domingo, 6 de marzo de 2016

GEOGRAFIA DEL HAMBRE


Pasando la mitad del siglo pasado se hablaba de la explosión demográfica. En los países que vivían muy recogidos en sus fronteras había un consenso. Acabar con las familias grandes que dejaban agotadas a las mujeres. Entonces las cigueñas no dejaban de cruzar los cielos del mundo con su carga de parvulitos envueltos en un pañal. Desde que se inauguraban los lloros en un hogar no paraban en años larguísimos. Los hijos llegaban por docenas y se lavaban al día cientos de pañales. Ni se soñaba con innovar los pañales de bomabasí y los de gasa. Ya vendría un invento maravilloso, los descartables, que harían descansar a las bateas. La única distracción de los "pater familias" era fabricar niños. No había televisión, computadoras, tabletas ni celulares.

El mayor peligro que enfrentaba el planeta era la explosión demográfica. En esas circunstancias era lógico que un médico especialista en nutrición escribiera un libro: “La Geografía del Hambre”.  Un “boom” de Josué de Castro, de Brasil, quien hizo un largo recorrido para llamar a la razón con cifras. Había que concientizar a la gente de la sabiduría de tener una familia corta para dar una pausa a las madres y que sus pequeños recursos no se fueran en alas del viento.
Tenía que suceder, el tamaño de las mesas se fue recortando, el gasto en alimentos, ropa, útiles y otros se aligeró. No era una fantasía. Se estaba dando una tregua al amor. La planificación llegó al exceso, tener más de un hijo fue un delito en varios continentes.
Quise hablar con Josué de Castro sobre  la explosión demográfica. Sin decirlo sintió que su libro ya estaba pasado. Las preguntas se quedaron en el tintero. El sabio de Recife ya miraba al futuro. “Entonces, ¿cuál será el problema?”. Sus ojos brillaron y una ligera sonrisa afloró a sus labios. Fue breve y rotundo. “Mañana hay que pensar en la contaminación. La Tierra se va cargando de basura. En efecto, la basura comenzaba a romper la capa de ozono que la protege del sol. Lo que viene será terrible. Mientras en un lugar el frío apretará de tal forma que penetrará hasta los huesos, en otra el calor romperá records.”
Lo estamos sintiendo. Los industriales que acumulan cuatrillones de dólares y euros que nunca llegarán a gastar, creen  que podrán irse a otro planeta como si fuera fácil.  La naturaleza no hace distingos y caerán como todos. 
Y pensar que nuestro hogar aún es hermoso. Hay que luchar por la Tierra. La amamos. 
No podemos sufrir en silencio hay que entrar en acción






EL AGUA DEJARA DE CANTAR                         


En el antiguo Perú el agua bajaba del cielo, de los nevados y los manantiales, cantando dulcemente. Ella bajaba desde las alturas cantando por los cerros, para dar felicidad a los seres humanos, animales y plantas. La humanidad que no ha sabido respetarla está arrancando lágrimas de pesar a Mama Yaku o Madre Agua, cuyo carácter sagrado se pierde.
¿Nos dejará el más frágil y más importante de los elementos de la Madre Naturaleza? ¿Podríamos vivir veinticuatro horas sin agua? La situación es  grave.
Para la cultura andina el agua está viva como el resto de la naturaleza y, por ende ahora sufre. No puede ser de otro modo, porque su contaminación va creciendo en ciertas cuencas, mientras en otras los  ríos ya están muertos, convertidos en  oscuros sudarios.
El agua es bella cuando salta cristalina en las cascadas y corre traviesamente  volteando los cantos rodados o piedras menudas en los pequeños riachuelos.
El agua es “oro azul” cuando está limpia, translúcida.
Este mundo “civilizado” recién parece enterarse de su valor. Los diamantes  palidecen a su lado, pues, ella es invalorable. Los antiguos peruanos llamaban Mama Qocha -“Madre Mar”- al Océano Pacífico, porque alberga vida en sus entrañas. Alguna relación tiene. ¿No dicen que las estrellas de la Vía Láctea entran al mar y flotan por canales ocultos para volver a la tierra y aflorar para la ceremonia del yarqa aspiy o “limpieza de las acequias”?
El agua nos ha preocupado siempre. Ha sido compañera en los viajes por lugares distantes, donde calmaba nuestra sed sin temor a la contaminación generada por la ciudad. La hemos admirado en las cataratas que descienden de los nevados y la hemos sentido correr por nuestras arterias. ¿Qué haríamos si ella nos falta, siendo parte  del cuerpo de todos los seres vivientes?
Proyecciones a mediados de la segunda mitad del siglo anterior indicaban catástrofes climáticas si las grandes industrias —principalmente— descuidaban un buen manejo del medio ambiente. Diversos especialistas lanzaron advertencias que caían en saco roto. Recuerdo a Josué de Castro cuando le hablé de la falta de alimentos. “No se preocupe, me dijo. La gente no se morirá de hambre, primero se morirá de sed”. Parecía un comentario a larguísimo plazo, pero estamos en las vísperas, viendo las consecuencias.

En el Perú nos sentíamos orgullosos de nuestras cadenas de nevados, majestuosos, impolutos. Mas, su eternidad ha sido rota. La agonía del glaciar Pastoruri, en Ancash, cuya belleza queda impresa para el recuerdo en postales y páginas de diarios y revistas, estremece. En las comunidades de Quispicanchis, Cusco, la gente se pregunta por qué está cambiando el nevado Qolqe Punku, “la Puerta de Plata”, entrada de las energías cósmicas. Una noche la Qoyllur no encontrará glaciares que irradiar y ya no será Qoyllur Rit’i, nieve que sacralizada una estrella. Aquella que era recibida por los peregrinos con unción para “limpiar” su espíritu.       

En una reunión de expertos en Valencia, España, dieciocho ganadores del premio Nobel instaron a la comunidad internacional a tomar medidas para afrontar la inminente falta de agua en el mundo. Ellos expresaron que –sólo un 0.35 % en el planeta es agua dulce, el resto es agua salada y hielo. Un bien precioso- y al mismo tiempo un recurso escaso y mal distribuído entre una población que crece con un ritmo de 100 millones de nuevos habitantes por año. Miles consiguen dificultosamente unos cuantos litros fangosos para sus familias, haciendo  penosas caminatas diarias en su busca.
El problema se percibe en los cinco continentes por el deshielo creciente, el aumento de las inundaciones y la gravedad de las sequías. El tema conmovió Europa con motivo de la Expo Zaragoza en el 2008, La revista alemana “Deutschland” la llamó con acierto “El Oro Azul” mencionando que más de 50 países que pueblan el planeta- ya sufren de aguda escasez hídrica.   

“El consumo es alto en regiones industrializadas y con mucha población. Donde crece la industria aumenta el consumo de agua”, escribió Oliver Sefrim. La Organización de  Naciones Unidas ha proclamado cada 22 de marzo como “Día Mundial del Agua” y al período 2005-2015 como Década del Agua, con el nombre de  “Agua para la Vida”.
“Según datos del Instituto de Investigaciones de los Impactos del Clima, de Potsdam, la escasez de agua dulce se agudiza con el cambio climático, que afecta su ciclo y particularmente a una de sus fuentes: las lluvias. De acuerdo con los modelos de los investigadores del clima, mucho parece indicar que el volumen de lluvias disminuye. Allí donde ya llueve poco, en el futuro lloverá menos. Por el contrario, donde ahora llueve mucho, lloverá más. El peligro de sequías extremas, inundaciones y tempestades aumenta. Otras causas de la escasez de agua son el crecimiento de la población, la urbanización y la industria. En los últimos cien años el consumo mundial de agua casi se ha multiplicado por diez.”
Pero no sólo se necesita agua potable para los seres humanos. También el agro y la industria dependen de este crucial recurso. Sólo la agricultura  consume más de dos tercios del agua y en el Perú se desperdicia en los cultivos de arroz y caña de azúcar, que tienden a desertificar la costa; mientras que en otras regiones los bosques de eucalipto beben agua de más, introduciendo sus raíces hasta llegar a las napas freáticas.
Los llakuases que habitaron la parte alta de Canta, Lima, querían mucho al agua y -según una hermosa leyenda- cuando se fueron, sus guerreros se transformaron en estelas líticas, para cuidar la laguna y los canales de riego que beneficiaban  los campos de cultivo. 
Es urgente cuidar este vital recurso como una joya. Sin agua, la vida se acabará en el planeta. Hay que crear conciencia y reflexionar de que sin ella los seres vivientes dejarán de existir, incluyendo los irresponsables industriales y empresarios que acumulan riquezas poniendo en peligro la vida de todos.

Alfonsina Barrionuevo

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