CUSCO EN LOS
ANILLOS DEL TIEMPO
*Para distraerse en domingo entrego a los lectores de mi blog un
fragmento de mi novela: “Cusco en los Anillos del Tiempo”. Un libro para
emtretenerse con las aventuras de tres colegialas.
Alfonsina
Barrionuevo
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La ciudad se cubrió de oro solar y su magia sutil me impulsó a caminar sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite desde su puerta la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral. Me encaminé hacia la derecha cuando, al dar vuelta a la esquina, para enfilar a la calle Pampa del Castillo, las encontré de súbito, como si salieran de otra dimensión. Sus risas se escuchaban cascabeleando en el aire y sus rostros llenos de candor se colmaron de admiración al verme.
-¡Eliza!.
Justo, hablábamos de ti.
-¿Por qué?.
-Pues, porque
en tu sed de aprender te quedaste de una
pieza cuando la madre Sacro canceló la clase de anatomía.
-¿Una clase de
anatomía?. No entiendo-, contesté con cautela y las miré como si no las
conociera.
-Aquella de
octubre, cuando el profesor Arturo nos
iba a enseñar el capítulo que trataba sobre
el aparato uro genital. La parte más significativa de su curso para nosotras que habíamos
esperado ansiosas muchos meses, esperando el momento en que nuestros ojos se
clavaran en la pizarra.
Por un segundo
casi me da un shock. En mi interior ese pequeño músculo que es el corazón se
paralizó y luego se puso a dar saltos. ¿Qué hacían ellas allí?. ¿De dónde
aparecían o es que estaba soñando?. Yo me hallaba por el año 2000 en otra onda
y no estaba preparada para volver al pasado. Menos para verlas de pronto y oir
algo absurdo. Una clase sobre el aparato uro genital que era como hablar del
tiempo de las cavernas. Hoy, la palabra que se usa para tratar del asunto es material y directa,
sexo. No viene envuelta en hojas o pankas de maíz como un tamal. Hasta la gente
menuda de este nuevo siglo están de ida
y vuelta en conocimientos sobre el particular. Lo escuchan en todas partes, lo
ven en la televisión, en las revistas y hasta lo practican.
-¡Eliza, parece
que estuvieras volando! Somos nosotras -,llamaron mi atención con un dejo de
reproche.
-¿Yo?. ¡No!. Les
parece. –traté de adaptarme a su presencia aunque un escalofrío me traspasó de
un lado a otro. Mi sistema defensivo se puso en funcionamiento. Hormigueos en
mi cara y un sudor helado en el borde de mi frente y en las manos indicaban mi
reacción física y anímica.
Realmente no podía
comprender qué estaba sucediendo. La gente transitaba a nuestro lado como si
nada pasara.
Ellas tenían
razón, aunque no podían saber que ese encuentro para mí era delirante. Por
alguna grieta que en ese momento se abrió en el espacio tiempo entré insólitamente en un lejano camino recorrido con creces y esa sensación de
asombro debió reflejarse en mi rostro. Seguramente me puse pálida como una cera
y me esforcé por parecer natural,
aspirando una bocanada de aire para ubicarme en el sitio. ¿Qué había pasado?.
Por un momento sentí un miedo cerval. Unas ganas de echarme a correr aunque
algo me retenía y me sentía plantada
allí como una piedra. Para ellas el tema era uno de tantos, que lo apreciaban
por que estaba prohibido y lo prohibido siempre motiva curiosidad. Les acababa
de suceder. Para mí pasó hacía muchísimos años, carecía de importancia, estaba
obsoleto, difunto, y como es lógico lo
archivé en el olvido.
La ciudad se cubrió de oro
solar y su magia sutil me impulsó a
caminar sobre los hombros encorvados de
la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de
papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso,
saboreando recuerdos que me hacían sonreir. Su tibieza envolvió mis hombros
como un fino chal cuando comencé a
pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris.
Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite desde su puerta la única torre
de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral. Me
encaminé hacia la derecha cuando, al dar vuelta a la esquina, para enfilar a la
calle Pampa del Castillo, las encontré de súbito, como si salieran de otra
dimensión. Sus risas se escuchaban
cascabeleando en el aire y sus rostros llenos de candor se colmaron de
admiración al verme.
-Sí, sí, fue divertido
-les seguí la corriente todavía sorprendida. No podía creer qué estaba pasando.
Lo que quería era escapar de allí, regresar al presente y perderlas de vista.
No podía volver a columpiarme en un árbol donde se apagaron las estrellas.
-¡No, fue irritante
y al mismo tiempo loco!. Claro que después de haber provocado una protesta
sorda lo vimos de otra forma. Había que resignarse al estancamiento mental de
la gente mayor. Por eso reíamos, Eliza. La madre Sacro entró repentinamente al salón y le
cerró el libro al doctor Arturo con estrépito, diciendo con voz tronante como
si fuera Zeus en el Olimpo.
-¡Profesor,
aquí terminó el curso!.
-¿Qué
curso?-. Yo reaccionaba poco a poco. Realmente no lograba aceptar si estaba
bien o alucinando. Cómo olvidar cuánto sabía después de haber dejado el
colegio, la universidad y haberme metido en el tráfago de la modernidad, la
globalización y otras cosas que sorprenden
y contaminan el espíritu.
- Oye, ¿te pasa
algo?. Pues, anatomía. El curso estrella que esperábamos para que el profesor nos revelara los
misterios del cuerpo humano.
-¡Eso es!. -Y me
vino una risa nerviosa, sumergiéndome en todo lo que se vendría después,
sensualidad, sadismo, masoquismo, homosexualismo, sida, inseminación artificial, fertilización in
vitro, matrices humanas y más, que ellas no podrían nunca imaginar.
-Y el profesor
extrañado repuso que todavía faltaba un
mes y que había tiempo para concluir su enseñanza.
-Para
mí y para las niñas se acabó, -mandó ella con imperio-. Haga un repaso de su
dictado.
Y lo miró como si
fuera un mosquito que podía aplastar con la mano, para irse finalmente ofendida, murmurando que
sus decisiones no se discutían, pues, era la regente del colegio.
-Todas
nos quedamos con la boca abierta sin saber qué hacer ni decir. Teresa se enfadó y le sugirió al profesor que
reclamara por esa injusticia a la madre Josefina, la directora. Ella era como
una pequeña lechuza con lentes, que hablaba muy bajito, y que sin duda no
podría resolver nada. El sólo movió la cabeza ante semejante incomprensión,
masculló algo entre dientes que no entendimos, guardó el libro en su maletín, y
se fue. La actitud de la regente nos fastidió aunque era de esperarse….
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