KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES
En Bogotá Kukuli expuso en el Planetario. Allá
fuimos y nos ayudaron sus amigos Beatriz Sánchez y Jaime Pulido, con los cuales
hizo un curso de restauración en Qosqo. Visitamos el Museo de Oro donde
destellaban joyas prehispánicas y pudimos conocer también la Quinta de Bolívar.
Fue un viaje memorable. Allí asistió a la muestra Armando Villegas, gran
artista nuestro, precursor del realismo fantástico y una de las figuras
representativas de la plástica latinoamericana, a quien entregó la nacionalidad
colombiana el mismo presidente de entonces César Gaviria. En ese encuentro le
conté al ilustre maestro su preocupación cuando tenía ante ella un lienzo
vacío. Generosamente el gran artista decidió darle unas clases sobre el
lenguaje de la pintura. Para Kukuli fueron seis meses en que respondió a sus
inquietudes como una alumna privilegiada. Sus pinceles volvieron a buscar los
colores en su paleta. Mucho después viajó a México y luego a Nueva York.
PERSONAJES MÁGICOS
Los Andes están
allí, no se han ido, y en esa dimensión
las cosas tienen otro encanto, otro significado. Es una distinta manera de
vivir con los dedos del sol resbalando como una caricia por los surcos o los andenes
de los cerros, o con el techo bajo, cargado de amenazas. Aunque los mediodías
tallen las mismas sombras en el rostro de la gente de campo o los mismos
crepúsculos incendien la pupila de los pájaros. Aunque la noche sea la misma
que se filtra a través del tañer de las campanas o baje como un telón rutilante
de estrellas donde muchos seres humanos han dejado su fantasía como un tributo
a la modernidad.
Es otro mundo, paralelo a éste que ha hipotecado
hasta las nubes en sus afanes de dominio, que no cree en nada, que se ríe de
todo y que hace mucho espantó de sus veredas a los personajes mágicos del Perú.
Como tenía que pasar se fueron. No podían existir sin el oxígeno de la
imaginación y no quisieron marchitarse en las pistas de cemento de las
ciudades.
También ellos pertenecen a ese mundo que libró
heroica resistencia para sobrevivir. Son las prodigiosas criaturas del aire,
del agua y de la tierra, que todavía se encuentran cumpliendo su destino en los
pueblos más viejos, más lejanos, más solos. Conviviendo con los hombres como
hace cientos de años. Compartiendo el magro pan de sus sueños, de sus miedos y
sus luchas. Hermanados en la vida y en la muerte. Identificados
con su ambiente en las ocho regiones naturales que son su habitat, donde
alguien los colocó para entretenerse o para explicarse los fenómenos que no
entendía.
En la inmensidad de los arenales, cuyas dunas
violetas o rosadas, surcan de noches bellísimas sirenas de ondeante cabellera,
salen del mar donde protegen a peces,
tortugas, lobos marinos y pingüinos.
En la cordillera donde una multitud de cerros, apus,
achachilas, wamanis y hirkas, cuidan los sembríos y los animales silvestres.
En la tierra de los ríos y los árboles donde
entrecruzan los senderos infinidad de criaturas como el chullanchaki.
Allí están igualmente el soq’a o ñaupa machu, seres
sin edad, que no pueden ver la luz. El ichik ollqo que a veces se deja ver en
la hondura de los manantiales y cuando sale al exterior provoca tormentas
golpeando con sus manos su ampuloso vientre donde retumban los truenos y
estallan los rayos. Las dueñas del agua que en los amaneceres de neblina pasean
por la orilla de las lagunas y esperan recibir ofrendas para dejarla correr a los
campos. El ollkaiwas, mitad hombre, de la cintura a los pies, mitad perro para
arriba, que no puede escapar de su cárcel de espinos pero sí tiene poder para llamar
a la lluvia cuando mira el cielo con sus ojos lacrimosos.
En la exuberante vegetación de la selva las
atengariite, estrellas de su cielo, que ayudan a los sembradores a recoger
semillas alumbrando su camino; el kaukirosi que aplica su sabiduría y regala a
los curanderos hierbas medicinales con poderes prodigiosos; y, los
marenachiite, de talla gigantesca, que manejan el rayo y crían jaguares a
manera de perros para custodiar las plantas de maní, de yuka y calabaza.
También la yakumama que es muy respetable y habita
en los ríos más grandes, más anchos y más profundos; y, ronin, la serpiente
cósmica, porque conocen el eterno secreto de la juventud. A pesar de
que se remontan al principio de la vida en el planeta vuelven a vivir una nueva
juventud al cambiar de piel cada doce meses.
Algunos personajes son adorables, inofensivos, como
el uchuchullko que cuida a los venaditos, las viskachas y las perdices en los
collados de la yunga o el espíritu del plátano que pinta de oro los frutos para
que maduren. Otros son fatídicos como el nak’aq, qarasiri, phistaqo o michulay,
que absorben la grasa de sus víctimas al
ser sorprendidas por ellos en los caminos solitarios, enflaqueciendo hasta
morir. Los hay burlones como el muki que desprecia la codicia de los hombres y mira
con simpatía a los que no son ambiciosos, poniendo señales en las galerías para
que encuentren las vetas más ricas.
Los hay enamorados como el arcoiris, yoki, k’uichi.
tulumanya o trumaña, que tiene amores y hasta hijos con las pastoras y enferma
a los hombres que lo sorprenden cuando está naciendo en los manantes o charcos
después de la lluvia.
Su existencia, transmitida con afán de una
generación a otra, se debe a muchas causas. A la obligada reclusión en que viven
todavía algunas comunidades, casi perdidas en su accidentada geografía, a la
falta de vías de comunicación que se mantiene en muchos sitios, a sus
costumbres intocadas en muchas partes. Nadie como ellos para conocer las
señales que reciben desde arriba, el cosmos, para indicarles los cambios
climáticos. Así se enteran cuánto tienen que esperar para sembrar las semillas
en las chacras o si deben adelantar su trabajo para no perder las cosechas que
esperan.
Un conjunto de personajes mágicos que, a pesar de su antigüedad, son paralelos a
los que forja el mecanizado hombre de hoy, que ha abierto más sus horizontes,
que se ha liberado de tabúes en apariencia, pero que se ha convertido en
esclavo de un nuevo tiempo y sigue creando nuevos mitos. Su distancia en el
tiempo con la gente de tierra adentro se acorta con la integración que cada día
avanza más.
Cabe preguntar si al librarse de su mundo irreal,
mágico, fantástico, para entrar al otro, descarnado y realista, la gente de
campo saldrá ganando o a lo mejor estará perdiendo algo que todavía le
pertenece.
Alfonsina Barrionuevo
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