LOS MORITOS DE CHINCHERO
Los cobros por los fiscales de puna, establecidos sin
duda por párrocos ambiciosos, dieron lugar a que se creara la historia mágica
de “los moritos”. Los niños que morían sin bautizarse se convertían en
“moritos”, que por una eternidad se pasaban en la búsqueda de un cordón en la
sacristia del purgatorio. Quien tenía la suerte de jalarlo y tocar una campana oculta
podría entrar al cielo. De otra manera llegaban a calvos sin salvarse. Los padres
y en general los familiares pagaban para que la criatura fuera bautizada de
“cuerpo ausente”. Así dejaba de ser “morito” y aseguraban su felicidad en la
otra vida.
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“Morito” viene de moro, árabe musulmán no cristiano.
Esta historia me contaron en Chinchero, “la tierra del
arco iris”. Un elemento atmosférico que en la fiesta de la Santa Cruz inunda
irreverentemente los sudarios.
Otra fiesta, el Corpus, resulta muy singular en
Chinchero. Las vírgenes y santos que desfilan en una colorida y bulliciosa
procesión, son celebradas por las comunidades campesinas. Ellas dan su calor y devoción
a las imágenes religiosas de este pueblo que se acurruca bajo un sol helado.
La criatura que nació con ayuda de las abuelas del
lugar llevaba una luz en la frente. A medida que crecía su resplandor se fue
extendiendo. Los Apus le pusieron por nombre Mallko Qhapaq, “señor de señores”,
y pronosticaron que fundaría un gran imperio.
Al llegar a la juventud buscó a su pareja, una joven muy
hermosa llamada Pitusilla, que vivía con su familia en unos roquedales. Su
amigo Pikichaki le ayudó a encontrarla y cuando la halló las qenas, tambores y pututos
resonaron jubilosos. Mallko Qhapaq desposó a Pitusilla y juntos bajaron al
Cusco fundando una ciudad en el centro de un valle.
El joven señor que tomó el nombre de Manko Qhapaq enseñó
a los hombres a trabajar la tierra y otros menesteres, trasmitiendo su
sabiduría a los elegidos. Cuando estos aprendieron se colocó de un salto en el
cielo. Allí está y alumbra diariamente a
la tierra. Pitusilla volvió a ocultarse en un sitio de grandes rocas que se ve
desde las alturas de P’isaq. De tanto llorar formó un nevado que se llama
Willka Weq’e, esto es, “lágrima Sagrada,” conocido también como “la Verónica”. Dicen
que Mallko Qhapaq volverá alguna vez y que ella saldrá a su escondite y la
gente vivirá tiempos mejores.
Mallko Qhapaq quiso mucho a Chinchero y por su
voluntad nació allí su primer hijo dándole
el nombre de Sincheraq, “Todopoderoso”. Así se llamó hasta que al
ceñirse la borla imperial tomó el nombre de Sinchi Roqa. Chinchero tuvo
categoría de pueblo real y fue fortificado para defenderlo de las incursiones
de los pobladores de la selva.
En el atrio se conserva una serie de piedras con
milenarios grabados o petroglifos donde aparecen signos totémicos. Cuatro
árboles de sauco llevan hasta la gran puerta tachonada con clavos de bronce. El
interior está alhajado con los cuadros del ilustre Francisco Chiwantito Inka,
pintor de la Escuela Cusqueña, que abrió los ojos en Chinchero.
El 8 de setiembre San Andrés sale en procesión con su
típico collar de papita menuda, papa maway, primeriza. El santo es el patrón de
la papa, pero eso no se opone a que los varayoq o alcaldes de las comunidades
pregunten a los manes de a tierra si el año será bueno. Para el efecto hacen
rodar con un mazo la papa más grande de la última cosecha, esperando la
respuesta.
La Virgen es dueña de las tierras más fértiles del
pueblo y todos se turnan para sembrarla y cosecharla, la Pachamama es la madre
cariñosa, universal, y a ella le entregan la flor de sus ofrendas y halagos.
El antropólogo Oscar Núñez del Prado hizo un estudio
sobre cómo piensan de la vida y la muerte las gentes de Chinchero. Ellos creen
que en el organismo humano hay una cantidad de onzas de tierra. La vitalidad
depende de no gastarla de prisa. Durante la vida va disminuyendo hasta que al
consumirse por completo sobreviene la muerte.
Los
espíritus de los muertos pasan por el Hurk’anmayu, río de aguas turbias, sobre
la cola de los espíritus de los perros que viven en el Añoqara Llaqta. El
paraíso es el Hanaq Pacha, “el mundo de arriba”, en el que los hombres se
dedican a la agricultura y tienen buenas
cosechas por una eternidad.
En
su cielo los niños riegan los jardines con agua que recogen en diminutos
cántaros de flores de qantu. Los niños que murieron bautizados alumbran su
camino con una vela. Los “moros” están a oscuras tropezando y van al limbo,
donde buscan afanosamente el badajo de una campana. El día en que la hagan
tocar habrá llegado la hora del Juicio Final.
El recorrido que se hace para llegar a Chinchero, a veinticinco kilómetros de Cusco, es bello y pintoresco. La carretera atraviesa alamedas de eucaliptos. Veredas con pencales que usaban los chaskis o mensajeros para tejer sus ojotas en cada jornada, cerros cubiertos de verdor, y tuercen por Kachimayu, la pampa del río salado, internándose por Qorimarka, el pueblo de oro.