domingo, 7 de mayo de 2017

AMANECER DE VIDA                                                                       
Un Ícaro prehistórico, extendiendo sus alas en medio del cielo azul, con catedrales de nubes a un lado y al otro, un sol rojizo rebotando al filo del mar, los hubiera visto desde las alturas como un hormiguero en desbande.
Oleadas de inmigrantes pasaron de Asia hacia América hace unos 60,000 años, sin testigos, venciendo la fragosidad del terreno, a través de un puente blanco de aguas marinas congeladas, el Estrecho de Behring que  les ofreció la oportunidad de llegar a un nuevo continente. Ninguno tuvo destino preconcebido. Arrastrados por un viento interior, hombres, mujeres y niños neardenthalenses o quizá cromagnones, avanzaron en pos de una nueva tierra, impulsados por una ansiedad extraña que los empujaba a buscar otras condiciones de vida.
Es posible que lo hicieran en la última glaciación de Wisconsin o un poco antes, en las Aleutinas, según escribe Emilio Choy en su libro “Antropología e Historia”, publicado en 1979. En sus páginas se siente la respiración agitada de esos trashumantes, agotados de empujar el tiempo a pesar de la fortaleza de sus extremidades. Más que seres humanos, dice el sabio, estos eran simples homínidos sin lenguaje, que apenas guturaban, mostrando sólo reacciones fónicas y ademanes significativos, expresiones de alegría, amenaza, llamados, advertencias de algún peligro o comunicación de hallazgos. 
No se sabe cuántos se quedaron en la futura  Norteamérica, mientras el resto seguía sin brújula. Ya recolectando frutos, buscando animales que pudieran atrapar para comer su carne y usar su piel para cubrirse; aunque Choy conjetura que pudieron tener una especie de hirsuta pelambre que los protegió del frío.

Imagen relacionadaUn grupo grande pasó por Centroamérica, donde otros se fueron quedando. Los demás continuaron su camino hacia el sur, cruzando la línea ecuatorial, atraídos por una extensa cordillera de  nevados en procesión hacia el infinito y verdes lomas exultantes de vida. Ahí se sintieron impresionados con la presencia y el olor penetrante de una biodiversidad interminable en las regiones que hoy forman el variado territorio del Perú –chala, yunga, qechwa, suni, puna o jalka, hanka, rupa rupa y omagua- con 84 pisos ecológicos de los 104 que hay en el mundo.
La declaración de Choy de que sólo guturaban se apoya en que al ocupar los diferentes niveles inventaron vocablos para reconocer cuánto les rodeaba. Su incapacidad de pronunciar palabras los convirtió en creadores de una variedad de lenguas que andando el tiempo desaparecieron. Algunos lingüistas calculan que fueron 86 más o menos. Rodolfo Cerrón Palomino estima unas 69, estudiando las toponimias. Hasta ahora subsisten el kauki o hakaru (jakaru) –antiquísima, hija del pukina altiplánico- que aún se habla en Tupe, Yauyos, Lima; el qechwa con características que separan a los hablantes de Ancash, Junín, Cusco, Apurímac, Huancavelica y Puno; el qechwa y el aimara en el Altiplano; dejando por registrar las que identifican a las numerosas naciones de la selva.
Para Augusto Cardich los seres humanos más antiguos poblaron el Perú hace aproximadamente 10,000 años en Lauricocha, Huánuco. Una antigüedad parecida tienen restos orgánicos hallados en Guitarrero, Ancash.  
En nuestro territorio debió sobrecogerles el espectáculo avasallante de su geografía, con airones de nubes y crepúsculos con soles de cobre que caían en el bolsillo sin fin del horizonte; frente a un océano de olas encrespadas; arenales que al ser arrastrados por el viento se revolvían como los anillos de una sierpe de escamas nacarinas; valles y quebradas poblados de voces rumorosas; panpas* y punas extendiendo su vegetación franciscana al pie de glaciares que refractaban parpadeos de estrellas; y la selva, con arco iris colgando del aire mientras en las noches el astro plateado dejaba caer su cauda nupcial sobre la copa de los árboles.
Tal su universo, aún desconocido, recolectores de paladar silvestre que obedecían a los requerimientos de su estómago. Criaturas que se guiaban por el hambre en un territorio vasto donde experimentaban cada día sensaciones nuevas, en el cual fueron muchos sus propios conejillos de Indias para saber qué frutos eran dulces o amargos, cuáles estaban llenos de ponzoñas tóxicas al morir,  y cuáles eran fuente de vida.

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Un paraíso inédito, misterioso, que descubriendo lentamente en la escena de nuestra prehistoria. Por allí  se les encuentra sorbiendo con fruición la jugosa pulpa de los mariscos, cuyas valvas vacías forman los primeros basurales prehistóricos, así como  la carne de los cangrejos o de los camarones internándose en los ríos con carrizos de puntas afiladas. En las playas donde irían volteando tortugas sobre su caparazón para impedir que se vayan; empleando sus músculos para derribar a los corpulentos lobos marinos y recogiendo huevos de ave y yuyos para completar su incipiente menú.
Poco a poco irá tomando forma en sus mentes Mama Qocha, la inconmensurable madre mar, madre de las aguas, de los ríos, las lagunas y los puqyus; identificando lentamente a las aves que descubren con su presencia los bancos de peces.
Para descansar dejarán el abrigo de las cuevas y construyeron sus primeras viviendas subterráneas, conteniendo la arena con adobes de arena húmeda entretejida con algas, malaguas, usando una escalera de peldaños de cabuya para subir y bajar, como decía Federico Engel.
Miles de años en que sus manos, el primer recipiente que usa para beber, culminan una milagrosa tarea al lograr que la tierra florezca, después de haber pegado su pupila a las plantas para descubrir sus arcanos. En ese momento, sin saberlo, estarán inventando la agricultura e irá tomando forma la idea de Pacha Mama, la generosa madre tierra. Siendo los hombres cazadores por excelencia, muchos estudiosos piensan que fueron las mujeres las que iniciaron la agricultura. Ya sea observando que los frutos escapados de sus brazos repletos echaban raíces en el suelo; viendo que las semillas caídas prendían en tierra fértil o, simplemente, como  testigos casuales, interesados en la siembra de la propia naturaleza.
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* Panpas con “n”. Palabra qcchwa.
Alfonsina Barrionuevo

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