LA ESPLENDOROSA
TIERRA
En noches de vigilia hay muchas cosas que se
vienen a la mente…
Una es la pandemia que reemplaza a las pesadillas y nos amedrenta
a nivel mundial.
La pandemia, lo más terrible que nos
podía suceder con su estela de muerte. El trauma de tenerla tan cerca nos marca. Es imposible saber por qué se generó y en
noches de vigilia estoy sospechando que la Tierra, nuestro planeta, nuestro
hogar, está probando una manera de deshacerse del género humano. Razones no le
faltan. Pensemos que habiendo sido tan bella y generosa, con infinitos paisajes
de colores, debe sentirse irritada de verse convertida en un esperpento. No
quepa otra idea. Siento que nos persigue, que ha dejado de querernos y nos está
matando con el COVID 19. Un desastre y
aunque hagamos mil esfuerzos por superar sus efectos ella puede más. Nunca
había ocurrido y provoca escalofríos la noticia de que nuestros cementerios estén
empezando a colapsar. Adónde llevaremos
a nuestros muertos, un sitio en el que podamos llorarlos. Ya no se trata solo
de contagios de cuerpo a cuerpo, por la nariz y la boca que protegen con las
mascarillas y la distancia social, sino
que el espantoso virus se columpia en el aire como una flor maléfica.
En el mundo andino alivia la existencia de Pacha Tierra o Pachatira, la Tierra que protesta, que castiga, que destruye, contrapuesta a la Pachamama, la Madre Tierra que ama a sus hijos. La Pacha Tierra que aparece cuando los seres humanos descuidan los campos y hacen sufrir a la Pachamama. El cronista jesuita José de Acosta, que se dedicó a estudiar las acciones de la Naturaleza en el Perú del siglo XVI observó su presencia singular.
Podría ser que Pachatira desbanda sus efectos en todos los países. Hay señales del agobio que ha estado padeciendo nuestro planeta, nuestro hermoso hogar desde que se pobló hace milenios. Nos hemos empeñado en no verlas. En el Perú hemos talado los bosques de la altura y la selva al punto de que las avalanchas o la purma las degradan a menudo. El oro que se extrae, la plata y otros minerales no justifican la muerte de hectáreas que terminan siendo inútiles. Los ríos que deben ser lavados con sustancias químicas para que sigamos utilizando sus aguas. En el mundo los océanos se extenúan con la basura que les descargan y la contaminación que agrede a sus criaturas. Las abejas no se pueden quejar pero están perdiendo el sentido de la orientación para regresar a sus colmenas y pronto habrá que elaborar miel artificial. Lo sabemos y sin embargo lo olvidamos. Recuerdo la historia en Europa de un pueblo que explotó de tal manera sus minas de carbón que sus cerros aparecían plagados de huecos. Hasta que sus niños acusaron síntomas de raquitismo, debilidad, palidez en las mejillas, falta de apetito. Cuando la gente se dio cuenta que eran la consecuencia de la sobre extracción del carbón llevaron tierra y agua limpia a los cerros. Con los meses todo volvió a florecer y sus hijos se salvaron. Jamás aprendemos la lección y el ataque frecuente que inferimos a la tierra la está confundiendo. La excesiva industrialización como el flagelo de las guerras la están aniquilando. Como no hay compromiso para suspender su contaminación física y sonora, y como seguimos manteniendo una indiferencia crónica ante los problemas que causamos a la Tierra es lógico imaginar en noches de vigilia que ella nos está viendo como una humanidad indeseable. Si hemos llegado a ese extremo es natural que quiera desembarazarse de nosotros.
No se trata de quitar solamente el
cemento que cubre la tierra fértil de los parques y plazas sino sacarlo de
nuestros cerebros. Quién sabe aún hay tiempo de reflexionar sobre el futuro. La
Pachamama dijo que estaba en el lugar,
aunque fuera pequeño, donde apuntaba una flor o se escuchaba el canto de un pájaro. Su vocación es el amor.
Hay que trabajar en ese sentido sin el riesgo de que nos rechace. Cien aviones por
día para que los turistas vayan a Machupiqchu es mucho. Un aeropuerto en
Chinchero sería una catástrofe para el Valle Sagrado y una serie de ciudades,
templos y wakas y templos inkas, menos horas
de vuelo, tráfico muy intenso y posibilidades de estrellarse en el Chikón. En
el proyecto de 1967 con el arquitecto Belaunde los técnicos peruanos y extranjeros,
encontraron que Paruro sería mejor.
En el resto del mundo hay otras
situaciones que lastiman los derechos de la Tierra a vivir sin tanto estruendo,
a respirar sin que sus pulmones se llenen de hollín, a soñar en paz. Ella quiere
que la arropen con pintadas sábanas de puestas de sol en los atardeceres y gozar
del miraje a las estrellas.
Alfonsina
Barrionuevo
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