viernes, 15 de abril de 2022

LOS SEÑORES DEL QOSQO

Desde el fondo de la ausencia y venciendo problemas de salud escribo estas líneas, atendiendo una llamada telefónica de la nieta de don Martín Chambi el Amauta de la fotografía Quería unas notas de la Semana Santa. Si tuviéramos un mapa de Cristos del Perú estaría lleno  por la cantidad de devociones. En cada provincia, distrito o anexo, hay más de una imagen  milagrosa amada por los fieles.  Líneas más adelante va  mi respuesta.

 

Querida Peruska: 

En esta Semana Santa, ambas lejos del Qosqo, tú en Mexico yo en Lima,  entremos en la memoria de nuestras células grises para recordar otras hermosamente vividas en la paz de nuestros hogares.


En el Lunes Santo el Taitacha de los Temblores es pura vida en la cruz, todo amor contra los odios. Se dice que Carlos V envió para la Capital Imperial la imagen de un Cristo, que se quedó en Mosoq Llakta, un pueblo que se encuentra en Limatambo, entrada de todas las remesas que se hacían desde la península. Al admirar la perfección de su rostro su Corregidor decidió quedárselo, está en un altar vitrina ,  y en su lugar mandó una efigie tallada por manos andinas, nadie se enteró del cambio hasta que en el siglo XX el equipo de restauración que tiene su sede en Tipon descubrió que el famoso Taitacha estaba hecho de maguey. Y llevaba en Su costado izquierdo un buzón donde ponían innumerables cartas a Dios que graficaban glamorosos pedidos. En el Viernes Santo fue el Señor Yacente el que apareció en la plazuela de la Merced, con la promesa de la resurrección. A su lado estaba la Madre Dolorosa, Amantísima, como siempre con un pedrusco diamantíno que hace florecer un gran rayo de luz. En el siglo pasado el cronista anónimo nos obsequió la historia de una joven feligresa a quien la Virgen de la Soledad veló sus fiebres en los tiempos del virreinato.

La favorecida guardó en silencio el secreto de las visitas taumaturgas. Refirió la ayuda celestial solamente antes de su fallecimiento. En las manos de la bendita señora colocaron a su ruego el pañuelo de encajes conque ella secó su frente calenturienta.

El Domingo Santo cierra la Semana de rezos, sahumerios y lágrimas.

Que Dios bendiga al mundo. Rosas blancas para todos. 

Peruska, recibe un abrazo cariñoso

Alfonsina


lunes, 31 de enero de 2022

 PURO AMOR EN QOSQO 

Pergeño estas líneas, Kukuli, para que no te olvides de nuestro último viaje. Siempre me llena de ternura tu compañía. A veces vuelves a ser por unos segundos la Kukuli que trepaba a la mecedora del escritorio  para ver qué escribía en mi máquina eléctrica. El 24 de diciembre que pasó la estrella de Belén  brilló en tus manos cuando colocaste en el pesebre la imagen del santo niño hecha en el Qosqo por Abraham Aller. Después de dos diciembres huérfanos por la pandemia, éste del 2021 se animó y salió de su retiro. Tú y yo saboreamos el clásico ponche de almendras de mi madre, rociado con nuez moscada, que preparó Victoria Cano con cariño.

Ponche con pan de yema que nos calentó el alma. El tiempo que  acaba con algo adorable como la risa inocente de los párvulos, nunca envejecerá la dulzura de las albas, galas o villancicos de las  chaiñas, cantoras de la Catedral grabadas para una eternidad. Aquella noche las escuchamos hasta que su nota postrera se apagó.

El Qosqo fue una ciudad de ‘nacimientos pascuales’ Algunos ocupaban más de dos piezas  y la gente visitaba  al Niño Jesús de las Pinelo que llevaba en sus mejillas el beso de un ángel y el de los Justinianos de rostro que era puro candor cusqueño, con los dientecitos recortados del cañón de la pluma de un cóndor. El seis de Reyes, ya en enero, un jubileo de guaguas divinas, en cunitas o almohaditas, se entrecruzaban en calles y plazas para  ser bendecidas.

Días antes viajamos al Qosqo. No pensé en volver. Lo veía en sueños y eso me bastaba. Preguntaste si quería ir. Te dije que sí, estabas muy lejos en la pantalla de tu computadora de Filadelfia. Fuiste  rápida y cuando quise ir en reversa que no era posible, tu celular registró la compra de tres boletos, de ida y vuelta  para mí, para ti y Vida, tu hermana. Dijiste ya, y no me quedó otra que hacer el equipaje. Ya no tendría que pasar solo mis dedos en el pensamiento, dibujando el contorno de la María Angola, en las torres de la catedral y bajar por la Puerta del Perdón sobre la heredad del ayllu real de Wiraqocha.


Nos alojamos en Villa Mayor, el hotel posada del Portal Nuevo de la Plaza Regocijo. Me gustó entrar a su patio ecológico de bienvenidas, con alegres paredes pintadas de primavera, su escalera de cinco gradas de piedra y diecinueve peldaños, de barandas forradas con follajes navideños.

Gocé desde su balcón la frescura de las aguas de su fuente lanzadas hacia el cielo y  el vigor  de sus  qewñas formidables de la antigua Kusipata.   

La tarde estaba tibia cuando nos sentamos en un bloque de granito del portal de la Universidad,  a unos pasos de la iglesia de la Compañía. En el portal había pastelerías donde gastaba con otras colegialas nuestros gordos de propina. Los ojos se nos iban sobre los voladores, los alfajores  las condesas, los trujillanos y los  mil hojas.  Para cubrir  la tardanza corría en medio de la lluvia de granizo por la avenida Sol, sabiendo que mi madre me esperaba en la casa de Tullumayo con un vaso de leche caliente.

La Municipalidad decretó cinco días de feria pascual para ayudar a los concurrentes, artistas populares y artesanos castigados por la pandemia. Al multiplicar el Santurantikuy, mercado tradicional del 24 de diciembre  los favoreció.  En la memoria tengo un precioso cocodrilo de madera articulado, rojo  con pintas verdes y los caballitos qorilazos de crines largas trabajados para la fiesta de los niños entre muchos juguetes.

En el monasterio de Santa Catalina. tú y Vida se engolosinaron , como yo en otra época con los dulces de las monjitas las palomitas de manjar blanco rellenas con piña, las bolitas de chocolate y las galletas de pura naranja. En un puesto de la feria que me quitaba la vista de la Catedral, Vida eligió para mi armario un carnerito, pequeña joya ferial diseñada en un cubo  en San Jerónimo, pueblo que cobija a muchos artistas. Con 94 años a cuestas sigue pintando allí Víctor Vivero. Habitaba la calle más alta de San Blas, con el miraje del Qosqo colgado de su balcón. Manejaba los pinceles, como si fuera la segunda mano del renombrado maestro Diego Quispe Tito del siglo XVII. Solo él podría recuperar de las cenizas con su arte los cuadros del insigne cusqueño quemados en el incendio del 2017 .

Cuando voy al Qosqo siempre saludo a mi Taitacha de los Temblores, amado desde el terremoto de 1650. Los restauradores retiraron con dificultad el hollín de fervor que lo ennegrecían, miles de miles de de velas ardiendo a sus pies en un abrazo cálido. Comejenes analfabetos lo estaban carcomiendo por dentro sus carnes en el buzón de la herida de su costado lleno de cartas  escritas con amor  y desesperación, contándole sus cuitas.

En Lunes Santos culpables las marchas, las venias y los retrocesos casi desarman uno de sus brazos salvado en una víspera de llanto. Lo llevaron al Presbiterio y en la oscuridad no pude verle. ‘Pero, el Señor te está viendo’ dijo Vida y logró que su paz me inundara. Para florecer dejé que la huch’a mikhuq, piedra ovoide inka  refugiada en el recinto sacro,  se llevara mis penas.    


En el Santurantikuy del 2021 las costureras y bordadoras exhibieron primores para el santo recién nacido. Sus agujas no se dieron abasto en adornar terciopelos, sedas, gasas y percalitas de diario y de fiesta. Las fajas para amarrar  los pañales de bayeta de los waltaditos se recamaron de estrellas copiadas de un cielo en miniatura. Las devotas de la la Virgen Purificada de la iglesia de San Pedro escogieron las mejores para sus procesiones. A las túnicas con flecos se sumaron los trajes de los bailarines de la contradanza de Paucartambo.

Al costado del Portal de los libreros los vidriados de San Sebastián y San Jerónimo, al estilo virreinal. Los vidriados, derrochaban imaginación. Vi una  azucarera con una orla de flores de qantu y una taza de figuras abstractas.

Al mediodía nos guarecimos en ‘El Truco’ escapando de una lluvia ligera. La sabiduría gastronómica del veterano restaurante refociló la despedida. Chairo humeante y combatiente, rocoto relleno emponchado, lechón crocante invitador prodigando sabores, tamal derrochando ternezas. Al fondo, amenizándoles el  eco digno de unas qenas.  

Tres días maravillosos vividos intensamente entre ayeres y presentes. Mis sueños que se tornaron realidad porque tú lo quisiste y me regalaste el Qosqo en la Navidad del 2021.

 ¡Gracias, Kukuli!

domingo, 31 de octubre de 2021

 

EL SANTIAGO DE CARREÑO

Angel Carreño, el tradicionista cusqueño, remontó siglos con ojos ávidos leyendo en viejos archivos un documento testigo del suntuoso Corpus Christi de 1702. Le conocí siendo una estudiante primariosa, levita y camisa con las fatigas del tiempo, lentes empañados de bruma, barbilla con cuatro pelos y esternón huidizo. Su aspecto desmañado ocultaba al investigador acucioso, comprometido con su tierra natal. Entre sus datos innumerables que parecen extraídos del borde de los confesonarios de las iglesias o capturados de los cuentos indiscretos de las cuentoq’epe* hay algunos resaltantes de la vida de la ciudad que son valiosos como los del Corpus Christi. .  

*Cuentoq’epe. Chismosas.


En sus ‘Tradiciones de la Cibdad del Ccoscco’ se lee que la efigie del Santiago mataindios era una joya, por ser toda de plata, al tamaño natural. Tanto como para imaginar que descendió de un cielo argentado, cosa  que solo podía darse en el  Qosqo en sus años de apogeo, cabeceando el siglo. Sobre los derroches en homenaje al santo patrono Bernales Ballesteros encontró en el Archivo de Indias una mención extraordinaria. En su recorrido por la plaza los devotos le cambiaban hasta tres veces de caballo, cada cual mejor acabado, con monturas y arreos de oro y plata.

A Carreño le atrajo más la espléndida asistencia de los Caballeros de la Orden de Santiago con sus damas de galano traje de fiesta. Los detalles se  desprenden de su libro.

‘Los hombres con jubón atrencillado, zamarreta de terciopelo, con mangas acuchilladas y almidonadas, gorguera de encaje, calzón a media pierna, medias blancas de seda, zapatos de rostro bajo con hebilla de oro y espolín. Las pelucas rizadas y empolvadas de blanco. Al hombro capetilla con broches de oro y cadenilla rematada en higas, borlas de oro colgantes. En la mano el tricornio negro galoneado con franja de oro.’

‘Las mujeres con justillos, gorgueras y chorreras de encaje en las mangas; cruz de oro con cadeneta y el cabello recogido arriba por peineta de plata, con adornos de oro y brillantes. Falda de seda y arabescos bordados con sartas de perlas. Anillos de oro con piedras preciosas, los ‘chupetes’ de brillantes; y sobre los hombros el clásico mantón de Manila.’

Siguiéndoles desfilaba el Alférez de Indios llevando el guión asignado, acompañado por sus veinticuatro cabildantes, dos por panaka, vestidos de acuerdo a su rango. A continuación marchaban las autoridades y comunidades religiosas, el Alcalde de Segundo Voto al frente de sus soldados y finalmente la gran masa del pueblo, yendo por delante los devotos con sus hermosas ceras adornadas con relucientes cintillos.   

Alfonsina Barrionuevo

martes, 26 de octubre de 2021

 

HABLANDO CON LOS APUS

En el  2000 salió la primera edición de mi libro ‘Hablando con lo Apus’ y la última unos años más tarde. Tuve algunos reparos en publicar mis sesiones con 'los papitos y las mamitas’ como les llaman en el Qosqo a estas entidades de energía del mundo andino. Antes, ni yo hubiera creído que los cerros y la madre tierra hablaran con nosotros, los seres humanos. Me dijeron que curaban y no les di crédito. Hasta que  las circunstancias  determinaron mi encuentro con ellas. No fui por una curación pero un día respondí a una invitación y no conocía nadie. Después me enteré que no daban entrevistas y cuando murió su maestro de convocación las sesiones se acabaron. No pienso publicar otra edición de ‘Hablando con los Apus’ sin embargo me han reclamado tanto por el libro que algo haré. Estoy terminando un ensayo sobre la procesión del Corpus Christi y los diálogos con ellos reaparecerán en una segunda parte. Pienso que será a mediados del próximo año.

Ojalá sea posible. La financiación es un desafío en estos tiempos de pandemia.  

En seguida una nota de introducción a uno de los apus, Soqllakasa de Saywite que protege los campos de anís, entresacada del libro. Llegué el día de su cumpleaños. Le hicieron una fiesta y me regaló un cuye delicadamente horneado. Lo sentí bailar con la pachamama de Calca Lares. Ambos lo disfrutaron:  

A veces soy muy indecisa para viajar, pero me llama Regina, que tiene urgencia de consultar con los Apus y las Pachamamas, y sin pensarlo dos veces estoy en el avión, con destino al Qosqo. En la víspera llamé a Amésquita por teléfono para avisarle de nuestra ida.

--Viene usted a buena hora –me contestó--. Mañana es el cumpleaños del señor Soqllakasa.

--Qué cosa, ¿los ángeles cumplen años?

--Sí, como nosotros y habrá una gran fiesta. Procure llegar antes de las doce del día.

--Estaremos a las siete de la mañana –le dije al despedirme.

Esa fue la intención, pero una densa neblina no permitió que nuestro avión, el primero de ese día, pudiera despegar a hasta las diez de la mañana. Amésquita había ido dos veces al hostal “El Peregrino”, donde nos alojaríamos. Me encontró cuando bajaba del auto que nos condujo del aeropuerto.

--¡Vámonos, ya casi no hay tiempo! --urgió.

--Pero, recién estoy llegando…

--No hay tiempo, vamos.

Pregunté a Regina si quería ir. Había viajado con cierta aprensión sobre los efectos de la altura y prefirió quedarse porque al comienzo suele sufrir el soroche. Le dejé mi maletín y me fui.

Llegamos cuando estaba por terminar el último turno. Había unas quince personas que entraron, cerrándose luego la puerta…..

Alfonsina Barrionuevo

martes, 19 de octubre de 2021

 LOS FUNDADORES

Hay varias versiones sobre la fundación del Qosqo. Van algunas entresacadas de mi libro de los Khipus.

En otra historia los hermanos Ayar se sumieron por caminos subterráneos que ocultaron su larga caminata para salir después en Paqareqtanpu, ‘la posada del amanecer’. No se nombra pero ellos difundieron la cultura de la kihura, kinoa o kinua. La palabra de Ayar se origina de ayara, el nombre de una kinua deliciosa, pequeña, que se cultiva en Ayaviri, comentan varios autores.

El relato del encuentro de los Inkas con el Sol tuvo un propósito, aclarar por qué los Inkas se llamaban Hijos del Sol y serían señores. En el caso de los Ayar fue un proceso desde el momento en que debieron abandonar la meseta qolla. Los hermanos solo secundaron a Manko, el principal. El resto, Ayar Kachi atemorizando a los pueblos al convertir los cerros en llanos haciendo alardes de fuerza, Ayar Uchu trepando a la waka que lo sujetó primero y luego lo petrificó para darle sacralidad, y Ayar Auka absorbiendo la fuerza telúrica del valle,  complementaron  el recorrido del primero para la fundación del Qosqo. Pachakuti Inka Yupanki lo tuvo como antepasado y fue a Paqareqtanpu para ubicar la ventana de Tanpu t’oqo de donde salió aquel con sus hermanos y sus mujeres,  designando al cerro como waka. Lo mismo hizo con Wanakauri vinculado con su estrategia para ingresar en un momento prudente al valle.


Juan de Betanzos, soldado rudo, se dio el gusto en la descripción de sus atuendos porque parecían de fábula. ‘Ellos y sus mujeres vestidos con indumentarias relucientes, chuspas, chunpis y mantas entretejidas con hilos de oro; así sus armas, hondas, alabardas y  sus utensilios y hasta los cacharros de cocina.’ La comitiva procuró rodearse de una aura mágica para obtener alianzas con los pueblos del paso y lograr en muchos casos que los siguieran, dejando sus tierras. En el antiguo Perú el brillo y belleza de dos metales, el oro y la plata, causó admiración en los régulos que los consideraron de uso exclusivo para los señores y los templos.  

En el valle del Morkill Ayar Manko apareció majestuosamente, con música y acompañamiento. Asistieron con estupor a la ceremonia de posesión unas treinta familias lideradas por Alkawisa, el señor que se atrevió a amar con su gente la tierra huraña.  

El Inka Garcilaso mencionó a los Ayar sin dar el nombre de su informante, citándolo solo como ‘un tío materno’, quizá Kusi Walpa o Walpa Thupa, que solían hablarle en sus niñeces con melancolía de los tiempos idos. Cualquiera le contó la portentosa historia de un personaje con mucho poder que apareció en el Tiawanaku, a mediodía de distancia del Qosqo, y repartió el mundo entre cuatro hombres o reyes. El  primero Manko, quien recibió el lado del septentrión; el segundo Qolla, que tuvo la parte meridional; el tercero Tokay, a quien le tocó el del levante; y el cuarto Pinawa, al que le dio la región del poniente. No se sabe con qué tenían que ver, tal vez con los cuatro suyus.

LOS ÑAUPAMACHU

Las versiones que siguen son poco nombradas. En 1945 salió de las sombras una prehumanidad, los ñaupa machu. La gente del pueblo q’ero, ubicado en la región anti, le contaron  al antropólogo Oscar Núñez del Prado que en un tiempo sin edad la tierra estuvo en tinieblas, débilmente iluminada por la luna. En ella evolucionaban los ñaupa, hombres gigantescos que derribaban y aplanaban montañas para entretenerse. Ruwal, el espíritu hacedor, que accedió asombrado a sus ritos les manifestó su deseo de aumentar su poder. Ellos, orgullosos, rechazaron su propuesta porque creían que les bastaba con su fuerza. Cuando llegaba la noche el descanso curvaba su espalda y en cuclillas, la cabeza reposando sobre sus brazos, la tierra renovaba su vigor. Frente a su desdén Ruwal hizo surgir una gran estrella, el sol, que los obnubiló, deshidrató sus músculos potentes y los secó. Los que pudieron huir se ocultaron en el fondo de unas cuevas, condenados a no salir, huyendo de la luz.


El Hacedor dejó en el olvido a estos primeros seres humanos, los ñaupa machu, solo hombres, y creó a Inkari y Qollari, una pareja, para poblar el Ande q’ero, entre la puna y la yunga. Ambos debían dirigirse hacia el lugar elegido con tres varas, para lanzarlas con fuerte impulso. La primera cayó en la espesura y se perdió. La segunda se clavó en una ladera donde Inkari fundó un pueblo, Q’ero, en el cual pensó quedarse. Ruwal le ordenó que continuara su camino y como insistió que aquel sería su hogar, porque le nació cariño, se enojó permitiendo que salieran los ñaupa machu sobrevivientes. Ellos removieron unas rocas enormes y amenazaron con arrojarlas para destruirlo. Inkari y Qollari marcharon entonces a su destino y llegaron a una colina. La tercera vara hendió los aires y fue a  clavarse en el centro de un valle tempestuoso donde habría que civilizar a los elementos cósmicos y telúricos. Al terminar su periodo volvieron a Q’ero y después de algunos años se internaron en la selva. Solo sus descendientes, los hijos de la luz, saben qué pasó. 

    Su historia floreció en Paukartanpu, en cuyas punas viven aislados los q’eros. Sus comunidades que ocupan tres niveles: el brumoso y frío de Q’ero, el más templado de Chuwa chuwa y el tibio de Pushkero, conservan increíbles prácticas medicinales, como devolver el ánima a quien ha perdido el deseo de vivir. Para el efecto lo meten desnudo dolo en la cavidad todavía palpitante de una llama, después de quitarle las vísceras, para que absorba su fuerza a través de los poros. Vieja tradición que se torna maga en las manos demiurgas de las mujeres lloqe; en el armado de la más pequeña y la más fuerte de las ofrendas en el nido diminuto de un picaflor; o en costumbres ancestrales como ‘el pedido de la paloma’ a través del diálogo poético de los pater familias cuando hablan de sus hijos.  

MAMA LLOQLLA

En Chinchero, tierra de K’uichi, el arco iris, donde este arquero andino suele cuadruplicar sus disparos, encontré otra versión conservada celosamente en las comunidades por venir de sus abuelos. Sucedió, dijeron, en épocas muy antiguas, con la tierra envuelta en cendales de niebla, sin color aún. Nadie la esperaba en una tarde feroz de vientos encontrados y cielo macilento, cuando llegó con paso cansino una joven mujer que reveló un nombre terrígeno, Mama Lloklla, ia ‘madre aluvión’.

Al notar que esperaba un hijo por su rostro dulce y su vientre abultado sus  habitantes le dieron la bienvenida con cariño. El niño sería de todos y no debía preocuparse por su futuro. Mucho después las mujeres asistieron a su natividad, advirtiendo con sorpresa que en la frente del recién nacido destellaba una pequeña luz, un sol brillante que fue aumentando de tamaño a medida que crecía. Cuando llegó a la mayoría de edad iluminaba el pueblo y lo que es más determinó un cambio en los campos que mostraron por primera vez jubileos de colores. En ellos K’uichi, el arco iris inauguró su presencia estrenando sus dones. 

Al percibir una fuente de luz en Chinchero gente de comarcas lejanas que vivían en la sombra le buscaron. Sus ruegos conmovieron a Malko, el hijo de Mama Lloklla, a quien pidieron que los alumbrase también. Para eso tendría que subir al cielo y dijo que lo haría después de casarse.   

Andando el tiempo se enamoró de Pitusilla, una linda doncella que conoció su destino. La pareja tenía que buscar un valle escondido para fundar una ciudad que se llamaría Qosqo. Las autoridades del pueblo prepararon la ceremonia y celebraron su desposorio. Ya podría fundar la ciudad y se pusieron en camino. El joven que se llamó inicialmente Malko cambió su nombre a Manko Qhapaq, señor todopoderoso. Al cabo cumplió el anhelo de los señores comarcanos, ascendió al infinito y cada día envolvió a la tierra amorosamente dándole luz y calor con sus rayos. Pitusilla tenía que esperar su regreso y como tardaba en volver lloró formando con sus  lágrimas el nevado Willka Weq’e.

Alfonsina Barrionuevo

lunes, 11 de octubre de 2021

 

Qosqo en Cáliz de Roca

En 1911 el geólogo Herbert Gregory y el osteólogo George F. Eaton encontraron asombrados unos restos fósiles de inesperadas criaturas cuando exploraban los cerros del Qosqo. Ambos pertenecían a la Expedición Científica de la Universidad de Yale y la National Geographic Society. Al hallazgo prehistórico se sumó un descubrimiento que los conmocionó. La ciudad del Qosqo, que tenían a la vista, ocupaba el lecho de un inmenso lago glacial desaparecido en una época remota al que dieron el nombre de Morkill.


Los fragmentos óseos que hallaron en sus exploraciones pertenecían a un mastodonte, parecido al mamut, predecesor del elefante actual, realmente colosal si se considera que tenía la dimensión de un edificio de tres pisos; y de un gliptodonte, igualmente gigantesco, lejanísimo pariente de nuestro armadillo o kirkincho, cuya caparazón se convierte en caja de resonancia musical del charango o chillador en muchos poblados.

Más tarde salieron al descubierto en localidades cercanas nuevos vestigios de una megafauna. Abuelísimos megaterios parecidos a los perezosos; más gliptodontes  recubiertos de gruesas placas exagonales como acorazados; paleollamas de enormes lampos de fibra; agresivos felinos de colmillos mortales y antiquísimos caballos que acabaron yéndose a galopar a la Patagonia. Los cambios climáticos y quién sabe la pérdida del lago influyeron en la extinción de estos descomunales animales. En 1946 el biólogo cusqueño Carlos Kalafatovich encontró fósiles de algas y caracoles ampliando su impresionante panorama.

La idea de reproducir el lago Morkill gráficamente, para que se aprecie cómo habría sido en una época auroral, permite hacer una regresión para explicar la existencia del Qosqo desde que el fuego magmático resquebrajó la megamasa que nos tocó y empujó los Andes hacia arriba arrugándolos. Voy pasando los dedos sobre sus relieves y siento la transmisión de una energía estremecedora. En cada orqo o cresta de la cordillera pareciera que duermen bajo toneladas de tierra, arcilla y arena mastodontes, gliptodontes y megaterios que poblaron sus orillas en la eras terciaria y cuaternaria.     


Ellos formaron una corona de vida que impregnó el ambiente del gigantesco cáliz de roca donde se albergaron los Hermanos Ayar y su gente. Su rispidez fue un desafío al que respondieron sin dar
un paso atrás, intuyendo que podrían transformar el erial con la fuerza de sus sueños. Si algo conquistó su espíritu debió ser la sensación de seguridad que se desprendía de los cerros circundantes y la presencia grata del agua susurrando promesas al deshacer sus melenas en húmedas caricias. El lecho pantanoso no los  arredró. Era una labor que tendría que hacerse en el futuro. En ese tiempo los khipukamayuq ya estaban trabajando con sus khipus.

Del libro ‘QUÉ DICEN LOS KHIPUS’

Alfonsina Barrionuevo

viernes, 1 de octubre de 2021

QUÉ DICEN LOS KHIPUS INKAS

Esta nota que va a continuación debió ser el principio de mi último libro. Sin embargo, al investigar qué sucedió en el Qosqo cuando llegaron los españoles cambié de parecer. Lo que hicieron fue terrible. Ya lo verán en un próximo blog.

Este libro es el inicio de un sueño, entrar en el iluminado corazón del Qosqo para recorrer caminos escondidos en busca de su verdadera historia. Al revisar las crónicas del siglo XVI  y XVII me fui dando cuenta cómo deseaban los españoles proyectar una imagen equivocada de la capital del mundo andino. Un propósito que no es el mío porque yo quiero que no se vea a los señores Inkas como terceros, a los que se examina de lejos con una lupa invertida, sino reunidos conmigo bajo la misma fronda. En esa circunstancia me ha sido dado descubrir, en la interlínea de los mismos manuscritos, a unos sabios maestros, los khipukamayuq. Nadie mejor que ellos para develar incógnitas y sacarlas a la luz. No he hecho más que seguirles y en los ‘ñudos’* de sus cordeles surgen las respuestas a preguntas que se quedaron flotando en el infinito, me parece por una eternidad.


Afortunadamente vienen del ayer con su mensaje al presente derribando miles de barreras. Veamos cómo habrían registrado la preparación geológica del escenario  donde se desarrolló el Qosqo, si lo hubieran avizorado desde una estrella.

Habrían tomado el colmillo de un mastodonte para el ramal principal, tejiendo el pelo erizado de los megaterios o perezosos gigantes como cuerdas, conchas gigantes para los ñudos donde brillaran las turquesas del cielo con engarces diamantinos de hielo. Antecesores prehistóricos de Guaman Poma que relata detalladamente/brillantemente la acción del khipukamayuq mayor Kuntur Chawa que usó el pelo grueso de los ciervos viejos como husos y los granos de kihura o kinoa, para informar al Inka el número de los habitantes que había en el Tawantinsuyu con su edad, oficio y ubicación; a base de reportes que le entregaron los suyuyuq wayaqpuma, cabeza de regiones.

En los khipus geológicos hubiera quedado registrado el momento en que los Andes se arrancaron con estruendo del planeta hace millones de años, como si quisieran incrustarse en el espacio. En el lugar que ocuparía un día el Qosqo apareció entonces una inmensa y profunda cavidad. Los gigantescos deshielos y las afloraciones subterráneas la rellenaron formándose un lago glacial. Sucedió a inicios del Pleistoceno en la Era del Cuaternario, en un tiempo sin fin de soles cazadores y lunas pescadoras. En el área donde pacían criaturas prehistóricas descomunales transitando entre auroras inocentes y crepúsculos sombríos.

Alfonsina Barrionuevo