domingo, 4 de febrero de 2018



KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

En Bogotá Kukuli expuso en el Planetario. Allá fuimos y nos ayudaron sus amigos Beatriz Sánchez y Jaime Pulido, con los cuales hizo un curso de restauración en Qosqo. Visitamos el Museo de Oro donde destellaban joyas prehispánicas y pudimos conocer también la Quinta de Bolívar. Fue un viaje memorable. Allí asistió a la muestra Armando Villegas, gran artista nuestro, precursor del realismo fantástico y una de las figuras representativas de la plástica latinoamericana, a quien entregó la nacionalidad colombiana el mismo presidente de entonces César Gaviria. En ese encuentro le conté al ilustre maestro su preocupación cuando tenía ante ella un lienzo vacío. Generosamente el gran artista decidió darle unas clases sobre el lenguaje de la pintura. Para Kukuli fueron seis meses en que respondió a sus inquietudes como una alumna privilegiada. Sus pinceles volvieron a buscar los colores en su paleta. Mucho después viajó a México y luego a Nueva York. 


PERSONAJES MÁGICOS

Los Andes están  allí, no se han  ido, y en esa dimensión las cosas tienen otro encanto, otro significado. Es una distinta manera de vivir con los dedos del sol resbalando como una caricia por los surcos o los andenes de los cerros, o con el techo bajo, cargado de amenazas. Aunque los mediodías tallen las mismas sombras en el rostro de la gente de campo o los mismos crepúsculos incendien la pupila de los pájaros. Aunque la noche sea la misma que se filtra a través del tañer de las campanas o baje como un telón rutilante de estrellas donde muchos seres humanos han dejado su fantasía como un tributo a la modernidad.
Es otro mundo, paralelo a éste que ha hipotecado hasta las nubes en sus afanes de dominio, que no cree en nada, que se ríe de todo y que hace mucho espantó de sus veredas a los personajes mágicos del Perú. Como tenía que pasar se fueron. No podían existir sin el oxígeno de la imaginación y no quisieron marchitarse en las pistas de cemento de las ciudades.

También ellos pertenecen a ese mundo que libró heroica resistencia para sobrevivir. Son las prodigiosas criaturas del aire, del agua y de la tierra, que todavía se encuentran cumpliendo su destino en los pueblos más viejos, más lejanos, más solos. Conviviendo con los hombres como hace cientos de años. Compartiendo el magro pan de sus sueños, de sus miedos y sus luchas. Hermanados en la vida y en la muerte. Identificados con su ambiente en las ocho regiones naturales que son su habitat, donde alguien los colocó para entretenerse o para explicarse los fenómenos que no entendía.
En la inmensidad de los arenales, cuyas dunas violetas o rosadas, surcan de noches bellísimas sirenas de ondeante cabellera, salen del mar donde protegen a  peces, tortugas,  lobos marinos y pingüinos.
En la cordillera donde una multitud de cerros, apus, achachilas, wamanis y hirkas, cuidan los sembríos y los animales silvestres.
En la tierra de los ríos y los árboles donde entrecruzan los senderos infinidad de criaturas como el chullanchaki.

Allí están igualmente el soq’a o ñaupa machu, seres sin edad, que no pueden ver la luz. El ichik ollqo que a veces se deja ver en la hondura de los manantiales y cuando sale al exterior provoca tormentas golpeando con sus manos su ampuloso vientre donde retumban los truenos y estallan los rayos. Las dueñas del agua que en los amaneceres de neblina pasean por la orilla de las lagunas y esperan recibir ofrendas para dejarla correr a los campos. El ollkaiwas, mitad hombre, de la cintura a los pies, mitad perro para arriba, que no puede escapar de su cárcel de espinos pero sí tiene poder para llamar a la lluvia cuando mira el cielo con sus ojos lacrimosos.
En la exuberante vegetación de la selva las atengariite, estrellas de su cielo, que ayudan a los sembradores a recoger semillas alumbrando su camino; el kaukirosi que aplica su sabiduría y regala a los curanderos hierbas medicinales con poderes prodigiosos; y, los marenachiite, de talla gigantesca, que manejan el rayo y crían jaguares a manera de perros para custodiar las plantas de maní, de yuka y calabaza.

También la yakumama que es muy respetable y habita en los ríos más grandes, más anchos y más profundos; y, ronin, la serpiente cósmica, porque conocen el eterno secreto de la juventud. A pesar de que se remontan al principio de la vida en el planeta vuelven a vivir una nueva juventud al cambiar de piel cada doce meses.
Algunos personajes son adorables, inofensivos, como el uchuchullko que cuida a los venaditos, las viskachas y las perdices en los collados de la yunga o el espíritu del plátano que pinta de oro los frutos para que maduren. Otros son fatídicos como el nak’aq, qarasiri, phistaqo o michulay, que absorben la grasa de sus  víctimas al ser sorprendidas por ellos en los caminos solitarios, enflaqueciendo hasta morir. Los hay burlones como el muki que desprecia la codicia de los hombres y mira con simpatía a los que no son ambiciosos, poniendo señales en las galerías para que encuentren las vetas más ricas.

Los hay enamorados como el arcoiris, yoki, k’uichi. tulumanya o trumaña, que tiene amores y hasta hijos con las pastoras y enferma a los hombres que lo sorprenden cuando está naciendo en los manantes o charcos después de la lluvia.
Su existencia, transmitida con afán de una generación a otra, se debe a muchas causas. A la obligada reclusión en que viven todavía algunas comunidades, casi perdidas en su accidentada geografía, a la falta de vías de comunicación que se mantiene en muchos sitios, a sus costumbres intocadas en muchas partes. Nadie como ellos para conocer las señales que reciben desde arriba, el cosmos, para indicarles los cambios climáticos. Así se enteran cuánto tienen que esperar para sembrar las semillas en las chacras o si deben adelantar su trabajo para no perder las cosechas que esperan.
Un conjunto de personajes mágicos  que, a pesar de su antigüedad, son paralelos a los que forja el mecanizado hombre de hoy, que ha abierto más sus horizontes, que se ha liberado de tabúes en apariencia, pero que se ha convertido en esclavo de un nuevo tiempo y sigue creando nuevos mitos. Su distancia en el tiempo con la gente de tierra adentro se acorta con la integración que cada día avanza más.

Cabe preguntar si al librarse de su mundo irreal, mágico, fantástico, para entrar al otro, descarnado y realista, la gente de campo saldrá ganando o a lo mejor estará perdiendo algo que todavía le pertenece.


Alfonsina Barrionuevo


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