SAQSAYWAMAN “VIVO”
Iluminadas de noche las murallas en zig zag de Saqsaywaman dan
una visión alucinante. El colosal frontal pétreo ofrece una sucesión de trazos
geométricos en luz y sombra que es única. El turista corriente admira la
iluminación que destaca su magnificencia. No tiene idea de que Saqsaywaman es
más que un conjunto de piedras ciclópeas realmente de dimensiones colosales que
les hizo decir a los españoles que era obra del diablo.
Quien revela la calidad grandiosa de su
arquitectura es el Inka Garcilaso, quien años antes de partir para España,
recorrió la ciudad construída en lo que viene a ser el Hanan Qosqo, “el Cusco
de arriba.” Sus dimensiones son tan increíbles, con calles subterráneas,
aposentos, templos, lugares de ofrenda, que sin llevar un guía experimentado
que conozca sus quiebres el osado podría perderse y no ser encontrado jamás.
En la guerra de la resistencia Manko II
eligió la urbe descomunal para distribuir sus tropas, señalando los sitios en
que estarían los soldados de sus aliados. Los españoles jamás hubieran podido
vencerle, cayendo a los pies de sus pisos soberbios. Tenía que ser la ambición
de Paullu Inka, que quería ceñirse la borla imperial, quien les sugirió la
forma de hacerla caer.
La ciudad era abastecida con el agua
que se depositaba en un gigantesco estanque en la parte posterior, bastante
distante. Si cortaban el precioso elemento los miles de guerreros fieles al
Inka no podrían resistir el asedio más de dos días. Así lo hicieron y el Inka
tuvo que retirarse hacia el Valle
Sagrado para rehacerse en el interior de sus sagradas montañas, en Willkapanpa,
según dicen, donde halló la muerte a mano de sus enemigos que se acercaron como
amigos, aduciendo haberse separado de los Pizarro. Aunque, esa es otra historia.
Saqsaywaman, según declaraciones de
arqueólogos peruanos y extranjeros es la obra más espectacular inka por el
tamaño de sus bloques y la forma como están dispuestos, que un cuchillo no
podría pasar entre sus junturas.
Hace algunos años la Dirección Regional
de Cultura de Cusco logró quitar los escombros y recuperar el famoso estanque
que surtía de agua a sus habitantes. El trabajo que se hizo fue minucioso y
arduo. Sólo faltaba devolver su espejo líquido para que los visitantes pudieran
contemplar con deleite el sector. Sin embargo, sucesivas invasiones lo
destruyeron.
Los daños fueron lamentables pero aún
puede levantarse Saqsaywaman del polvo. Los españoles se llevaron gran parte de
sus piedras para edificar sus iglesias y mansiones; y lo desmantelaron para que
los descendientes de los Inkas no intentaran devolverle su esplendor y fuerza.
Quienes lo visitan ahora creen que es todo
lo que ven. Sus barrios están casi intactos y en los últimos días se
descubrieron algunos aposentos subterráneos. La demostración de un Saqsaywaman
“vivo”. Cómo podría darse en concesión para hoteles de cuatro y cinco estrellas
las zonas aledañas cuando allí hay mucho por descubrir. Hay que sacar los
desmontes y limpiarlo. Los cusqueños y los peruanos de hoy, menos todavía los
gobiernos y las empresas extranjeras, conocen la historia y los planos vueltos
a trazar de Hanan Qosqo, conocido como Saqsaywaman en las primeras décadas del
siglo XX. Se afirma que hay veinte proyectos para lujosos hoteles y
restaurantes en sus cercanías. Quizá sólo sea de buscar un sitio más al fondo,
donde después de una prospección de los arqueólogos se pueda asegurar que no
se arrasará lo que existe todavía.
Su nombre no es Saqsaywaman, decía el
insigne estudioso Manuel Chávez Ballón, que dedicó su vida al Cusco en los
últimos años, después de haber recorrido mucho el Perú. Es Saqsa Uma, “cabeza
jaspeada,” haciendo alusión al diseño que le dio el Inka Pachakuteq. Los
hoteles que se quiera construyan debe ser lejos, donde no disturben la paz que
se siente ni ocasionen destrozos.
Hay que buscar lugares altos para que solamente
sean miradores y, ofrezcan una visión emperadora, desde Tanpumachay, Q’enqu que
sería el legendario templo de Mantukalla, Kusilluchayoq, Salunniyoq que es la
matriz de la Pachamama y otros de gran sacralidad.
Alfonsina Barrionuevo
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