LOS FUNDADORES
Hay
varias versiones sobre la fundación del Qosqo. Van algunas entresacadas de mi
libro de los Khipus.
En
otra historia los hermanos Ayar se sumieron por caminos subterráneos que
ocultaron su larga caminata para salir después en Paqareqtanpu, ‘la posada del
amanecer’. No se nombra pero ellos difundieron la cultura de la kihura, kinoa o
kinua. La palabra de Ayar se origina de ayara, el nombre de una kinua deliciosa,
pequeña, que se cultiva en Ayaviri, comentan varios autores.
El
relato del encuentro de los Inkas con el Sol tuvo un propósito, aclarar por qué
los Inkas se llamaban Hijos del Sol y serían señores. En el caso de los Ayar fue
un proceso desde el momento en que debieron abandonar la meseta qolla. Los
hermanos solo secundaron a Manko, el principal. El resto, Ayar Kachi
atemorizando a los pueblos al convertir los cerros en llanos haciendo alardes
de fuerza, Ayar Uchu trepando a la waka que lo sujetó primero y luego lo
petrificó para darle sacralidad, y Ayar Auka absorbiendo la fuerza telúrica del
valle, complementaron el recorrido del primero para la fundación del
Qosqo. Pachakuti Inka Yupanki lo tuvo como antepasado y fue a Paqareqtanpu para
ubicar la ventana de Tanpu t’oqo de donde salió aquel con sus hermanos y sus
mujeres, designando al cerro como waka.
Lo mismo hizo con Wanakauri vinculado con su estrategia para ingresar en un
momento prudente al valle.
Juan
de Betanzos, soldado rudo, se dio el gusto en la descripción de sus atuendos
porque parecían de fábula. ‘Ellos y sus mujeres vestidos con indumentarias
relucientes, chuspas, chunpis y mantas entretejidas con hilos de oro; así sus
armas, hondas, alabardas y sus
utensilios y hasta los cacharros de cocina.’ La comitiva procuró rodearse de
una aura mágica para obtener alianzas con los pueblos del paso y lograr en
muchos casos que los siguieran, dejando sus tierras. En el antiguo Perú el
brillo y belleza de dos metales, el oro y la plata, causó admiración en los
régulos que los consideraron de uso exclusivo para los señores y los templos.
En
el valle del Morkill Ayar Manko apareció majestuosamente, con música y
acompañamiento. Asistieron con estupor a la ceremonia de posesión unas treinta
familias lideradas por Alkawisa, el señor que se atrevió a amar con su gente la
tierra huraña.
El
Inka Garcilaso mencionó a los Ayar sin dar el nombre de su informante, citándolo
solo como ‘un tío materno’, quizá Kusi Walpa o Walpa Thupa, que solían hablarle
en sus niñeces con melancolía de los tiempos idos. Cualquiera le contó la
portentosa historia de un personaje con mucho poder que apareció en el Tiawanaku,
a mediodía de distancia del Qosqo, y repartió el mundo entre cuatro hombres o
reyes. El primero Manko, quien recibió
el lado del septentrión; el segundo Qolla, que tuvo la parte meridional; el
tercero Tokay, a quien le tocó el del levante; y el cuarto Pinawa, al que le
dio la región del poniente. No se sabe con qué tenían que ver, tal vez con los
cuatro suyus.
LOS ÑAUPAMACHU
Las versiones que siguen son poco
nombradas. En 1945 salió de las sombras una prehumanidad, los ñaupa machu. La
gente del pueblo q’ero, ubicado en la región anti, le contaron al antropólogo Oscar Núñez del Prado que
en un tiempo sin edad la tierra estuvo en tinieblas, débilmente iluminada por
la luna. En ella evolucionaban los ñaupa, hombres gigantescos que derribaban y
aplanaban montañas para entretenerse. Ruwal, el espíritu hacedor, que accedió
asombrado a sus ritos les manifestó su deseo de aumentar su poder. Ellos,
orgullosos, rechazaron su propuesta porque creían que les bastaba con su
fuerza. Cuando llegaba la noche el descanso curvaba su espalda y en cuclillas,
la cabeza reposando sobre sus brazos, la tierra renovaba su vigor. Frente a su
desdén Ruwal hizo surgir una gran estrella, el sol, que los obnubiló,
deshidrató sus músculos potentes y los secó. Los que pudieron huir se ocultaron
en el fondo de unas cuevas, condenados a no salir, huyendo de la luz.
El Hacedor dejó en el olvido a estos primeros
seres humanos, los ñaupa machu, solo hombres, y creó a Inkari y Qollari, una
pareja, para poblar el Ande q’ero, entre la puna y la yunga. Ambos debían
dirigirse hacia el lugar elegido con tres varas, para lanzarlas con fuerte
impulso. La primera cayó en la espesura y se perdió. La segunda se clavó en una
ladera donde Inkari fundó un pueblo, Q’ero, en el cual pensó quedarse. Ruwal le
ordenó que continuara su camino y como insistió que aquel sería su hogar,
porque le nació cariño, se enojó permitiendo que salieran los ñaupa machu
sobrevivientes. Ellos removieron unas rocas enormes y amenazaron con arrojarlas
para destruirlo. Inkari y Qollari marcharon entonces a su destino y llegaron a
una colina. La tercera vara hendió los aires y fue a clavarse en el centro de un valle tempestuoso
donde habría que civilizar a los elementos cósmicos y telúricos. Al terminar su
periodo volvieron a Q’ero y después de algunos años se internaron en la selva.
Solo sus descendientes, los hijos de la luz, saben qué pasó.
Su historia floreció en Paukartanpu, en
cuyas punas viven aislados los q’eros. Sus comunidades que ocupan tres niveles:
el brumoso y frío de Q’ero, el más templado de Chuwa chuwa y el tibio de
Pushkero, conservan increíbles prácticas medicinales, como devolver el ánima a
quien ha perdido el deseo de vivir. Para el efecto lo meten desnudo dolo en la
cavidad todavía palpitante de una llama, después de quitarle las vísceras, para
que absorba su fuerza a través de los poros. Vieja tradición que se torna maga en
las manos demiurgas de las mujeres lloqe; en el armado de la más pequeña y la más
fuerte de las ofrendas en el nido diminuto de un picaflor; o en costumbres
ancestrales como ‘el pedido de la paloma’ a través del diálogo poético de los
pater familias cuando hablan de sus hijos.
MAMA
LLOQLLA
En
Chinchero, tierra de K’uichi, el arco iris, donde este arquero andino suele
cuadruplicar sus disparos, encontré otra versión conservada celosamente en las
comunidades por venir de sus abuelos. Sucedió, dijeron, en épocas muy antiguas,
con la tierra envuelta en cendales de niebla, sin color aún. Nadie la esperaba
en una tarde feroz de vientos encontrados y cielo macilento, cuando llegó con
paso cansino una joven mujer que reveló un nombre terrígeno, Mama Lloklla, ia ‘madre
aluvión’.
Al
notar que esperaba un hijo por su rostro dulce y su vientre abultado sus habitantes le dieron la bienvenida con
cariño. El niño sería de todos y no debía preocuparse por su futuro. Mucho
después las mujeres asistieron a su natividad, advirtiendo con sorpresa que en
la frente del recién nacido destellaba una pequeña luz, un sol brillante que
fue aumentando de tamaño a medida que crecía. Cuando llegó a la mayoría de edad
iluminaba el pueblo y lo que es más determinó un cambio en los campos que
mostraron por primera vez jubileos de colores. En ellos K’uichi, el arco iris
inauguró su presencia estrenando sus dones.
Al
percibir una fuente de luz en Chinchero gente de comarcas lejanas que vivían en
la sombra le buscaron. Sus ruegos conmovieron a Malko, el hijo de Mama Lloklla,
a quien pidieron que los alumbrase también. Para eso tendría que subir al cielo
y dijo que lo haría después de casarse.
Andando
el tiempo se enamoró de Pitusilla, una linda doncella que conoció su destino.
La pareja tenía que buscar un valle escondido para fundar una ciudad que se
llamaría Qosqo. Las autoridades del pueblo prepararon la ceremonia y celebraron
su desposorio. Ya podría fundar la ciudad y se pusieron en camino. El joven que
se llamó inicialmente Malko cambió su nombre a Manko Qhapaq, señor
todopoderoso. Al cabo cumplió el anhelo de los señores comarcanos, ascendió al
infinito y cada día envolvió a la tierra amorosamente dándole luz y calor con
sus rayos. Pitusilla tenía que esperar su regreso y como tardaba en volver
lloró formando con sus lágrimas el
nevado Willka Weq’e.
Alfonsina Barrionuevo