domingo, 10 de abril de 2016

CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO

*Para distraerse en domingo entrego a los lectores de mi blog un fragmento de mi novela: “Cusco en los Anillos del Tiempo”. Un libro para emtretenerse con las aventuras de tres colegialas.
Alfonsina Barrionuevo
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La ciudad se cubrió de oro solar y su magia sutil me impulsó a caminar sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite desde su puerta la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral. Me encaminé hacia la derecha cuando, al dar vuelta a la esquina, para enfilar a la calle Pampa del Castillo, las encontré de súbito, como si salieran de otra dimensión. Sus risas se escuchaban cascabeleando en el aire y sus rostros llenos de candor se colmaron de admiración al verme.
          -¡Eliza!. Justo, hablábamos de ti.
-¿Por qué?.
-Pues, porque en tu sed de aprender te quedaste de una pieza cuando la madre Sacro canceló la clase de anatomía.
-¿Una clase de anatomía?. No entiendo-, contesté con cautela y las miré como si no las conociera.
-Aquella de octubre, cuando el profesor Arturo nos iba a enseñar el capítulo que trataba sobre el aparato uro genital. La parte más significativa de su curso para nosotras que habíamos esperado ansiosas muchos meses, esperando el momento en que nuestros ojos se clavaran en la pizarra.
Por un segundo casi me da un shock. En mi interior ese pequeño músculo que es el corazón se paralizó y luego se puso a dar saltos. ¿Qué hacían ellas allí?. ¿De dónde aparecían o es que estaba soñando?. Yo me hallaba por el año 2000 en otra onda y no estaba preparada para volver al pasado. Menos para verlas de pronto y oir algo absurdo. Una clase sobre el aparato uro genital que era como hablar del tiempo de las cavernas. Hoy, la palabra que se usa  para tratar del asunto es material y directa, sexo. No viene envuelta en hojas o pankas de maíz como un tamal. Hasta la gente menuda de este nuevo siglo  están de ida y vuelta en conocimientos sobre el particular. Lo escuchan en todas partes, lo ven en la televisión, en las revistas y hasta lo practican.
-¡Eliza, parece que estuvieras volando! Somos nosotras -,llamaron mi atención con un dejo de reproche.
-¿Yo?. ¡No!. Les parece. –traté de adaptarme a su presencia aunque un escalofrío me traspasó de un lado a otro. Mi sistema defensivo se puso en funcionamiento. Hormigueos en mi cara y un sudor helado en el borde de mi frente y en las manos indicaban mi reacción física y anímica.
Realmente no podía comprender qué estaba sucediendo. La gente transitaba a nuestro lado como si nada pasara.
Ellas tenían razón, aunque no podían saber que ese encuentro para mí era delirante. Por alguna grieta que en ese momento se abrió en el espacio tiempo  entré insólitamente en un lejano camino  recorrido con creces y esa sensación de asombro debió reflejarse en mi rostro. Seguramente me puse pálida como una cera y  me esforcé por parecer natural, aspirando una bocanada de aire para ubicarme en el sitio. ¿Qué había pasado?. Por un momento sentí un miedo cerval. Unas ganas de echarme a correr aunque algo me retenía y  me sentía plantada allí como una piedra. Para ellas el tema era uno de tantos, que lo apreciaban por que estaba prohibido y lo prohibido siempre motiva curiosidad. Les acababa de suceder. Para mí pasó hacía muchísimos años, carecía de importancia, estaba obsoleto, difunto,  y como es lógico lo archivé en el olvido.
La ciudad se cubrió de oro solar y su  magia sutil me impulsó a caminar  sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreir. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal  cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite desde su puerta la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral. Me encaminé hacia la derecha cuando, al dar vuelta a la esquina, para enfilar a la calle Pampa del Castillo, las encontré de súbito, como si salieran de otra dimensión. Sus risas  se escuchaban cascabeleando en el aire y sus rostros llenos de candor se colmaron de admiración al verme.

-Sí, sí, fue divertido -les seguí la corriente todavía sorprendida. No podía creer qué estaba pasando. Lo que quería era escapar de allí, regresar al presente y perderlas de vista. No podía volver a columpiarme en un árbol donde se apagaron las estrellas.
-¡No, fue irritante y al mismo tiempo loco!. Claro que después de haber provocado una protesta sorda lo vimos de otra forma. Había que resignarse al estancamiento mental de la gente mayor. Por eso reíamos, Eliza. La madre Sacro entró repentinamente al salón y le cerró el libro al doctor Arturo con estrépito, diciendo con voz tronante como si fuera Zeus en el Olimpo.
          -¡Profesor, aquí terminó el curso!.
          -¿Qué curso?-. Yo reaccionaba poco a poco. Realmente no lograba aceptar si estaba bien o alucinando. Cómo olvidar cuánto sabía después de haber dejado el colegio, la universidad y haberme metido en el tráfago de la modernidad, la globalización y otras cosas que sorprenden  y contaminan el espíritu.
- Oye, ¿te pasa algo?. Pues, anatomía. El curso estrella que esperábamos  para que el profesor nos revelara los misterios del cuerpo humano.
-¡Eso es!. -Y me vino una risa nerviosa, sumergiéndome en todo lo que se vendría después, sensualidad, sadismo, masoquismo, homosexualismo, sida,  inseminación artificial, fertilización in vitro, matrices humanas y más, que ellas no podrían nunca imaginar.
-Y el profesor extrañado repuso que  todavía faltaba un mes y que había tiempo para concluir su enseñanza.
          -Para mí y para las niñas se acabó, -mandó ella con imperio-. Haga un repaso de su dictado.
Y lo miró como si fuera un mosquito que podía aplastar con la mano,  para irse finalmente ofendida, murmurando que sus decisiones no se discutían, pues, era la regente del colegio.

          -Todas nos quedamos con la boca abierta sin saber qué hacer ni decir.  Teresa se enfadó y le sugirió al profesor que reclamara por esa injusticia a la madre Josefina, la directora. Ella era como una pequeña lechuza con lentes, que hablaba muy bajito, y que sin duda no podría resolver nada. El sólo movió la cabeza ante semejante incomprensión, masculló algo entre dientes que no entendimos, guardó el libro en su maletín, y se fue. La actitud de la regente nos fastidió aunque era de esperarse…. 

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