados similares como ha señalado  D. Lavallée proceden sólo de yacimientos muy tempranos         

C. Earl Smith analizó otros restos botánicos en la misma cueva identificando por lo menos cuatro plantas  que ya eran cultivadas para entonces. El frejol , la oka (oxalis.sp.), el ají (Capsicum chinense) y el “huachulla” (Solanum hispidum similar a la cocona)  que posee propiedades medicinales.

“Lo impresionante, dice el paleoarqueólogo, es que estas especies proveyeron a los habitantes de esa época (más de 11,000 años) nutrientes e inclusive paliativos medicinales.” El frejol (Phaseolus vulgaris) contiene proteínas y sus vainas benéficos efectos antidiarreicos y hasta diuréticos. Por parte de la oka les proporcionó carbohidratos sumados a un alto contenido de fósforo. El ají, además de un alto contenido de caroteno tiene propiedades diuréticas.           

De alllí que Smith y Kaplan sugieran que los ensayos e inicios de la domesticación  de estos y posiblemente otros cultivos, pueden ser más antiguos de lo sospechado por lo milenario de este tipo de conocimiento en los Andes.

Aparte de estas especies hace 8,500 atrás, aproximadamente, se incorporaron a la dieta de la gente que habitó el lugar  la Cypella peruviana, una especie de rizoma, que ya no se usa y la Pouteria, es decir la lúkuma. La ingesta de esta fruta, además de calcio, proteínas, ácido ascórbico y hierro, les proporcionó fósforo. También cabe mencionar que posiblemente corresponde a esta época la domesticación del olluko (Basellacea).

Poco después, en los inicios del noveno milenio a.C. se presenta la introducción del  pallar y la calabaza. El pallar  tiene una gran cantidad de aminoácidos. Igual importancia se concede a la calabaza (Cucurbita sp)  cuyos frutos y semillas tienen varios aminoácidos, vitaminas A y B , grasas, minerales y azúcares. No hay que olvidar que ella es un antipirético natural que reduce la fiebre entre otras virtudes como ser antidiarreica  y cicatrizante.

La cueva de Guitarrero resulta una caja de sorpresas, porque en ella se ha encontrado también pakay (Inga.sp) y mazorcas de maíz, de otra época; o sea que fue muy visitada.

Sobre la margen izquierda del río Nanchoq Tom Dillehay y su grupo, Jack Rossen y Patricia Netherly localizaron una de las más antiguas culturas Paiján, en los límites de Cajamarca y Lambayeque. Con un fechado entre 1067 a 1085 años a.C dedujeron que sus habitantes ya estaban experimentando la horticultura.             

Expertos en botánica descubrieron restos de calabaza (Cucurbita sp), maní (Archis hypogaea), quinua (Chenopodium quinoa) ciruela (Bunchiosia armeniaca), entre otros frutos y tubérculos como la yuka que sugiere una vinculación con la amazonía.

Por hallazgos realizados en Telarmachay podría pensarse que hace 6,000 años a.C se habría preparado una pachamanka, aprovechando la presencia del fuego.  El hombre todavía no lo creaba ni manejaba pero sí comenzaba a utilizarlo cuando caía. Se sabe que las mujeres del norte hicieron un intento para cocinar sus alimentos poniéndolos en calabazas donde después echaban piedras calientes. La memoria de esas prácticas llega a nuestros días con el “pari”, de carnes hervidas y papa seca que se sirven con pequeñas piedras calientes. 

En el Perú hay mucho por investigar y cuando el doctor Elmo León dice que, por los huesos devueltos al Qosqo por la Universidad de Yale, se puede saber de cuáles suyus llegaron los peregrinos al gran santuario, sentimos que tiene mucho que aportar al estudio de nuestra historia desde la prehistoria.

¡Es una suerte contar con un paleoarqueólogo tan calificado que nos dará más sorpresas!

Alfonsina Barrionuevo

 

            

         

 

         

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