domingo, 14 de julio de 2019


VIAJE A LA RAÍZ

Entramos a julio y tuve a Kukuli sentada en el sofá pequeño, con una sonrisa de primavera. No podía imaginar qué estaba haciendo en su laptop. Levantaba la cabeza, me miraba y de pronto sacó de ella, sonriente, pasajes para el Qosqo, con destino a Huaro, para mí, su hermana Vida y ella. Fue una sorpresa y esta Lima fría se derritió con el fuego que destelló en sus ojos. Un viaje inolvidable a los murales de Tadeo Escalante, los árboles de pisonai de la plaza con pavitos escarlatas, la visita a Kaninkunka, donde descansa mi padre, y nuestras miradas prendiéndose en las aguas de la laguna de Urcos donde reverbera una leyenda, la gruesa cadena de oro que Wayna Whapaq mandó forjar para celebrar el nacimiento de su hijo Waskar Inka. Ni siquiera un respiro. A volar y un poco de turbulencia que se dominó mirando el ala de acero del avión por la ventana, que se movió como si estuviéramos sentadas sobre el lomo de un potro indómito. En la ciudad sagrada de los Inkas almorzamos un delicioso cordero deshilachado en la trattoría de Plateros y al día siguiente vino el taxi para el viaje a la raíz.   

Imagen relacionadaAllá el mismo problema que en Lima. La salida por la carretera al antiguo Qollasuyu se prolongó por el excesivo movimiento vehicular y cuarenta y cinco kilómetros se hicieron en más de media hora. El tiempo de paciencia sirvió para recordar en  San Sebastián a Diego Qespe Titu, el prolífico pintor inka que llenó con sus pínturas la iglesia que se quemó hace unos tres años. Su casa coronada con ventanas y columnas está frente a la plaza. Debía declararse monumento nacional como cuna de la Escuela Cusqueña de Pintura. En San Jerónimo a sus entusiastas devotos que recortaron siglos atrás la imagen del santo varios centímetros, para que pudiera salir de la iglesia, descubriendo con asombro que tenía en su interior monedas de oro puro, su alma de metal. Según dicen detrás de su altar principal cubrieron también con oro el barro del primigenio que continúa desvestido por el que tiene de madera. 
Saliendo por la Angostura, donde rompió su dique y desaguó el lago Morkill, se podía ver el caserío de una hacienda, cuya dueña prefería que sus cosechas se hicieran polvo en sus graneros antes que venderlas a los pueblos, seguimos a Oropesa. El pueblo, fundado por el virrey Toledo,  nos llamó con el olor de sus hornos de chutas, molletes, rejillas y panes de hurk’a. Al regreso compramos unas piezas con Victoria Cano, quien es parte de la familia desde que mis hijas eran chiquillas. Kukuli saboreó una costra, llena de añoranza.

Resultado de imagen para laguna de urcos cuscoAl enfilar hacia Huaro vimos los totorales y la plácida laguna de Wakarpay que en ciertas noches se anima con la ´población de espíritus del agua, Mama Yaku. Se les pide que vuelvan realidad los sueños tendiendo una manta con k’intus de coca, granos dulces de maíz, kinua, naranjas, claveles, hojitas de pan de oro y pan de plata. Por allí tienen sus albergues subterráneos centenares de poronqoes, parientes lejanísimos de los kuyes que ahora consumimos al horno con sabrosos tamalitos. Por algún lado debe quedar un molle de trescientos años más o menos que robustecieron inusitadamente su tronco patricio en cuyas ramas florecen racimos de uvillas rosadas. Yawar Waqaq, el Inka que lloró sangre, tuvo su palacio de elevados muros donde cuelga la qaqachuqcha, una especie silvestre de salvajina que usan para sus atuendos los saqsas, bailarines de la roca. En el Museo Inka vi más de una vez una figulina representando el pozo donde aquel se bañaba en barro termal, sobresaliendo solo su cabeza con el llautu imperial.
Me hubiera gustado ir más allá en el relato del viaje que salió de la laptop de Kukuli, pero lo dejo para el próximo blog. Una traqueítis me obliga al reposo que espero termine en unos días. 

En Andahuaylillas, la Capilla Sixtina, como acostumbran llamarla por sus pinturas, es bueno recordar al presbítero Juan Pérez de Bocanegra, quien  no podía creer que en aguas subterráneas flotaran las estrellas, según le confesaban sus feligreses andinos. Por supuesto que las estrellas relucen en todos los cielos y aguas escondidas del Perú. No las ven quienes no lo quieren.
Alfonsina Barrrionuevo

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