AMANECER
DE VIDA
Un Ícaro
prehistórico, extendiendo sus alas en medio del cielo azul, con catedrales de
nubes a un lado y al otro, un sol rojizo rebotando al filo del mar, los hubiera
visto desde las alturas como un hormiguero en desbande.
Oleadas de
inmigrantes pasaron de Asia hacia América hace unos 60,000 años, sin testigos,
venciendo la fragosidad del terreno, a través de un puente blanco de aguas
marinas congeladas, el Estrecho de Behring que
les ofreció la oportunidad de llegar a un nuevo continente. Ninguno tuvo
destino preconcebido. Arrastrados por un viento interior, hombres, mujeres y
niños neardenthalenses o quizá cromagnones, avanzaron en pos de una nueva
tierra, impulsados por una ansiedad extraña que los empujaba a buscar otras
condiciones de vida.
Es posible que lo hicieran en la última
glaciación de Wisconsin o un poco antes, en las Aleutinas, según escribe Emilio Choy en su libro “Antropología
e Historia”, publicado en 1979. En sus páginas se siente la respiración agitada
de esos trashumantes, agotados de empujar el tiempo a pesar de la fortaleza de
sus extremidades. Más que seres humanos, dice el sabio, estos eran simples
homínidos sin lenguaje, que apenas guturaban, mostrando sólo reacciones
fónicas y ademanes significativos, expresiones de alegría, amenaza, llamados, advertencias de algún peligro o comunicación
de hallazgos.
No se sabe
cuántos se quedaron en la futura Norteamérica,
mientras el resto seguía sin brújula. Ya recolectando frutos, buscando animales
que pudieran atrapar para comer su carne y usar su piel para cubrirse; aunque
Choy conjetura que pudieron tener una especie de hirsuta pelambre que los
protegió del frío.
Un grupo
grande pasó por Centroamérica, donde otros se fueron quedando. Los demás continuaron
su camino hacia el sur, cruzando la línea ecuatorial, atraídos por una extensa
cordillera de nevados en procesión hacia
el infinito y verdes lomas exultantes de vida. Ahí se sintieron impresionados
con la presencia y el olor penetrante de una biodiversidad interminable en las
regiones que hoy forman el variado territorio del Perú –chala, yunga, qechwa,
suni, puna o jalka, hanka, rupa rupa y omagua- con 84 pisos ecológicos de los
104 que hay en el mundo.
La
declaración de Choy de que sólo guturaban se apoya en que al ocupar los
diferentes niveles inventaron vocablos para reconocer cuánto les rodeaba. Su
incapacidad de pronunciar palabras los convirtió en creadores de una variedad
de lenguas que andando el tiempo desaparecieron. Algunos lingüistas calculan
que fueron 86 más o menos. Rodolfo Cerrón Palomino estima unas 69, estudiando
las toponimias. Hasta ahora subsisten el kauki o hakaru (jakaru) –antiquísima,
hija del pukina altiplánico- que aún se habla en Tupe, Yauyos, Lima; el qechwa
con características que separan a los hablantes de Ancash, Junín, Cusco,
Apurímac, Huancavelica y Puno; el qechwa y el aimara en el Altiplano; dejando
por registrar las que identifican a las numerosas naciones de la selva.
Para Augusto
Cardich los seres humanos más antiguos poblaron el Perú hace aproximadamente 10,000 años en Lauricocha,
Huánuco. Una antigüedad parecida tienen restos orgánicos hallados en
Guitarrero, Ancash.
En nuestro
territorio debió sobrecogerles el espectáculo avasallante de su geografía, con
airones de nubes y crepúsculos con soles de cobre que caían en el bolsillo sin
fin del horizonte; frente a un océano de olas encrespadas; arenales que al ser
arrastrados por el viento se revolvían como los anillos de una sierpe de
escamas nacarinas; valles y quebradas poblados de voces rumorosas; panpas* y
punas extendiendo su vegetación franciscana al pie de glaciares que refractaban
parpadeos de estrellas; y la selva, con arco iris colgando del aire mientras en
las noches el astro plateado dejaba caer su cauda nupcial sobre la copa de los
árboles.
Tal su
universo, aún desconocido, recolectores de paladar silvestre que obedecían a
los requerimientos de su estómago. Criaturas que se guiaban por el hambre en un
territorio vasto donde experimentaban cada día sensaciones nuevas, en el cual
fueron muchos sus propios conejillos de Indias para saber qué frutos eran
dulces o amargos, cuáles estaban llenos de ponzoñas tóxicas al morir, y cuáles eran fuente de vida.
Un paraíso
inédito, misterioso, que descubriendo lentamente en la escena de nuestra
prehistoria. Por allí se les encuentra
sorbiendo con fruición la jugosa pulpa de los mariscos, cuyas valvas vacías
forman los primeros basurales prehistóricos, así como la carne de los cangrejos o de los camarones internándose
en los ríos con carrizos de puntas afiladas. En las playas donde irían
volteando tortugas sobre su caparazón para impedir que se vayan; empleando sus
músculos para derribar a los corpulentos lobos marinos y recogiendo huevos de
ave y yuyos para completar su incipiente menú.
Poco a poco
irá tomando forma en sus mentes Mama Qocha, la inconmensurable madre mar, madre
de las aguas, de los ríos, las lagunas y los puqyus; identificando lentamente a
las aves que descubren con su presencia los bancos de peces.
Para
descansar dejarán el abrigo de las cuevas y construyeron sus primeras viviendas
subterráneas, conteniendo la arena con adobes de arena húmeda entretejida con
algas, malaguas, usando una escalera de peldaños de cabuya para subir y bajar,
como decía Federico Engel.
Miles de
años en que sus manos, el primer recipiente que usa para beber, culminan una
milagrosa tarea al lograr que la tierra florezca, después de haber pegado su
pupila a las plantas para descubrir sus arcanos. En ese momento, sin saberlo,
estarán inventando la agricultura e irá tomando forma la idea de Pacha Mama, la
generosa madre tierra. Siendo los hombres
cazadores por excelencia, muchos estudiosos piensan que fueron las mujeres las
que iniciaron la agricultura. Ya sea observando que los frutos escapados de sus
brazos repletos echaban raíces en el suelo; viendo que las semillas caídas
prendían en tierra fértil o,
simplemente, como testigos casuales,
interesados en la siembra de la propia naturaleza.
__________
* Panpas con “n”. Palabra qcchwa.
Alfonsina Barrionuevo
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