domingo, 11 de febrero de 2018

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
El sesquicentenario del descubrimiento de América encontró a Kukuli en Nueva York. Estudio arte en el Hunter College e hizo amistad con un nuevo material: el barro. Bajo sus dedos sintió su calidez y lo adoptó. Antes habíamos hablado mucho de esa América que asoló la muerte con manos impiadosas. Millones de mujeres, hombres, niñas y niños. El pavor que se desprendía como una neblina de tanta barbarie. Cuánto puede hacer la ambición sumada a la crueldad que se desataba de la gente reclutada por Colón, el fruto de los presidios que destruía sembrando el terror. Kukuli abrió su protesta con un empalado y quienes lo vieron no pudieron dormir muchas noches. El palo que entraba por la boca de largo le impedía gritar y entonces se le abrieron otras bocas en el cuerpo gritando desesperadamente su dolor ante tanta ignominia. Me parece que lo quiso exhibir en una ventana, quizá de una galería con otra artista, Ana Ferrer, también reclamando a través del arte, y cerraron la instalación. Dio lugar a una controversia que se publicó en un diario. 

TABLAS MAGICAS DE SARWA
A media luz un muchachito trepó a la viga maestra y dio vueltas de un extremo al otro. Arriba parecía un gato probando su resistencia. Abajo lo miraron con expectación. La casa debería estar bien hecha para resistir las remecidas del tiempo. Cuando terminó colocaron una tabla pintada y .. comenzó la fiesta. Aquello sucedió hace más de medio siglo. En éste que abordamos hace poco alguien acusó a las tablas de Sarwa de exaltar al terrorismo, quizá por ignorancia o con mala intención. Va el resumen de un artículo que escribí cuando llegaron por primera vez a la capital.  Parece una pintura.
Corría 1975 cuando llegaron a Lima Víctor Sebastían Yucra y Primitivo Evanan Poma con unas extrañas tablas pintadas. Ambos cargaron con ella y se atrevieron a salir caminando de San Juan de Sarwa,  un pueblo inédito del Ande peruano. Sarwa está a seis horas de Chukcha, el punto más cercano de la civilización, pero sus habitantes muy rara vez se animan a hacer una dura jornada, por cerros empinados, con el sol sobre sus espaldas como una carga hirviente de oro, a 3,80 metros de altura. 
Raúl Apesteguía los descubrió y los trajo para presentar sus obras en su galería del antiguo Tambo de Belén. Los sarwinos se deslumbraron al conocer la jungla de cemento y su hormiguero humano, pero también asombraron con el polícromo mensaje de las tablas que son pintadas en su pueblo cada vez que alguien construye una casa, como si fuera la viga espiritual sobre la cual descansa la vida física futura de sus habitantes.

Imagen relacionadaNo se sabe quién pintó la primera tabla ni dónde está. Hay algunas muy viejas que tienen más de trescientos años. Lo único que hacemos “es seguir la costumbre” dijeron. “En el pueblo los compadres tienen el compromiso de obsequiar una tabla pintada a sus ahijados cuando levantan una casa nueva. En la tabla se pinta a toda la familia trabajando en lo que sabe hacer, a los parientes, y a los propios compadres y también a los amigos si hay sitio. En la cabecera se ponen al sol y a la luna, nuestros padres, al señor wamani que es el cerro tutelar del barrio, porque Sarwa está dividido en Sauka y Qollana, y al final la imagen religiosa que más quieren.

Las tablas donde se encuentra la genealogía de sus habitantes tienen tanto valor documental como sus libros parroquiales, porque abarcan por lo menos de 4 a 5 generaciones. Su tamaño y disposición varía de acuerdo a la casa, se pinta en el sentido más funcional, ya sea vertical u horizontal. Su número depende de los compadres que tenga el constructor de la vivienda. La mayoría tiene unas dos tablas. Aparte hay tablas de fiesta que mandan hacer los mayordomos  para que queden de recuerdo, indicando cuanto hicieron y cuanto gastaron.

La madera que usan proviene de sus bosques, de pate, un árbol muy común de allá, de chachakomo y eucalipto. Se comienza con una primera mano de yeso, a la que sigue una segunda. Ya listas se hace un ligero boceto a lápiz para que trabajan los pinceles de pluma de ave, de las más finas a las más gruesas. Los personajes son dinámicos, están muy engalanados y en diferentes faenas campestres. Las mujeres pastoreando a sus animales, sirviendo la comida a sus invitados o atendiendo a sus criaturas. Los hombres arando con la yunta, cosechando o haciendo música.
Yucra y Evanan Poma comentaron el gran abismo que hay entre Lima y su pueblo “en nuestra tierra como una pintura, verdecito no más cuando llueve y loa cerros dorados en estío. Aquí uno se puede perder y no hay campo. De noche es bonito con tantas luces, pero qué pena sin conocer a nadie.” Sin embargo no han podido resistir la atracción de la urbe. Ahora viven en una concentración suburbana donde están trasladando sin pausa los mitos, costumbres y tradiciones de Sarwa a sus tablas pintadas, que han ingresado con mucho éxito al mercado del arte popular, pero fuera del valor genealógico que tienen en su pueblo.

*. Resumen de un artículo del libro “Artistas Populares del Perú”


Alfonsina Barrionuevo

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