KUKULI Y SUS
SUEÑOS DE COLORES
El sesquicentenario del descubrimiento de
América encontró a Kukuli en Nueva York. Estudio arte en el Hunter College e
hizo amistad con un nuevo material: el barro. Bajo sus dedos sintió su calidez
y lo adoptó. Antes habíamos hablado mucho de esa América que asoló la muerte
con manos impiadosas. Millones de mujeres, hombres, niñas y niños. El pavor que
se desprendía como una neblina de tanta barbarie. Cuánto puede hacer la
ambición sumada a la crueldad que se desataba de la gente reclutada por Colón,
el fruto de los presidios que destruía sembrando el terror. Kukuli abrió su
protesta con un empalado y quienes lo vieron no pudieron dormir muchas noches.
El palo que entraba por la boca de largo le impedía gritar y entonces se le
abrieron otras bocas en el cuerpo gritando desesperadamente su dolor ante tanta
ignominia. Me parece que lo quiso exhibir en una ventana, quizá de una galería
con otra artista, Ana Ferrer, también reclamando a través del arte, y cerraron
la instalación. Dio lugar a una controversia que se publicó en un diario.
TABLAS MAGICAS DE SARWA
A media luz un muchachito trepó a la
viga maestra y dio vueltas de un extremo al otro. Arriba parecía un gato
probando su resistencia. Abajo lo miraron con expectación. La casa debería
estar bien hecha para resistir las remecidas del tiempo. Cuando terminó
colocaron una tabla pintada y .. comenzó la fiesta. Aquello sucedió hace más de
medio siglo. En éste que abordamos hace poco alguien acusó a las tablas de
Sarwa de exaltar al terrorismo, quizá por ignorancia o con mala intención. Va el
resumen de un artículo que escribí cuando llegaron por primera vez a la
capital. Parece una pintura.
Corría 1975 cuando llegaron a Lima
Víctor Sebastían Yucra y Primitivo Evanan Poma con unas extrañas tablas
pintadas. Ambos cargaron con ella y se atrevieron a salir caminando de San Juan
de Sarwa, un pueblo inédito del Ande
peruano. Sarwa está a seis horas de Chukcha, el punto más cercano de la
civilización, pero sus habitantes muy rara vez se animan a hacer una dura
jornada, por cerros empinados, con el sol sobre sus espaldas como una carga hirviente
de oro, a 3,80 metros de altura.
Raúl Apesteguía los descubrió y los
trajo para presentar sus obras en su galería del antiguo Tambo de Belén. Los
sarwinos se deslumbraron al conocer la jungla de cemento y su hormiguero
humano, pero también asombraron con el polícromo mensaje de las tablas que son
pintadas en su pueblo cada vez que alguien construye una casa, como si fuera la
viga espiritual sobre la cual descansa la vida física futura de sus habitantes.
No se sabe quién pintó la primera
tabla ni dónde está. Hay algunas muy viejas que tienen más de trescientos años.
Lo único que hacemos “es seguir la costumbre” dijeron. “En el pueblo los
compadres tienen el compromiso de obsequiar una tabla pintada a sus ahijados
cuando levantan una casa nueva. En la tabla se pinta a toda la familia
trabajando en lo que sabe hacer, a los parientes, y a los propios compadres y
también a los amigos si hay sitio. En la cabecera se ponen al sol y a la luna,
nuestros padres, al señor wamani que es el cerro tutelar del barrio, porque
Sarwa está dividido en Sauka y Qollana, y al final la imagen religiosa que más
quieren.
Las tablas donde se encuentra la
genealogía de sus habitantes tienen tanto valor documental como sus libros
parroquiales, porque abarcan por lo menos de 4 a 5 generaciones. Su tamaño y
disposición varía de acuerdo a la casa, se pinta en el sentido más funcional,
ya sea vertical u horizontal. Su número depende de los compadres que tenga el
constructor de la vivienda. La mayoría tiene unas dos tablas. Aparte hay tablas
de fiesta que mandan hacer los mayordomos
para que queden de recuerdo, indicando cuanto hicieron y cuanto
gastaron.
La madera que usan proviene de sus
bosques, de pate, un árbol muy común de allá, de chachakomo y eucalipto. Se
comienza con una primera mano de yeso, a la que sigue una segunda. Ya listas se
hace un ligero boceto a lápiz para que trabajan los pinceles de pluma de ave,
de las más finas a las más gruesas. Los personajes son dinámicos, están muy
engalanados y en diferentes faenas campestres. Las mujeres pastoreando a sus
animales, sirviendo la comida a sus invitados o atendiendo a sus criaturas. Los
hombres arando con la yunta, cosechando o haciendo música.
Yucra y Evanan Poma comentaron el
gran abismo que hay entre Lima y su pueblo “en nuestra tierra como una pintura,
verdecito no más cuando llueve y loa cerros dorados en estío. Aquí uno se puede
perder y no hay campo. De noche es bonito con tantas luces, pero qué pena sin
conocer a nadie.” Sin embargo no han podido resistir la atracción de la urbe.
Ahora viven en una concentración suburbana donde están trasladando sin pausa
los mitos, costumbres y tradiciones de Sarwa a sus tablas pintadas, que han
ingresado con mucho éxito al mercado del arte popular, pero fuera del valor
genealógico que tienen en su pueblo.
*. Resumen de un artículo del libro “Artistas Populares del
Perú”
Alfonsina Barrionuevo
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