En torno a la obra de José Avarez Blas
En
sus carnes el sol prendía sus fuegos, el viento desataba sus huracanes y el
frío clavaba sus cuchillas heladas. José Alvarez Blas les hizo frente y soportó
los retos, las agresiones y los malhumores de la naturaleza para capturar su
salvaje o su plácida belleza en torno a los santocristos, las santas señoras o
las gentes de las tierras liberteñas.
Antes lo hizo con sus pinceles. Hasta que sacó
cuentas y advirtió que había tanto por registrar que el tiempo se haría polvo
en sus lienzos y dejaría huérfanos a los pueblos de extrañas y preciosas
expresiones. Más rápida resultaba la cámara fotográfica para su sed de
conservarlas. Así inició un salvataje de procesiones, danzas y costumbres que
van cambiando a un ritmo vertiginoso.
Cachicadán fue su paqarina, donde abrió los
ojos deslumbrado por sus colores. El Hirka o espíritu protector del cerro La
Botica y la Pachamama de las aguas termales que brotan en sus faldas, fueron
sus padrinos. Su mensaje estuvo latente, como una luz prendida en sus células
más profundas, mientras sus manos, maestras en el bisturí, restauraban en
muchos corazones canales de riego obstruídos para que la vida siguiera fluyendo.
Lima con su fascinación "tremens"
no pudo apagar la llama sagrada que ardía en su espíritu. El compromiso que
recibió al nacer. Entre la ciencia y el arte la primera quedó atrás. No sé cómo
pasó pero la pintura floreció de pronto en sus telas revelando su temperamento
de artista. Sus viajes se multiplicaron para recoger imágenes rurales a
plenitud, donde fue captando el alma y el lenguaje de los pueblos de adentro,
de sentimientos abiertos, cálidos, apacibles o tumultuosos.
Espectador apasionado de las fiestas encontró
en la fotografía otra vía para capturar al vuelo una sonrisa, un gesto, un
giro, una sombra, un destello, verdes luminosos cerro arriba o cielos
incendiados. El cirujano guardó sus bisturíes y el pintor, el atril y los
pinceles.
En la nueva misión que abordó con entusiasmo
José Alvarez Blas está el polvo de todos los caminos, emprendidos con
entusiasmo. Soy testigo porque estuve con él y su esposa Betty en la fiesta del
Patrón de Santiago de Chuco y en los preparativos de su mayordomía para San
Martín de Porres en Cachicadán. Tras el lente de la cámara, entre la gente,
trepado de un poste o de una ventana, sus ojos no cesaban de buscar un objetivo
antes de que el sol recogiera sus redes o la noche se volviera día con sus
potentes lámparas.
Foto: José Alvarez Blas. |
La Libertad, con su libro "Dioses y
Hombres de la Libertad", recibió un hermoso homenaje de su hijo, ilustre
por muchas razones. Sobre todo porque en miles de fotografías, tomadas con la
mejor cámara del mundo y otras de gran calidad con técnicas del nuevo siglo,
quedan para el futuro tradiciones, íconos religiosos de leyenda, danzas
prehispánicas y posteriores, así como paisajes de ensueño, producto de horas de
espera hasta el momento preciso cuando el astro rey rueda sobre las aguas frente
a la caleta de Huanchaco o la luna tiende sus redes plateadas sobre una aldea
dormida.
Con una distancia de siglos, Alvarez Blas ha
culminado una tarea semejante a la del obispo Baltazar Jaime Martínez Compañón
y Bujanda, quien preservó para la posteridad además de actividades cotidianas
de los descendientes de chimus y mochikas, sus fiestas así como aves propias de
la región.
Las fotografías en colores del cirujano fotógrafo
son también un testimonio de incalculable valor. Verlas arranca palabras de
admiración y hace vibrar de orgullo a quienes gozan de este patrimonio salvado.
No es un libro turístico, aunque lo es por las fiestas que abarca, es sobre
todo una exhibición de arte. La obra de un esteta que la entrega para remover fibras
íntimas.
Ya los antropólogos apreciarán otros valores,
el cordón umbilical con el antiguo Perú, vivo en el sincretismo y en otros
aspectos; los geólogos y geógrafos un encuentro inacabable con la tierra en su
paleta inacabable; nosotros, la alegría de ver los pueblos renacidos a través
de una pupila poética que irradia amor. Ese amor que mueve al mundo.
Alfonsina Barrionuevo
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