GEOGRAFIA
DEL HAMBRE
Pasando la mitad del siglo pasado se hablaba de la explosión demográfica. En los países que vivían muy recogidos en sus fronteras había un consenso. Acabar con las familias grandes que dejaban agotadas a las mujeres. Entonces las cigueñas no dejaban de cruzar los cielos del mundo con su carga de parvulitos envueltos en un pañal. Desde que se inauguraban los lloros en un hogar no paraban en años larguísimos. Los hijos llegaban por docenas y se lavaban al día cientos de pañales. Ni se soñaba con innovar los pañales de bomabasí y los de gasa. Ya vendría un invento maravilloso, los descartables, que harían descansar a las bateas. La única distracción de los "pater familias" era fabricar niños. No había televisión, computadoras, tabletas ni celulares.
El mayor
peligro que enfrentaba el planeta era la explosión demográfica. En esas circunstancias
era lógico que un médico especialista en nutrición escribiera un libro: “La
Geografía del Hambre”. Un “boom” de Josué
de Castro, de Brasil, quien hizo un largo recorrido para llamar a la razón con
cifras. Había que concientizar a la gente de la sabiduría de tener una familia
corta para dar una pausa a las madres y que sus pequeños recursos no se fueran
en alas del viento.
Tenía que
suceder, el tamaño de las mesas se fue recortando, el gasto en alimentos, ropa,
útiles y otros se aligeró. No era una fantasía. Se estaba dando una tregua al
amor. La planificación llegó al exceso, tener más de un hijo fue un delito en
varios continentes.
Quise
hablar con Josué de Castro sobre la explosión demográfica. Sin decirlo sintió
que su libro ya estaba pasado. Las preguntas se quedaron en el tintero. El
sabio de Recife ya miraba al futuro. “Entonces, ¿cuál será el problema?”. Sus
ojos brillaron y una ligera sonrisa afloró a sus labios. Fue breve y rotundo. “Mañana hay que pensar en
la contaminación. La Tierra se va cargando de basura. En efecto, la basura
comenzaba a romper la capa de ozono que la protege del sol. Lo que viene será
terrible. Mientras en un lugar el frío apretará de tal forma que penetrará
hasta los huesos, en otra el calor romperá records.”
Lo
estamos sintiendo. Los industriales que acumulan cuatrillones de dólares y
euros que nunca llegarán a gastar, creen
que podrán irse a otro planeta como si fuera fácil. La naturaleza no hace distingos y caerán como
todos.
Y pensar que nuestro hogar aún es hermoso. Hay que luchar por la Tierra. La amamos.
No podemos sufrir en silencio hay que entrar en acción.
EL AGUA DEJARA DE CANTAR
En el antiguo
Perú el agua bajaba del cielo, de los nevados y los manantiales, cantando
dulcemente. Ella bajaba desde las alturas cantando por los cerros, para dar
felicidad a los seres humanos, animales y plantas. La humanidad que no ha
sabido respetarla está arrancando lágrimas de pesar a Mama Yaku o Madre Agua,
cuyo carácter sagrado se pierde.
¿Nos dejará el
más frágil y más importante de los elementos de la Madre Naturaleza? ¿Podríamos
vivir veinticuatro horas sin agua? La situación es grave.
Para la
cultura andina el agua está viva como el resto de la naturaleza y, por ende
ahora sufre. No puede ser de otro modo, porque su contaminación va creciendo en
ciertas cuencas, mientras en otras los
ríos ya están muertos, convertidos en
oscuros sudarios.
El agua es
bella cuando salta cristalina en las cascadas y corre traviesamente volteando los cantos rodados o piedras
menudas en los pequeños riachuelos.
El agua es
“oro azul” cuando está limpia, translúcida.
Este mundo
“civilizado” recién parece enterarse de su valor. Los diamantes palidecen a su lado, pues, ella es invalorable.
Los antiguos peruanos llamaban Mama Qocha -“Madre Mar”- al Océano Pacífico,
porque alberga vida en sus entrañas. Alguna relación tiene. ¿No dicen que las
estrellas de la Vía Láctea entran al mar y flotan por canales ocultos para
volver a la tierra y aflorar para la ceremonia del yarqa aspiy o “limpieza de
las acequias”?
El agua nos ha
preocupado siempre. Ha sido compañera en los viajes por lugares distantes,
donde calmaba nuestra sed sin temor a la contaminación generada por la ciudad.
La hemos admirado en las cataratas que descienden de los nevados y la hemos
sentido correr por nuestras arterias. ¿Qué haríamos si ella nos falta, siendo
parte del cuerpo de todos los seres
vivientes?
Proyecciones a
mediados de la segunda mitad del siglo anterior indicaban catástrofes
climáticas si las grandes industrias —principalmente— descuidaban un buen manejo
del medio ambiente. Diversos especialistas lanzaron advertencias que caían en
saco roto. Recuerdo a Josué de Castro cuando le hablé de la falta de alimentos. “No
se preocupe, me dijo. La gente no se morirá de hambre, primero se morirá de
sed”. Parecía un comentario a larguísimo plazo, pero estamos en las vísperas,
viendo las consecuencias.
En el Perú nos
sentíamos orgullosos de nuestras cadenas de nevados, majestuosos, impolutos.
Mas, su eternidad ha sido rota. La agonía del glaciar Pastoruri, en Ancash,
cuya belleza queda impresa para el recuerdo en postales y páginas de diarios y revistas, estremece. En
las comunidades de Quispicanchis, Cusco, la gente se pregunta por qué está
cambiando el nevado Qolqe Punku, “la Puerta de Plata”, entrada de las energías
cósmicas. Una noche la Qoyllur no encontrará glaciares que irradiar y ya no
será Qoyllur Rit’i, nieve que sacralizada una estrella. Aquella que era
recibida por los peregrinos con unción para “limpiar” su espíritu.
En una reunión
de expertos en Valencia, España,
dieciocho ganadores del premio Nobel instaron a la comunidad internacional a
tomar medidas para afrontar la inminente falta de agua en el mundo. Ellos
expresaron que –sólo un 0.35 % en el planeta es agua dulce, el resto es agua
salada y hielo. Un bien precioso- y al mismo tiempo un recurso escaso y mal
distribuído entre una población que crece con un ritmo de 100 millones de nuevos habitantes por año. Miles
consiguen dificultosamente unos cuantos litros fangosos para sus familias, haciendo penosas caminatas diarias en su busca.
El problema se
percibe en los cinco continentes por el deshielo creciente, el aumento de las
inundaciones y la gravedad de las sequías. El tema conmovió Europa con motivo
de la Expo Zaragoza en el 2008, La revista alemana “Deutschland” la llamó con
acierto “El Oro Azul” mencionando que más de 50 países que pueblan el planeta-
ya sufren de aguda escasez hídrica.
“El consumo es
alto en regiones industrializadas y con mucha población. Donde crece la
industria aumenta el consumo de agua”, escribió Oliver Sefrim. La Organización
de Naciones Unidas ha proclamado cada 22
de marzo como “Día Mundial del Agua” y al período 2005-2015 como Década del
Agua, con el nombre de “Agua para la
Vida”.
“Según datos
del Instituto de Investigaciones de los Impactos del Clima, de Potsdam, la
escasez de agua dulce se agudiza con el cambio climático, que afecta su ciclo y
particularmente a una de sus fuentes: las lluvias. De acuerdo con los modelos
de los investigadores del clima, mucho parece indicar que el volumen de lluvias
disminuye. Allí donde ya llueve poco, en el futuro lloverá menos. Por el
contrario, donde ahora llueve mucho, lloverá más. El peligro de sequías
extremas, inundaciones y tempestades aumenta. Otras causas de la escasez de
agua son el crecimiento de la población, la urbanización y la industria. En los
últimos cien años el consumo mundial de agua casi se ha multiplicado por diez.”
Pero no sólo
se necesita agua potable para los seres humanos. También el agro y la industria
dependen de este crucial recurso. Sólo la agricultura consume más de dos tercios del agua y en el
Perú se desperdicia en los cultivos de arroz y caña de azúcar, que tienden a
desertificar la costa; mientras que en otras regiones los bosques de eucalipto
beben agua de más, introduciendo sus raíces hasta llegar a las napas freáticas.
Los llakuases
que habitaron la parte alta de Canta, Lima, querían mucho al agua y -según una
hermosa leyenda- cuando se fueron, sus guerreros se transformaron en estelas
líticas, para cuidar la laguna y los canales de riego que beneficiaban los campos de cultivo.
Es
urgente cuidar este vital recurso como una joya. Sin agua, la vida se acabará
en el planeta. Hay que crear conciencia y reflexionar de que sin ella los seres
vivientes dejarán de existir, incluyendo los irresponsables industriales y
empresarios que acumulan riquezas poniendo en peligro la vida de todos.
Alfonsina
Barrionuevo
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