LA VIRGEN DE LAS
TRES MANOS
El sol se quedó en el atrio y entré a
la única nave de la iglesia de San Blas, de Qosqo. En esa ocasión tuve una sorpresa. El
INC restauraba en su muro la pintura de Nuestra Señora del Buen Suceso, que
hasta entonces estuvo vestida. Cualquiera, al mirarla se hubiera extrañado. ¿Por
qué razón la imagen aparecía con tres manos?
La foto que tomé de Ella y que ven ahora es una
foto testigo. Para el turista que visita la iglesia por su grandioso púlpito, está
como debe ser. En cambio yo grabé un milagro. En mi fotografía Ella tiene dos
manos en el brazo derecho. En una sostiene una rosa y en la otra un rosario.
Los especialistas pensaron que debían cubrir la primera mano y procedieron.
Recuerdo que abogué aún sin tener
datos porque lucía misteriosa. Infortunadamente no conocían la historia de la
rosa con la cual el artista testificó un hecho prodigioso ocurrido hace unos trescientos
años. Historia que registró en sus papeles el escritor Angel Carreño.
Según escribió llegó por esos tiempos
a la capital imperial Juan Tomás, un tallador de Huamanga. Los padres dominicos
le dieron alojamiento, comida y una ligera retribución por su trabajo, sin
preguntarle por qué llevaba amarrada la cabeza y por qué se le sentía un olor
desagradable, producto de una lepra cerca de la oreja.
El tallador cumplía un horario y luego
salía del convento volviendo entrada la noche a la celda que era su refugio.
Los frailes ignoraban que en sus horas libres preguntaba desesperadamente por una
Virgen que nadie conocía. Semanas antes de viajar a Qosqo, angustiado por su
terrible mal, había soñado con una Virgen de rostro luminoso. Ella le dijo
dulcemente: “Ve a Qosqo Juan Tomás si quieres quedar limpio y pregunta en la
Plazuela de Arrayánpata por la señora María del Buen Suceso, yo te curaré.” El
sueño revelador se repìtió dos veces y
el artista partió a buscarla esperanzado.
Apenas reunió un poco de dinero dejó Santo
Domingo y alquiló un cuartito en San Blas, siguiendo sus pesquisas. Indagó en
todas partes por la Virgen y Arayánpata sin resultado, hasta que una mañana se
enteró que se había derrumbado la capilla de Lirpuypaqcha y pleiteaban
agriamente, con un pie en sus ruinas, el prior de los dominicos y el cura
Anatolio Gómez.
La manzana de la discordia era una pintura
que ambos querían. Uno alegaba que era suya por ser la Virgen del Rosario y el
otro que le pertenecía por estar en su parroquia. Dios puso fin a la contienda cuando
un mudo refitolero del convento recobró la palabra para exclamar exaltado: “¡Ella
es nuestra bendita Señora del Buen
Suceso!”
Foto: A. Barrionuevo |
El tallador que apareció entre la multitud
reconoció a su soberana celestial y presa de emoción cayó de rodillas mientras
gruesas lágrimas enturbiaban sus ojos. Sin levantarse se acercó hasta Ella,
balbuceando: “¡Noble Señora, Madre amantísima, tú me dijiste en Huamanga que te
buscara! ¡Aquí estoy, señora mía, a tus pies, como el más humilde de tus fieles!”
¡Cúrame como me prometiste!” “¡Apiádate de este pobre pecador!”
La Virgen sonrió y su rosario se convirtió
en lluvia de rosas que bañó el rostro y el cuerpo del enfermo. Juan Tomás loco
de alegría se frotó con sus pétalos quedando sano. Cuantos le vieron fueron
testigos del milagro.
A pesar de todo los dominicos se la
quisieron llevar y Ella se trasladó al muro de la iglesia de San Blas. El cura Anatolio
se aprovechó para pedir al tallador un púlpito y el maestro cortó un cedro
añoso en la plaza de Kusipata y trabajó una obra de maravilla.
En la penumbra de la iglesia, soñando en
sombras el artista fue reproduciendo en el tornavoz bajo sus dedos astillados los
rostros majestuosos de Santo Tomás y nueve doctores de la iglesia. En el
respaldo San Blas, patrón de la parroquia. En la taza los cuatro evangelistas y
al medio la Señora María del Buen Suceso que Juan Tomás hizo llorando y besando
la madera cada vez que recordaba sus lacras. Su fina ironía apuntó en los heresiarcas del
soporte que gracias a un mecanismo volteaban los ojos hacia arriba o sacaban
con burla la lengua.
Hasta hoy no se sabe quién fue el autor de la
magnifica talla. ¿Quizá el tal Juan Tomás de Huamanga? ¿Don Diego Arias de la
Cerda, como dicen otros? ¿Luis Montes, el tallador franciscano? ¿Esteban
Orcasitas, otro leproso agradecido? ¿O Tuyru Tupa Inka? No se sabe, quien lo
hizo desdeñó la gloria de firmarlo.
Los restauradores que repintaron la
pintura de la Virgen cubriendo su mano de la rosa borraron a pincelazos el milagro
concedido por la Señora del Buen Suceso. Nadie advirtió la leyenda mientras estuvo
vestida con sedas y rasos al estilo de las damas antiguas. Hasta que la desvistieron
cerrando un episodio sugestivo como si Ella lo hubiera querido.
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