EL ROSTRO DEL SOL EN LLAMAS
En mi
último viaje a Cusco fui a Santo Domingo, mi barrio. Allá mis mañanas son
siempre azules, llenas de recuerdos. Los pequeños jardines, frente al convento,
bordeados con setos de granada, son casi los mismos. Tenía curiosidad de ver otra
vez los muros de piedra almohadillada del Qorikancha. Toda esta parte y más
formaban lo que era el Intipanpa o ‘llano del Sol’. Recorrí el espacio con la
mirada pensando cómo habría sido. Será interesante ver planos virtuales. En la
iglesia parece que no hay muros inkas. Si los hubo y los desmontaron los
dominicos quizá exista un registro de fábrica de siglo XVI. Nos quedamos con
una respuesta flotando en el aire. ¿Cuál fue ‘la capilla del Sol’? ¿La más
grande entre las tres del patio con arquerías que les hacen marco?
Con
tanto turista como había no la pude medir. Sin embargo si pensamos en una
figura enorme del sol con sus llamas en redondo, ‘que jugó en la misma noche
Mancio Sierra de Leguízamo y lo perdió,’ no concuerda con el ambiente que le
hubiera resultado muy reducido. Con los wayqis o wayqes de los Inkas (sus
reproducciones en oro) rodeándolo tendrían que haberse apretujado. Creo más
acertada la crónica de siglo XVI que habla de esferas de oro, plata y piedra,
representando a los elementos de la naturaleza y otros, entre ellos el sueño.
Se ajusta a la lectura de que el Sol tenía un escaño o asiento forrados con plumas multicolores de picaflores amazónicos.
El Sol, el Hacedor (Illa Teqse) y el
Trueno (Chukiilla), dice Cristóbal de Molina, iban en procesión a la (plaza
del) Waqaypata, uno tras otro, para ser colocados en la gran piedra ritual o
ushnu con ‘una teta’ , gnomon o aguja, que nombra Pdro Pizarro, testigo de
vista, quien llegó a verla intacta, toda forrada de oro.
En el
antiguo Perú no existieron dioses ni ídolos con forma humana como afirmaba la
gente que llegó de allende el mar. Los elementos cósmicos y telúricos no eran
adorados. Ellos formaban una gran familia con los seres humanos.
FLORES Y HOJAS PARA COMER
Beber
la miel de ciertas flores es delicioso. Se encarrujan los pétalos y se va
sorbiendo hasta que una gota rueda con su diminuta carga de dulzura hasta la boca. Algo que se puede
hacer en algunas huertas y con flores muy especiales. En la huerta de
Pachakamaq, de Alfonso Roda Marrou, miles de flores agitan las cabecitas
curiosas. No se usan como sorbetes sino
para engalanar los platos.
Un
guiso apetecible, con flores amarillas de chincho que se estiran delicadamente
sobre el jugo, es muy tentador. Bellísimas flores azules de alverja o de salvia,
sobre la superficie dorada de un enrollado de carne, son una delicadeza. Ni qué
decir de flores blancas de papaya, que parecen de cristal, recostadas sobre el
pecho invitador de un pato. Hay una sensibilidad que se desprende de ellas como
adorno y también como aroma o sabor.
Roda
Marrou, Don Torcuato para sus amigos, sonríe abiertamente frente a una
canastilla de flores que nunca se marchitan. Sería un desperdicio cuando pueden
brindar satisfacciones a comensales exigentes. Seda vegetal que se luce en los
filamentos verdes de otras plantas que son un ingrediente de lujo de muchos platos
que se sirven en restaurantes renombrados.
Nuestro
entrevistado, nacido y criado en una huerta de Ñaña en épocas felices, donde
aprendió a conocer y disfrutar su valor, sonríe al mostrar las flores y hierbas
comestibles que son un artículo de demanda en Lima. Estaba estudiando
administración de empresas en la Universidad de Lima cuando comprendió que lo
suyo era ser un agricultor de especies
selectas y se pasó a La
Universidad Agraria de La Molina para seguir, en su tiempo
libre, veinte cursos técnicos de extensión social.
Durante
el tiempo que trabaja mantiene una comunicación interesante con ellas,
especialmente las nuestras, tan diversas. Gracias a la buena tierra, del lugar
donde se encuentra la Huerta de don Torcuato en la costa o chala, y al invariable
cariño que les tiene, logra excelentes cosechas, sin pesticidas ni productos
químicos que puedan alterar su calidad y hacer daño a la salud y al medio
ambiente.
Muy
pocas veces he visto personas que profesen tanto amor por la naturaleza. Vive
y sueña en Lurín y aunque Lima es la ciudad capital del Perú, aprovecha que le
queda a la vuelta de la
esquina. Asegura que no ha roto con la metrópoli, más bien sus
relaciones se han fortalecido con la demanda que tienen sus productos orgánicos
en ferias, festivales, supermercados, hoteles y restaurantes.
El
orgullo que siente Roda Marrou por su trabajo se refleja en su rostro. Sabe que
tiene toda la vida por delante y confía en un futuro que no se desprende de los surcos. La propuesta de sus plantas, unas
ochenta variedades a las que mima y engríe, es gourmet.
Entre
las aromáticas la muña que es apreciada en infusión y ejerce al mismo tiempo
una función repelente de plagas, el toronjil que es un rey de aroma y sabor y
la hierba luisa tan querida para cualquier malestar, un trío que se luce en las
infusiones: el chincho, el paiko y el huacatay, son los que dan apellido, identidad
a la pachamanka; y una variedad de mentas.
La
calabaza andina se ha acomodado, en los bordes de la huerta, con honores por
sus frutos y también por sus flores de excelencias gastronómicas. Alfonso Roda
explica que se ha hecho una selección, después de que han pasado por un tamiz probando sus aromas y sabores, para
obtener su respectiva calificación. Entre muchas se han llevado palmas las
flores de kiwicha, wakatay, culantro, hinojo, anís y romero, variando de
acuerdo a las estaciones del año.
Las verduras
bebé ofrecen ternezas al paladar. Todas son miniaturas de las mayores. Zanahorias,
rabanitos, choclitos y poros. En la
lista de vegetales están igualmente los brotes o germinados, tan recomendados
por los médicos especialistas. Ver los de cebolla, rabanitos, nabos,
beterragas, kiwicha, culantro, es un jubileo porque llevan alegría a las mesas
con su aspecto delicado y espectacular.
Roda
Marrou incrementa constantemente sus variedades. Del Cusco, donde se trata de
recuperar la frutilla, algo parecida a la fresa pero pequeña y más dulce, la
fue rastreando con mucha suerte. En el Abra de Málaga, famoso porque allí se reúnen
sacerdotes andinos de alto rango, la encontró y se la trajo. En su huerta la
cuidó con esmero y ha logrado aclimatarla. No será extraño que vaya aumentando
en cantidad. La frutilla se come al natural, en dulce y en las renombradas
frutilladas, una chicha que tiene un timbre imperial.
Su
entusiasmo desborda cuando revela que emplea agua ozonizada con riego
tecnificado; abono natural que obtiene en parte del reciclaje de las hojas del
mismo huerto y tecnologías que aplicaban a sus cultivos los limeños
prehispánicos, como las camas para sembrar y cosechar que se levantan a cierta
altura del suelo.
A
corta distancia de la ciudad de Pachakamaq se preocupa por su crecimiento
apresurado. Cada año que transcurre se recortan las tierras agrícolas para dar
margen a la construcción de viviendas. Lima es la que pierde su último valle
verde, de áreas limpias y generosas. Si existiera conciencia acerca de su
aporte a la dieta alimentaria de sus habitantes se incentivaría la existencia
de los huertos que quedan, antes de sofocarlos con cemento
Para
completar su oferta la Huerta de don Torcuato ofrece dos servicios semanales.
Una Granjita Feliz diseñada para que los niños conozcan una diversidad de
plantas y animales, y un restaurante que funciona sábados y domingos, atendido
por Pilar Gutiérrez.
Ya
saben, estamos acostumbrados al buen comer y alllí se encuentra una carta
surtida. Pollitos de leche a la leña, conchas acevichadas, langostinos
empanizados, chicharrón de conejo, pato criollo, pachamanka y mucho más. La
huerta está a diez minutos del km. 33 de la antigua carretera Panamericana Sur,
Urbanización Casa Blanca, Pachakamaq. Un viaje que motivará a la familia o
grupos de amigos, entre mar, cielo y arboledas amigables. Los que quieran una
canasta de hortalizas sólo llamen al teléfono 231-1326. Hay reparto a
domicilio. ¡Qué más se puede pedir!
Alfonsina Barrionuevo
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