domingo, 14 de mayo de 2017

San Pedrito de Ilo 

En Ilo, Moquegua, cuando vi a los viejos pelícanos me parecieron aves filósofas, con los picos largos de bolsas en descanso. La presencia de la gente no los inmutaba. Ellos aguardaban que volvieran las barcazas para robar uno que otro pescadillo. En su espera montaban guardia en los roquedales con la misma paciencia conque sus antepasados vieron surcar a los antiguos peruanos las aguas del Pacífico, rumbo al Sur. Es extraordinario que Ilo fuera, en aquellas épocas, un puerto "internacional" para los osados navegantes que llegaron del Cusco y armaron grandes balsas para buscar nuevos lugares que conquistar. Solo el sol del atardecer, que se ocultó tras una palmera abierta, hubiera dado fe de cómo fue su proeza pues lograron regresar de lo desconocido.

Paúl Rivet, el famoso antropólogo francés que pasó una temporada en el lugar, estaba seguro de que llegaron a Tahití y otras islas intercambiando productos. Lo comprobó el capitán Domingo de Goyenechea en 1772 y el noruego Thor Heyerdahl en 1947. Conexiones que ahora se repiten para los turistas en busca de aventura.

En la ciudad de Ilo los viajeros admiran la iglesia de San Jerónimo que es notable por el material que fue empleado para su construcción. Como es pequeña se le da vuelta y se comprueba que está hecha íntegramente de madera. El párroco y los feligreses tienen mucho cuidado con las velas que se encienden para San Pedro en su fiesta, pues, un incendio podría destruir la singular reliquia. Su venera de agua bendita es una gigantesca concha marina traída del Viejo Mundo, con una valva que mide unos ochenta centímetros y tiene un grosor de treinta por lo menos.

Resultado de imagen para iglesia san pedro de ilo
El lugar fue encomienda de Nicolás de Ribera, el Viejo, quien cortó los primeros bosques de algarrobo, yaro, pakae y guarango, para construir embarcaciones. Su idea era una permanente comunicación con Lima, ciudad de la que fue su primer alcalde. La iglesia está dedicada a San Jerónimo, pero San Pedro tiene más devotos por la cantidad de gente que se dedica a la pesca y que requiere sus favores. Incluso hay dos imágenes del santo apóstol y portero del cielo. Una grande que sale en procesión y otra pequeña, de un San Pedrito que sale al mar con ellos y les asegura una buena pesca. Las familias arrojan, cuando su barca comienza a moverse, una gran cantidad de claveles en recuerdo de los pescadores muertos, convirtiendo las aguas en un jardín flotante lleno de hermosos recuerdos.

Aunque su primer encomendero fue español, quienes se afincaron en Ilo fueron ingleses y franceses con un permiso especial de Felipe V en 1700, y después italianos y yugoeslavos, que hicieron fortunas con el comercio de pescado salado, vinos, aceitunas, azufre, magnesio, salitre y cuanto se podía vender en Lima, Tacna y Europa.

Las casas de mojinete que sólo se encuentran al sur del Perú son muy fotografiadas por los turistas, a quienes llama la atención ese tipo de arquitectura mozárabe. En el siglo pasado se tenía un transporte original, “el calamazo”, un camión que corría sobre rieles y jalaba coches de primera, segunda y tercera. Muy cerca del mar quedan vestigios de las bodegas de los chinos que vendían caña de azúcar, chancaca y miel.

Imagen relacionadaLa construcción más antigua es un sugerente ranchito cuyos techos se sostienen sobre columnas de palo. Sus paredes son de quincha. Es muy buscada por los visitantes quienes declaran que debía estar en vitrina. Sus casonas más típicas, que son muestra de su antiguo esplendor, son las casas Chocano, de tipo republicano, que luce un larguísimo balcón, y la Casa Gonzáles, donde funciona el Museo Naval. Otro atractivo turístico es el mirador que mandó hacer el alcalde Augusto Díaz Peñaloza, integrando las rocas y el mar. Lugar de ensoñación para tres generaciones que van hasta hoy para contemplar las puestas del sol, el movimiento de las olas que bordan encajes al pie, el paso de las embarcaciones y el vuelo de las aves marinas cerca de tierra.


El Muelle Fiscal no era un lugar de paseo, sino embarcadero de mercancías, productos de campo, y hasta vacas que eran bajadas como gordas balletistas en grúas a los lanchones. No olvidar la visita a Punta Coles donde retozan, aman y duermen simplemente los lobos marinos. Yo fui en 1992 y así conocí la villa que guardo en la memoria. 

Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario